Miguel Valentín Pastrana, 2º Premio Menores 21 años, Searus-1993


MIGUEL VALENTÍN PASTRANA

         
Nota Biográfica

          Miguel Valentín Pastrana nace en 1975 en El Puerto de Santa María, residiendo actualmente en Utrera, ciudad donde trabaja como obrero industrial y estudia bachillerato nocturno.
          Su primer poema (y con el, premio) datan de 1984, cuando estudiaba en el Colegio Público Miguel Hernández de Sevilla, no obstante no vuelve a escribir hasta 1992, época en la que residía en Lisboa. Cree poder afirmar que los sentimientos despiertos en él durante su estancia en Portugal serán los motores básicos de su labor poética.
          Ha sido premio en poesía y prosa (quizás su mayor vocación) en los concursos de 1992 y 1993 del Instituto Español de Lisboa. Igualmente en prosa gana una mención en el XI certamen literario de Almuñécar en 1988.
          Es un admirador entusiasta de Lorca, Hernández y Alberti, así como de los textos de Lou Reed y Jim Morrison.
          Se considera fundamentalmente un poeta autodidacta, y en sus versos se decanta el aspecto expresionista, suelen ser rudos, esculpidos con golpes de martillo.

Miguel Valentín Pastrana, noviembre de 1994




Obra: “TRILOGÍA DEL CENTURIÓN”
2º Premio Menores de 21 años
XVI Certamen de Poesía Searus, 1993


                                                           Dedico estos poemas a todos mis
                                               amigos del Instituto Español de Lisboa y en
                                               particular, a Juan Manuel Ferrer, Rubén
                                               Espinosa, Joao Duarte y Sofía Isabel Pérez.

                                                           Un recuerdo especial para Alejandra,
                                               cuyo elogio de uno de los romances aquí
                                               incluido, tiene para mí, mayor valor que
                                               cualquier premio.


ROMANCE DEL CENTURIÓN

          En la noche misteriosa,
retumba y gime la tierra.
Oro con bronce cabalga
Un romano por la senda.

          Un centurión veterano
de mil batallas y guerras.
Desde Híspalis hasta Gades
le temen por su fiereza.

          Lo escoltan siete jinetes,
lo escoltan siete banderas.
Cabalgando por olivos,
galopando entre la niebla
nada escapa al centurión,
ni siquiera las estrellas.

          ¡Huye cuarzo de la noche!.
Que no te coja la fiera
y construya con tus luces
puñales de hermosas piedras.

          Dos figuras neblinosas
se acercan por la vereda.
Se detienen los jinetes,
y con gestos de sorpresa,
desmontan de sus caballos
poniendo los pies en tierra.

          Ya se aclaran los perfiles,
se  distinguen las siluetas
un joven de piel cobriza
con una hermosa doncella.

          Bella niña gaditana
perfumada con canela.
Sus muslos son de oro viejo,
sus pupilas son de almendra.
De granate son sus labios
y de azabache sus trenzas.

          Les detienen el centurión,
y se inicia la querella.
Centellean las espadas
de los dioses de la guerra.

          Asesinaron al joven.
Le mataron siete flechas,
penetraron en su cuerpo
siete mortales saetas.

          ¡Ay cómo llora la niña
al cuerpo que ya no alienta!

          Impiadoso el centurión
la toma por las guedejas.
Ocho veces mancillada
fue la flor de primavera.

          En la noche dolorosa
retumba y gime la tierra,
bronce con muerte cabalga
un romano por la senda.



          En la tierra del Sur yace,
una hermosa niña muerta.
Con los sueños desgarrados
y con sus venas abiertas.

          ¡Ay cómo corre la sangre!
sangre del Sur, sangre yerma.



LA MUERTE DEL CENTURIÓN

          En la noche mortecina
se estremece el campo yermo,
truenan las nubes de piedra
y se tiñe en rojo el cielo.

          Por la tierra abandonada,
desangrado como un perro,
se retuerce el centurión
igual que un olivo viejo.

          Romano de bronce y oro,
te han marcado con acero,
una espada justiciera
ha partido en dos tu pecho.

          Te clavaron un puñal
hondo; hondo como un beso.
Un beso de fría muerte
en tus entrañas de fuego.

          Un puñal que muerde, hurga,
en la carne igual que un cuervo,
ensañándose en su presa
como buitre carroñero.

          Moribundo el centurión,
va sembrando por el suelo
un rosario de granates
que se escapan de su cuerpo.

          Aún intenta levantarse
en un arranque postrero.
Se alzan al cielo sus manos
con su suplicante gesto.

          ¡Ay centurión malherido!
¡qué vanos son tus esfuerzos!,
ni mil legiones de bronce
te libraran del tormento.

          ¡Agoniza! Centurión
mientras brillan los luceros,
cuando el gallo anuncie el alba
ya sólo serás un sueño.

          Se oye un último gemido
que disipa raudo el viento,
un suspiro agonizante
que se pierde entre lo inmenso.


          Ha enmudecido la tierra,
se han apagado los ecos,
el campo del Sur se embriaga
con perfume de veneno.

          ¿Qué buscas en las estrellas
centurión que yaces muerto?



LA CRUCIFIXIÓN

          Un negro rumor de llantos
va de terraza en terraza,
y serpea por las calles
de la Gades enlutada.
Bello caro de jazmines
y clavellinas tostadas,
llora por las azoteas
tiernas lágrimas de plata.

          Portando una cruz de olivo
en su espalda flagelada,
quien dio muerte al centurión
entre látigos se arrastra.
El clavel martirizado
lleva espinos por guirnalda.
Y todo su cuerpo suda
linfa  de rosas amargas.

          Serpiente del Sur, el pueblo,
a empujones le acompaña.
Todos pelean por ver,
a quien ya no verá el alba.

          Al paso del condenado,
brota fuego en las gargantas
y ancianas mujeres lloran,
viendo las carnes quemadas.
Todo el pueblo gaditano
es un clamor de batalla;
y en secreto, en las esquinas,
conspiran contra las águilas.

          Enfurecido el edil,
muestra el fulgor de su espada,
fieras estatuas de bronce
a la multitud apartan.

          Corre la sierpe del Sur
por las calles empedradas,
dejando a su paso un rastro
de laureles y biznagas.

          Al joven reo de muerte
una niña ofrece agua,
pero uno de los romanos
tira en el suelo la jarra.

          Entre quejas y lamentos
llega la sierpe a la plaza.
Surcan los cielos de Gades
negras aves en bandada.

          Con cuatro clavos de bronce
y cinco puntas de lanza,
se unen la piel y el olivo
en pasión crucificada.

          Se eleva la cruz al cielo
con el mártir en volandas.
Bella sangre carmesí
relumbra entre las adargas.

          Con su brazo envuelve Apolo,
al clavel que se desangra,
y, al pie de la cruz sollozan
diez vírgenes de albahaca.

          Ante el joven moribundo
diez niñas morenas cantan;
se desborda por las calles
roja pasión gaditana.

          ¡Ay que alegría de muerte
y pasión santificada!.




          La noche tiende hacia Gades
su manto de umbrías jacas,
y con brillantes zafiros
alumbra la vieja plaza.

          A la sombra de la cruz,
entonando una plegaria,
llora la madre del joven
tiernas lágrimas de escarcha.

          A manos del centurión,
murió su hija adorada,
y la cruz ha arrebatado
al hijo que le quedaba.

          ¡Ay cómo llora la madre
su angustia desesperada!.



          A los cielos gaditanos,
asciende de nuevo un alma,
y cantando van su gloria
diez vírgenes coronadas.

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