Antonio Parejo Troncoso-1984

ANTONIO PAREJO TRONCOSO

Obra: “Las flores del hombre”
1º Premio. V Certamen Infantil de Poesía Searus, año 1984

Nota aclaratoria

          Gracias a la “separata” publicada en julio de 1984 por el periódico Los Cuatro Vientos (editado por Searus y Triquitraque) en su número 24, hemos podido recuperar estos versos de Antonio Parejo Troncoso (alumno de 7º de E.G.B del colegio J. J. Baquero por aquella época).



         “Las flores del hombre”

          De la soledad del campo y la tierra
salen gritos ahogados de flores,
destrozadas por los hombres
a golpes de arma y guerra.
          ¡No las destroces!
                    ¡Son tan hermosas!
De ti, hasta de ti hablan lágrimas de rocío…
          ¡Sí! De ti que ansías el infinito
dejando atrás contaminadas
las esencias olorosas.
          ¡Vé!, ¡mira!, ¡disfruta!
No las mates, que sin culpa y por ser hermosas
Frágiles y sutiles, aún sin hablar, expresan.
En le campo de la libertad
tienen su mundo multicolor
que solo se puede comparar
con la grandeza de Dios.

Premios Searus 2007-XXX Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2007
XXX Certamen de Poesía

Año de Edición: 2008
Portada e Ilustraciones: Inmaculada Fierro Jiménez
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Santiago Romero de Ávila
Poetas:
Juan José Vélez Otero
Juan José Alcolea Jiménez


PRÓLOGO

SENCILLA INTRODUCCIÓN

            Ya se anunciaba en las bases del Certamen de Poesía “SEARUS” de Los Palacios y Villafranca; el ganador del primer premio de dicho Certamen tiene la obligación de confeccionar el prólogo del libro que recoge los poemas premiados en la siguiente convocatoria. Pero resulta que el compromiso en la siguiente, cuando es, como en este caso, una responsabilidad agradable y placentera, se convierte en una imposición deseada. Y este es el caso que nos ocupa.

          Yo, que no soy catedrático ni conferenciante, ni tengo experiencia en estos menesteres de prologuista, pero que tengo enraizada la idea de que “la poesía es la expresión de la belleza por medio de la palabra, por medio del verso”, me he encontrado, de lleno, con dos poemas magistrales, de dos auténticos poetas.

          Juan José Vélez Otero, primer premio, poeta del Sur, avalado por la consecución de importantes premios literarios, hombre que se ha bebido muchos atardeceres marineros, que ha explorado la luz de cien orillas y se ha bañado en místicos crepúsculos, nos ofrece en sus cálidos sonetos un rebrotar de púdica armonía. Ocho sonetos perfectos, rotundos, hermosos en su contenido y limpios en su composición, solamente en el último, el poeta se libera de la rima, intencionadamente, pero sigue impulsando en la estrofa el mismo lirismo, la misma musicalidad y el perfecto ritmo que en los precedentes. El soneto, cuando se construye como lo hace Juan José Vélez, es una pieza maestra de la pesía.

          “Como el perro más triste de la tierra,
          anclado en el pasado y sin futuro,
          mascando el pan del tedio viejo y duro,
          sin sol y sin calor, sin Dios ni perra.”

          Desgarradora expresión, ejemplo de la sinceridad y de la firmeza de todos sus versos. Pienso que no se puede condensar más en un solo cuarteto.

……….

          Juan José Alcolea Jiménez, segundo premio, poeta de la luz agria manchega, hombre que se curtió bajo el sol socuellamino, y que abrazó la paz de mil estrellas en un bendito campo labrantío. Otro hombre que goza del reconocimiento de importantes premios de poesía, y que en esta ocasión nos ofrece un poema de verso blanco, donde predomina el verso endecasílabo, tan hermoso y tan rotundo siempre, como este autor sabe hacerlo.

          Nos transporta el poeta –hermoso retroceso– a los años perdidos de la infancia, a la añoranza azul de los recuerdos más libres y más bellos, cuando besábamos a los cándidos gorriones y gozábamos un trozo de pan tierno, cuando arrastrábamos todas las penurias por un surco de estériles gavillas, cuando en las tardes frágiles de mayo sorbíamos la luz, y a bocanadas nos tragábamos besos y azucenas.

          “Aquellas tardes lentas del verano
          cochura de la miel y de los grillos
          me llegan entre alar de mariposas
          y el trémulo fulgor de las albercas.”

          Lleva en sus versos Juan José Alcolea todo el frescor de un mundo esperanzado.

          Yo no sé si habré cumplido con mi compromiso, pero de lo que sí estoy seguro es de que he gozado, profundamente, con la lectura de estos dos hermosos poemas. Mi felicitación más sincera a sus autores. Muchas gracias.

SANTIAGO ROMERO DE ÁVILA

Premios Searus 2006-XXIX Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2006
XXIX Certamen de Poesía

Año de Edición: 2007
Portada e Ilustraciones: Manuel Bernal Romero
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Diego Vaya
Poetas:
Santiago Romero de Ávila y García-Abadillo
Ricardo Bermejo Álvarez

PRÓLOGO

OFICIO DE PACIENCIA

          Ante todo quisiera manifestar mi agradecimiento a la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca por haberme dado la oportunidad de realizar este prólogo a las obras ganadoras del XXIX Premio “Searus” de Poesía. Asimismo, también quisiera dejar constancia aquí de mi más sincera felicitación tanto a los ganadores de este año, Santiago Romero de Ávila y García-Abadillo y Ricardo Bermejo Álvarez, como a los organizadores y responsables de mantener este Premio vivo a lo largo de tantos años.
         
          Santiago Romero de Ávila y García-Abadillo, primer premio, y Ricardo Bermejo Álvarez, segundo premio, son dos autores ya maduros, con un amplio conocimiento y experiencia en el oficio poético, en cuyas respectivas trayectorias se encuentran la consecución de importantes certámenes así como la publicación de varios libros. No en vano el que probablemente ha sido el más sabio y bello de los poetas portugueses contemporáneos, Eugenio de Andrade, llamaba a la creación poética “oficio de paciencia”, título homónimo de uno de sus poemarios. Además, ambos autores usan el empaque más tradicional del soneto, con un verso endecasílabo musical, clásico, sin desfallecer nunca en el ritmo, que fluye de forma natural.

          A través de ocho sonetos donde se anuda la memoria a la nostalgia, Santiago Romero de Ávila y García-Abadillo, nos trae la infancia, esa patria de la que se huye, o a la que se busca y añora, caso de este autor.

          Creo que, al margen de lo puramente formal, la gran virtud del poeta radica en presentarnos la vida, el mundo de la niñez, su luz con una cercanía que nos da la mano. Verso a verso vamos haciendo un recorrido por diversos momentos y lugares, como la escuela, el río o el parque, que están en la experiencia de todos nosotros, con independencia de dónde o cuándo hayamos nacido, y que como lectores sentimos a nuestro lado. En este sentido, transcribo la segunda estrofa del poema “La escuela”:

          “En aquel patio izaban las banderas
          su batallón de alegre angelería,
          y todo era emoción y fantasía
          en la ebriedad de altivas primaveras”.

          Como ya he dicho, la nostalgia levanta estos poemas, pero en ningún momento nos llega forzada, ni encontramos el más mínimo atisbo de crispación o afectación. Con naturalidad el poeta posa su visión en distintas realidades que el recuerdo le entrega. Y así vemos el río en el que “se me escapó el amor con la corriente”, cruzamos el olivar cuando “se despertaba Dios y amanecía”, o entramos en el parque donde “injerté mi cándida alegría, / y allí perdura intacto, todavía / mi pecho henchido de aflicción y gozo”. Es la de Santiago Romero de Ávila y García-Abadillo una poesía cercana y viva que recrea en nuestro ánimo el territorio común de la infancia desde la bondad y la esperanza.

          Ricardo Romero Álvarez emplea en sus poemas, la mayoría sonetos, un lenguaje directo, de una sencillez muy elaborada, y con expresiones coloquiales estratégicamente dispuestas para buscar la sorpresa. Pero la modernidad no sólo figura en esas expresiones, sino en un léxico de acuerdo al tiempo en que vivimos. Palabras como “tebeo” o “videojuego” se adaptan naturalmente al discurso, convirtiéndose en referencias cotidianas para nosotros que nos guían en un mundo poético. El clasicismo formal y la semántica moderna se funden en sus versos. De esta manera, retomando el tópico del Carpe diem, en el poema “Vita nuova” leemos:
         
          “Rebáñale a estos años la melaza
          y esquiva como puedas la amenaza
          del videojuego y de su metralleta”.

          Pero no es la única reelaboración que encontramos en sus versos. En un ejercicio de asimilación de las tradiciones, el poeta adapta a la actualidad los motivos que componen su bagaje cultural, entre los cuales es posible destacar el hastío diario, la brevedad de la vida y con esta la muerte, las inseguridades, las dudas. En “Dolce vita” resuena el más conocido monólogo de Hamlet; al final del poema el poeta nos dirá:

          “Amar, beber, callar… has elegido.
          Beber, callar, amar… como si cada
          placer pasado nunca hubiera sido
          y el corazón llevaras entreabierto
          a la incipiente rosa de la nada”.

          Para cerrar este prólogo deseo reiterar mi enhorabuena a los ganadores, que desde dos visiones diferentes del mundo y de la poesía han sabido dar muestras de su oficio poético y de su pasión por el lenguaje. Y a la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca y a los organizadores y responsables del Premio “Searus” de Poesía des doy las gracias por su amabilidad y su tesón después de tantos años trabajando por la poesía.

Diego Vaya

Premios Searus 2005-XXVIII Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2005
XXVIII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2006
Portada e Ilustraciones: Álvaro Benavides Caballero
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Máximo Cayón Diéguez
Poetas:
Diego Miguel Núñez Vaya (Diego Vaya)
Esther García Bonilla

PRÓLOGO

A MODO DE PÓRTICO Y ZANGUÁN

          En primer término, y en lugar bien destacado, quiero expresar mi más sincera gratitud a la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca por haberme encomendado el honroso encargo que supone redactar estas cuartillas prologales. Y, al mismo tiempo, patentizar también a sus responsables mi más sincero reconocimiento por la hospitalidad y delicadeza con que nos acogieron a mi familia y a mí durante nuestra estancia en Los Palacios y Villafranca, con motivo del acto de entrega del premio de poesía “Searus 2004”. Hecha la digresión, desde mi punto de vista necesaria, me dispongo a cumplir el cometido que me ha sido asignado.

          La creación poética es un ejercicio de sentimiento y de sensibilidad. Y la palabra, su vehículo dinamizador. Gracias a este proceso, los surcos del pensamiento hallan raíz, ramaje, flor y fruto. No me refiero, claro está, a la floresta poética donde prevalece el oropel de una hojarasca que el más leve vientecillo sepulta en la indiferencia. Hablo del bosque poético que rezuma autenticidad.
          La poesía, que es herramienta, instrumento, agente liberador, rinde culto a la palabra. Y el poeta, sirviéndose de ella, traduce y da a la luz aquellas situaciones y contingencias que le son cercanas y conocidas, bien por vía personal y directa, bien por caminos convergentes. Por este último motivo, a veces, el poeta ha sido tachado de fingidor. Nada más lejos de la realidad. Además, la definición es inexacta, y, por lo tanto, acarrea su carga de falsedad.
          Como es sabido y reconocido, el poeta escribe requerido por el dictado de unas vivencias que no le son ajenas, sean cercanas o remotas. Si se cumple este postulado, entonces, cada verso, cada estrofa, cada poema, es una revelación, una epifanía. Si no es así, el trabajo terminado será otra cosa, pero nunca será poesía.
          La poesía se define por sí misma. Y su importancia se mide por su grado de importancia. Desde luego, los adjetivos, marbetes, precintos y etiquetas que suelen colocarse a su costado sólo vienen a desvirtuar sus acentos. A modo de ejemplo recordemos las palabras de D. Antonio González de Lama, uno de los fundadores de aquella mirífica revista “Espadaña” que, editada en León, en la cuarta década del pasado siglo, trajo una bocanada de aire fresco al panorama poético español. En el número uno de dicha publicación, (mayo de 1944), decía D. Antonio: “Si hay algo impensable en el Mundo, es la Poesía. Impensada, indefinible, inefable. Ilógica, en suma. O mejor, alógica. Está aquí o allí. En una palabra, en ese verso, en ese estremecimiento que eriza el poema. Y hay que verla, intuirla, sentirla (…) ¿Qué es poesía, pues? (…)La Poesía no se define. La Poesía es”.
          A mi, particularmente, la poesía que no habla al ser humano no me interesa. Será un juego de artificio, un ejemplo de técnica depurada, -para eso está la métrica-, acaso un racimo de fulgores más o menos luminosos, pero, su valor, que lo tendrá, y que respeto profundamente, no llega ni siquiera a rozarme las cuerdas de la sangre. Y sólo por una razón evidente: la poesía que es poesía, cala hondo, emociona, conmociona, suaviza nuestra andadura por la vida, y, en el menor de los casos, nos procura alivio y consuelo, expectación y esperanza.
          Dos jóvenes andaluces, sevillanos para más señas, han sido los galardonados del XXVIII Certamen de Poesía “Searus”. Diego Vaya ha obtenido, con “Los frutos y los días”, el primer premio. Esther García Bonilla, con “Las estaciones perdidas”, el segundo. Ambos autores son universitarios, y sus respectivas notas biográficas las hallará el lector en este volumen que recoge dichos trabajos. Como el espacio impone sus límites, y los dos poemas premiados rezuman poesía de muy hondo calado, “recurriré al esquema, a riesgo de pecar de esquemático”, feliz aserto de D. Pedro Laín Entralgo que tomo a préstamo en orden a la consecución de los objetivos establecidos.
          Diego Vaya, asentado en la clausura sostenida que representa el formato de una pequeña habitación, ignorando voluntariamente si en el exterior prevalecen las luces o las sombras, desde el primer momento revelan con sinceridad su mundo íntimo, y trasfiere al lector su estado de ánimo:
         
          “No recuerdo por qué cerré la puerta.
          Tal vez podría abrirla y encontrarme
          Entonces con aquello. O tal vez
          sea mejor así. Y siga siendo
          esta duda una forma de esperanza”.

          Y allí, en medio del silencio, arropado por la hoguera de la memoria, recuerda y rememora, traspasado por la nostalgia, cómo se izan hirientes mástiles del abandono y cómo se apodera de su mente la lueñe patria de la infancia. Y, así, mediante símbolos, claves y perfiles reconoce el desarraigo que padece, la soledad que aherroja su voluntad, y, a la par, nos comunica que, irremisiblemente, “todo se ha ido”. Principalmente, en el soneto que incardina en el poema, donde, a través de la figura de un boxeador, se siente al borde del abismo. A modo de coda, el último canto, la última estancia del poema es una resignación evidente del “dolorido sentir” que embarga su espíritu:

          “No volverá jamás
          el asedio sedimento de la sílaba
          esos labios heridos por el agua”.

          “Las estaciones perdidas”, de Esther García Bonilla, es un poema que despierta en nuestro pecho el eco de un amor incompartido, o, si se prefiere, el redoble funeral del desencanto. En vecindad, sí, pero no en compañía, dos seres se encuentran en el andén de la vida. Entonces, comienza el sueño, se encrespan las olas del deseo, y emerge la esperanza de alcanzar el puerto deseado. Aparentemente, uno de los dos protagonistas es ajeno a los sentimientos que experimenta el otro. La intuición femenina juega aquí un papel predominante:

          “Y sé que no hay regreso.
          Volverás a ser tú
          y yo seré la misma.
          Nuestras vidas ya no
          serán dos paralelas,
          sino insomnes segmentos
          tendiendo al infinito”.

          El asunto es recurrente, y, sin embargo, en mayor o menor medida, reconocible en nuestro fuero interno. La primavera, la luz, el color y el paisaje, convergerán en otoño triste, bruno, amargo, acaso en cielo encapotado, y el dolor anegará de tristeza el sentimiento. Pero, cuidado, el poema no canta veleidades, canta transparencias. Es una confesión en alta voz, un río desbordado de ternura que provoca la pasión del encuentro inesperado. La huella que produce la lejanía, acaso el desencuentro, pone epílogo al poema:

          “De cada cicatriz brota una espiga
          que clama a voces la estación primera”.

          No quiero extremar las cosas. Pero, a mi juicio, conviene anotar que en los versos de Diego Vaya y de Esther García se aprecia una cierta madurez poética, una concentración expresiva en el verso, la huella de muchas lecturas. Es una mera impresión personal. Sólo cabe decir que si uno y otra prosiguen por este camino, su cosecha será granada.

          A mi leal saber y entender, he tratado de desentrañar honestamente las raíces que dan sustento, estructura y estatura a los trabajos galardonados. Espero haber alcanzado mi propósito, y haber sido justo en mis apreciaciones.
          Cumplido, pues, el encargo encomendado, reciban Diego Vaya y Esther García Bonilla mi más sincera felicitación por los premios obtenidos, y, también, por habernos procurado dos hermosos trabajos poéticos. Y a los responsables de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca sólo me cabe expresarles mi reconocimiento personal por su encomiable labor y su loable mecenazgo a favor de un género minoritario, y, sin embargo, imprescindible, como es la poesía.

Máximo Cayón Diéguez

Premios Searus 2004-XXVII Certamen de Poesía

PREMIOS SEARUS 2004
XXVII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2005
Portada e Ilustraciones: Rafael Ruiz Cobos
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Enrique Barrero Rodríguez
Poetas:
Máximo Cayón Diéguez
Pascual-Antonio Beño Galiana


PRÓLOGO

          “Dios quiso que naciéramos en este pueblo de Andalucía, junto a las marismas del Guadalquivir. Es un pueblo abierto y llano, abrasado de sol por los estíos. Mas cuando llega el invierno y llueve un poco, todo se inunda y encharca. El barro llena las calles. La humedad sube como un sudor salino por la blancura nítida de las paredes. Los campos inmediatos retienen las quietas aguas. Y todo adquiere una calidad lacustre, reflejada y muda”. Con estas palabras, tan llenas de emoción y poesía, comenzaba el poeta palaciego Joaquín Romero Murube a desgranar la exquisita prosa lírica contenida en su libro Pueblo lejano (Ínsula, Madrid, 1954). Y ese pueblo abierto y llano, abrasado de sol por los estíos, no es otro que Los Palacios y Villafranca, sencillamente, esta circunstancia de ser la localidad natal de Joaquín Romero Murube para que su nombre pasara a los anales de la poesía española con letras de oro. Pero a este hecho (que acaso no trascienda de lo meramente anecdótico y coyuntural), el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca ha añadido su compromiso tradicional con la cultura, su apoyo decidido y constante al verso y a la poesía y su encomiable labor de divulgación  y promoción de la creación literaria. El vehículo elegido para ello ha sido el premio Searus, que cuenta ya extraordinaria tradición y consolidación en el panorama de las Letras nacionales (no en vano ha alcanzado en la presente convocatoria, que ahora ve la luz, vigésimo séptima edición) y cuya venturoso y casi milagrosa continuidad, en un mundo mercantilizado y a veces tan alejado de las escasamente rentables manifestaciones del espíritu, da buena cuenta de la sensibilidad y el buen hacer del municipio palaciego y de sus gentes. La atención dispensada por el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca al premio Searus, que contrasta vivamente con la dejadez y el descuido con la que otros municipios se han desentendido de sus premios literarios, a veces de gran tradición e ininterrumpida convocatoria, se ha traducido, a mero título de ejemplo, en la esmerada edición del libro 25 años de poesía Searus (Antología poética 1978-2002). Y emociona leer las palabras de Manuel Sollo Fernández, periodista y primer Presidente de Searus, cuando se retrotrae a la ilusión de aquel numeroso y heterogéneo grupo de jóvenes de entre catorce y veinte años que un buen día decidieron constituir una asociación juvenil y cultural para, según rezaban sus primeros estatutos, “el perfeccionamiento cultual y moral de los asociados”. En el año 1977, la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca recibió con delicadeza aquella hermosa herencia cultural para continuar con el trabajo realizado a lo largo del tiempo y enriquecerlo en todos los aspectos posibles. Y durante todo ese tiempo, nombres y colaboradores imprescindibles y necesarios para mantener viva la pequeña pero imprescindible llama de un nombre: Searus. De justicia es recordar a Juan Gil, Miguel Gavira, Manuel Bernal o Juan García, como a Francisco Mena Cantero y Víctor Jiménez, directores de la prestigiosa colección poética Ángaro e incansables alentadores de la creación Poética.
          En la presente edición del Certamen el primer premio ha recaído en el hermoso y transparente poemario Nada es mío, nada me pertenece, del que es autor el poeta leonés Máximo Cayón Diéguez. Ha obtenido numerosos reconocimientos, tanto en el ámbito poético como en el prosístico, entre los que cabe estacar los premios Ciudad de Astroga, Caja de Ahorros de Segovia, Martín Descalzo de Poesía Mística, Premio Internacional de Poesía Francisco de Quevedo o el Premio de Poesía Guadiana. En este tiempo hostil propicio al odio, como reza el verso de Ángel González cuya cita abre el poemario galardonado, el autor encuentra razones para enarbolar, sin embargo, la bandera de la esperanza:

          Dejadme  que enarbole con vosotros
          la rama del olivo.
          Permitidme que aspire a vuestro lado
          el puro aire del alba.
          Nada es mío, nada me pertenece,
          salvo aquello que me han arrebatado.
          Mi única heredad es la esperanza.

          El poeta se entrega todo entero en cada verso, porque intuye que el durísimo oficio de ser hombre en el error sustenta su enseñanza, y que es siempre más feliz:

          aquel que a manos llenas comparte con el prójimo
          el pan y la costumbre,
          el vino y la palabra.

          Hermoso y lastimado este poemario de Máximo Cayón, introspectivo y, en ocasiones, hasta sombrío, como cuando el autor perfila con palabras certeras y dolidas el desdén y la indiferencia del mundo:

          a nadie le interesa el llanto ajeno,
          nadie quiere saber nada de nadie.

          Pero poemario, en fin, redimido y traspasado por el hallazgo final de la esperanza, esperanza que el autor parece que casi se esfuerza en inventar y transmitirnos como emocionado epílogo de sus versos. El poemario de Máximo Cayón pasa a convertirse con esta edición, por derecho propio, en un nuevo eslabón en la cadena de lealtad poética y de sentimientos del premio Searus.
          Quienes han tenido la fortuna y la responsabilidad de formar parte del jurado de algún premio poético conocen sobradamente la dificultad y la relatividad de esta tarea, acrecentada cuando el Certamen contempla la concesión de segundos premios o algún accésit. La labor particularmente ingrata y de sutilísimos matices cuando la excelencia, como es el caso, es también predicable del segundo de los poemarios en liza. Pascual-Antonio Beño Galiana, nacido en Manzanares y residente en Sevilla y la población manchega de Argamasilla de Alba, miembro de número del Instituto de Estudios Manchegos y perteneciente al grupo Guadiana de Ciudad Real, ha obtenido el segundo premio en la presente edición del Certamen, y lo la hecho con un poemario cuyo título, por sí sólo, es todo un compendio y resumen de la aspiración esencial de la creación poética: De la eternidad a la belleza. Por caminos poéticos y expresivos en parte diversos a los del autor galardonado con el primer premio, Beño Galiana alcanza, en cierta forma, conclusiones análogas. También la esperanza traspasa su poemario y frente a la erosión implacable e inevitable del tiempo se alza, luminosa, la imperecedera permanencia de la belleza y de la palabra:
         
          Aún vencidos, manchados, esos cuerpos
          cuya hermosura un día deseamos
          no son ceniza y polvo.

          En el poema Leyendo un libro, Beño Galiana aprende y nos transmite la esencia de la lectura y de la poesía, desciende al mundo bello, alucinante y culto en el que no existe otra compañía que la de un libro de poemas y recibe la transfusión de sangre de la ausencia. Sí, en cierta forma, con todas nuestras diferencias y nuestra diversidad del estilo, la sangre de los poetas se funde en el instante único y decisivo de la creación poética, en esa extraña forma de entrega que es el verso. Como ganador, ex aequo con el poeta Luis Murciano, de la anterior edición del premio, es para mí un gran honor y una satisfacción redactar estas sencillas páginas para la edición de los poemarios galardonados en la presente edición del Certamen. Mi más sincera enhorabuena a Máximo Cayón y Pascual-Antonio Beño y mi reconocimiento público a al Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca por su buen hacer y su generoso mecenazgo de la creación poética.

Enrique Barrero Rodríguez


   
NOTA ACLARATORIA DE LA A.C. SEARUS

          Existe un error o confusión en la redacción del prólogo, o en la impresión del mismo al comentar Enrique Barrero: “En el año 1977, la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca recibió con delicadeza aquella hermosa herencia cultural para continuar con el trabajo realizado a lo largo del tiempo y enriquecerlo en todos los aspectos posibles”.
          Hay que hacer constar que el certamen de poesía nace un 24 de junio de 1978 y que la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca se hace cargo como organizador del evento en noviembre de 1998, en su XXI edición (como aparece publicado en el prólogo de los Premios Searus de 1997, en palabras escritas del Delegado de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca).


Premios Searus 2003-XXVI Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2003
XXVI Certamen de Poesía

Año de Edición: 2004
Portada e Ilustraciones: Manuel Paéz Gutiérrez
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: José Luis Martín Cea
Poetas:
Luis María Murciano –ex aequo–
Enrique Barrera Rodríguez –ex aequo–



PRÓLOGO


          Todos los hombres tenemos vivencias, todos amamos algo o tenemos recuerdos indelebles: donde se ha nacido, donde se vive, donde estuvo la primera infancia o la adolescencia con sus primeros amores, o incluso varias de ellas a la vez. Y por qué no, si aún laten dentro de nosotros después del tiempo. Aunque haya diversas formas de amar, tanto a las personas como a los lugares y a las cosas.
          Cuando en el otoño de 2000 tuve la satisfacción de conocer Los Palacios y Villafranca, la de aquellos antiguos arenales, volví a hacerme joven, aunque no sea todavía muy viejo. Desde 1957 no había vuelto a Sevilla hasta la Expo del 93, pero aquella fue una visita a la Expo, no a Sevilla. Por eso, 45 años después (también era noviembre cuando llegué por vez primera) se me hicieron los ojos chiribitas al bajar en la estación de Santa Justa, aunque no conociera nada más que el nombre: Sevilla. Yo fui alumno de la Universidad Laboral, Colegio Alfonso el Sabio, en aquellos años, del 57 al 60. Digo esto por si hay aquí algún antiguo compañero de fatigas a quien abrazar. Allí, en esa Universidad Laboral a la que no he vuelto, pero tan llena de recuerdos imborrables, me concedieron el primer premio literario, que se llamaba “Horizontes”, y que consistió en 500 pesetas que gastamos en hermanada amistad unos cuantos amigos. Entonces –casi 50 años han pasado, Dios mío, con qué velocidad–  la plaza de España estaba acaso igual que ahora, pero sin andamios y llena de palomas, a las que la gente se encargaba de alimentar, y bien, con aquellas bolsas de alpiste que vendían en tenderetes de quita y pon, el estadio del Betis se llamaba Heliópolis, y en el Nervión el Sevilla le metia 5-0 al Valladolid, gastándome en la localidad las 50 pesetas que tenía como asignación paterna para todo un trimestre…
          Pero yo no he venido a hablar de esto, o solo de esto, sino de Poesía. Si me he permitido, pues, este incido, es porque aquí comenzaron mis primeros versos, que como pequeños Guadianas se fueron asomando y escondiendo, volviendo a asomar y a esconderse a lo largo de bastantes años… Todos ustedes saben que la vida no es siempre como uno quiere y así hay que admitirlo, aunque no se pueda escribir poesía porque haya otras necesidades más perentorias de subsistencia.
          Desde aquella juventud que permanece viva en el recuerdo, que ha sido origen de más de un verso, ha llovido mucho, se desvanecieron aquellos amores adolescentes casi imposibles que ahora, como una premonición, nos recuerda el Poeta ganador, Luis Mª Murciano:

          “…trazar la ruta en este laberinto
          de recuerdos, de risas escondidas,
          de mágicas mañanas ya perdidas
          en las que tu rocío era distinto…”
         
          Al Poeta ganador solo lo conozco de oídas, sé que es madrileño, y por su currículum compruebo con agrado que, a pesar de su juventud, tiene un extensísimo rosario de premios, tanto en verso como en prosa. En mi tierra, como tal vez en otras distintas, hay un refrán que dice “de casta le viene al galgo”, pues es hijo, nada más ni nada menos, que de Don Carlos Murciano, a quién sí tengo el gusto de conocer encantadoramente.
          En uno de sus sonetos premiados –yo creo que el soneto es uno de los padres de la Poesía– habla de un pueblo blanco (que solo puede ser andaluz, como lo son sus raíces gaditanas de Arcos de la Frontera) y en él se agarra al amor, al desamor, a la vida, cuando escribe:
          “nadie podrá borrar lo que vivimos…”
aunque luego se le escape de los dedos, de la memoria, del corazón mismo.
          Este servidor de ustedes, poeta de tierra adentro, de esa Castilla del norte seca, dura, gris, callada, que no posee naranjos ni olivares, que no tiene sino sus propios silencios esparcidos por el aire y un viejo caudal de olvidos amamantando su alma, se hace cántico y distancia de lejanas soledades mientras lee otro terceto que bien quisiera hacer suyo:

          “sueño una primavera ya dormida
          como suelen soñar los derrotados,
          que nunca dan la guerra por perdida”.

Pero si antes se confesaba cuando decía:

          “la dicha, diminuta maravilla…”

vuelve ahora a abrirnos el alma en otro cuarteto:

          “nada me pertenece, ni siquiera
          una brizna invisible de tu llanto,
          ni la sombra que cubre con su manto
          la luz de esta tristeza verdadera…”

          Amor o desamor, esa es la cuestión. Para el amor nacimos, aunque luego se torne desamor nuestra existencia, si al principio carente de inclemencia todavía frutal, como en un juego, después candente herida junto al fuego de un tiempo que nos ata y nos alienta, su brisa ayer, hoy pertinaz tormenta, si llanto hoy, mañana ya sosiego…
          Luis Mª Murciano lo resume de manera clara, enternecedora, con su terceto:

          “mas tu recuerdo no desaparece,
          y aunque alcance otra vida más remota,
          jamás sabré vivir sin ver tus ojos…”

O se pone años, muchos años, cuando dice:

          “después de lo soñado y lo vivido
          y del desgarro de la despedida,
          es tan solo el dolor lo que perdura…”

Saben ustedes que esto de la poesía –o de la música, de la pintura, de cualquiera de las artes creativas– es algo muy personal. A mí me parece que estamos ante un Poeta de cuerpo entero, “como la copa de un pino”, que se dice por mi tierra, al que avalan tantísimos premios a pesar de su juventud, como decía antes. Enhorabuena, Luis Mª, y adelante.
          Pero hay otro ganador en este certamen, otro Poeta de cuerpo entero, un hombre joven, como el anterior, también repetidamente premiado en prestigiosos certámenes, y que nos ha ofrecido unos sonetos igualmente estremecedores. Ya me imagino que el Jurado lo haya tenido difícil para dilucidar el orden de los premios, pues es tanta la calidad de los dos poemarios ganadores, que ambos estaban perfectamente capacitados para haber conseguido el triunfo final. Porque el sevillano Enrique Barrero Rodríguez, como se llama el otro Poeta ganador, se adentra en esa “fugaz e incierta cercanía” que es el amor soñado, que son esos deseos que se le van marchando con la tarde, que se resbalan por la cuesta acariciada de un viejo adiós que nunca se desea, y hasta es posible que mansamente se le haya desgarrado la piel al Poeta cuando escribe:
         
          “tal vez amor sea esto solamente,
          una fugaz e incierta cercanía,
          un silencio que duele, la porfía
          de arrancarle sus sombras al presente…”

          Hace ya algunos años me siento afortunado por escribir poesía. Como Luis Mª, como Enrique,  como tantos y tantos, porque estoy seguro de que también ellos, como yo, estamos llenos de amor, de vida, de ilusiones, de sueños, aunque luego –y ojalá sea solo por un instante– se nos desmoronen como un castillo de playa, sueños, ilusiones, amor, y nos pase como al Poeta, como a todo ser humano, que escribe:

          “el tiempo va cercando su frontera.
          El tiempo ya hace estragos y me alcanza
          pues se acerca la hora de perderte…”

          Y en ese desvelo de la desesperanza, del adiós definitivo, cuando el amor se esfuma como ese castillo, como un azucarillo en la pleamar de la amargura, el Poeta vuelve a romperse el corazón diciendo:

          “llegó tarde mi vida a tu ventana.
          El tiempo no hace trampas con el juego.
          Siempre sale con carta ganadora”.

          Mi más sincera felicitación a los ganadores, Enrique y Luis Mª, Poetas ya consolidados en su quehacer creativo, y mi reiteración de agradecimiento al Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca, que han tenido la deferencia de acordarse de mí; a quienes se preocupan por la Cultura en general, porque en ella y en los niños –atención a los niños– está el futuro, y que este se base en la tolerancia, en los sentimientos, que son el origen de la paz. Y como en esa pescadilla que se muerde la cola, de la paz nace más cultura, de la cultura más tolerancia, de la tolerancia… etc… etc…
          Que la Cultura, la Paz, la Tolerancia, así, con mayúsculas, nos hermanen a todos, ya que no pueden transformarnos en niños, lo que a muchos nos gustaría

José Luis Martín Cea

25 años de poesía "SEARUS"-Antología poética 1978-2002


25 años de poesía “SEARUS”
Antología poética 1978-2002

Año de Edición: 2002
Portada: F.A. Herrera
Prólogo: Rogelio Reyes
Poetas:
Onofre Rojano (1978)
Juan Manuel Vilches (1978)
Rosa Díaz (1979)
María Josefa Roales (1979)
Daniel Pineda Novo (1980)
Emilio Durán (1980)
Francisco Mena Cantero (1981)
Francisco Cruz Zafra (1981)
Claudio Jurado Pulgarín (1981)
Jesús Troncoso García (1982)
María del Pilar Cruz de Arana (1982)
Fernando Rodríguez Izquierdo (1983)
Manuel de Fora (1983)
Manuel Gahete (1984)
Manuel Sollo Fernández (1984)
Juan Sebastián (1985)
Estrella Bello (1985)
Andrés Mirón (1986)
Manuel Terrín Benavides (1986)
Manuel Fernández Calvo (1987)
Carmelo Ramírez Lozano (1987)
Carlos Murciano (1988)
Ana María Romero Yebra (1988)
Cristóbal Romero (1989)
Emilio Durán (1989)
Emilio Durán (1990)
Ramón Gálvez Pérez (1990)
Domingo F. Faílde (1991)
Víctor Jiménez (1991)
Ricardo J. Barceló (1992)
Jorge de Arco (1992)
Ramón Gallar (1993)
José Aurelio de la Guía Manzaneque (1993)
Juan José Folguerá (1994)
Santiago Corchete Gonzalo (1994)
Manuel Nogales Orozco (1995)
Manuel Moyano Ortega (1995)
Jorge de Arco (1996)
Juan Carlos de Lara Ródenas (1996)
Marcelino García Velasco (1997)
José Luis Rodríguez Ojeda (1997)
Andrés Mirón (1998)
Santiago Corchete Gonzalo (1998)
María Sanz (1999)
José Luis Blanco Garza (1999)
José A. Ramírez Lozano (2000)
Jerónimo Calero Calero (2000)
Antonio Murciano (2001)
Jerónimo Calero Calero (2001)
José Luis Martín Cea (2002)
José María de Juan Alonso (2002)


Ganadores XXIV Certamen de 2001:
Poetas:
Antonio Murciano
Jerónimo Calero Calero

Ganadores XXV Certamen de 2002
Poetas:
José Luis Martín Cea
José María de Juan Alonso


ACLARACIÓN

          Coincidiendo con el 25 aniversario del certamen poético se editó la antología 25 años de poesía “SEARUS”, donde se incluyeron los poemas ganadores, a nivel nacional, de los certámenes convocados hasta la fecha (1978-2002). Por consiguiente, en la antología se recogieron los trabajos ganadores del XXIV y XXV certamen, convocados en 2001 y 2002 respectivamente.



PRÓLOGO

            Siempre hay que felicitarse por la aparición de un libro de poesía, aunque en este coso se trate en verdad más de un reencuentro lírico que de una rigurosa primicia. Un gozoso reencuentro con los autores y los poemas que el ya prestigioso premio “Searus” ha ido reconociendo en su andadura de un cuarto de siglo y que ahora, con muy buen criterio, recoge en esta valiosa antología que sale a la luz con un cloro propósito  recapitulador y conmemorativo, cerrando así un ciclo temporal que permite apreciar muy bien en perspectiva la trascendencia de tan gran labor al servicio de la poesía.
          Entre todos los géneros literarios la poesía posee, como es sabido, una nota distintiva: es la que dice siempre la palabra más honda, la que interpela al oyente o al lector con su fuerza y una inmediatez que muy raramente hallaremos en la novela o en el teatro. No es sólo un problema de lenguaje ni de configuración métrica. Es más bien el resultado de un modo peculiar y diferente de mirar el mundo, una forma de relacionarse con él que difiere notablemente del modo en que lo hacen otras expresiones de la escritura. Una mirado más esencial, más profunda, más radical, y al mismo tiempo, y paradójicamente, más insuficiente y sugeridora.
          Gustavo Adolfo Bécquer, el gran poeta que se anticipó a la modernidad lírica de nuestro tiempo, dueño de un mundo interior de inusitada riqueza, hablaba sin embargo muy modestamente de la poesía como de una “desconocida esencia” y una “vaga asiración a lo bello”, es decir, como de una vivencia que el mismo poeta no acertará nunca a entender del todo, un deslumbrante himno interior, “gigante y extraño”, que no podrá jamás expresarse en toda su plenitud y que a lo sumo se reducirá, ya convertido en palabras, a unas leves “cadencias que el aire dilata en las sombras”. Porque “en vano es luchar, que no hay cifra / capaz de encerrarlo”…, no hay lenguaje que pueda exteriorizar la plenitud de la experiencia lírica ni forma alguna que fije sus contornos.
          Y Juan Ramón Jiménez, que se pasó toda su vida buscando esa misma plenitud espiritual (“Amor y poesía cada día”), escribió en una ocasión que una cosa era la “poesía” y otra muy distinta la “literatura”. La primera –dijo– es siempre “la expresión de lo inefable, de lo que no se puede decir, de un imposible”. La literatura, en cambio, es “la expresión de lo fable, de lo que se puede expresar, algo posible”.
          Los amantes de la poesía entenderán bien la profunda verdad que late bajo esa sutil distinción del gran poeta de Moguer, de la que se deduce que, frente a la “literatura” (escrita en prosa o en verso, que tanto da), la “poesía (escrita en verso o en prosa, que tanto da también) sería la plasmación del mundo espiritual del escritor en su más alto grado, la supremas destilación de su personalidad más genuina y más auténtica. Como dijo también Antonio Machado, la poesía no puede ser en último término otra cosa que “una honda palpitación del espíritu: lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta al contacto del mundo”.
          Esa paradójica singularidad de la poesía –aspirar a expresar lo inexpresable, a desvelar la veta más profunda y oscura del espíritu– es también lo que reclama un tipo de lector muy particular. Hay grandes lectores de novelas, de teatro o de biografías que sin embargo tienen internamente vedada la familiaridad con la lectura poética, operación que suele requerir una sensibilidad especial y sobre todo una predisposición natural capaz de conectar con ese mensaje esencial que la poesía aspira siempre a transmitir. Quién está versado por predisposición natural o por cultivo del gusto literario en la lectura de poemas es porque está también en posesión, quizá sin saberlo, de claves interpretativas de la realidad, de enfoques y visiones del mundo que no es fácil hallar en los lectores habituales de otros géneros literarios, que “miran” las cosas desde atalayas muy diferentes. Ni mejores ni peores: diferentes. Ser lector de poesía imprime carácter, predispone a una más fluida relación con las verdades esenciales del hombre y, como diría Juan Ramón, con los modos expresivos más auténticos, menos formalizados, menos “literarios”.
          Tal vez por ello no abunden los lectores de poesía. Ni es ésta un género que suscite muchos apoyos para su divulgación, puesto que su rentabilidad editorial y económica suele ser por lo común bien escasa. Apostar por ella es siempre, sin embargo, un signo de distinción espiritual y de buen sentido literario que honra a quienes se arriesgan en esa minoritaria empresa. De ahí el mérito de la acción que a favor de la poesía llevan a cabo algunas instituciones públicas o privadas, en este caso la que inició en el año 1978 la Asociación Cultural “Searus” de Los Palacios y Villafranca con la convocatoria de un premio que cumple ya veinticinco años de vida y que goza de reconocido prestigio en el ámbito de la poesía española de nuestro tiempo. Si excepcional resulta iniciar un proyecto de esta naturaleza, más excepcional aún es asegurar su continuidad. Ambos objetivos han sido cumplidos con este premio, que en la actualidad convoca la Delegación de Cultura del Ayuntamiento con la colaboración de la Asociación Juvenil Cultural “Searus” y la Fundación “El Monte”. Esta interesante antología de los autores premiados a lo largo de estos veinticinco años que ahora se edita viene a dar fe de esa continuidad y sobre todo del alto nivel que el premio tiene desde sus orígenes y de la valiosa nómina de poetas que lo han obtenido.
          Una antología es siempre el resultado de una mirada retrospectiva. Y si esta antología, como es el caso, nace ya con un sentido “histórico”, es decir, presenta los textos en una línea de sucesión temporal, adquirirá también un valor perspectivista, ofrecerá al lector la posibilidad de enjuiciar esos textos en el entramado del discurrir de la poesía. Por eso ahora, al releer los poemas seleccionados, uno se encuentra con un interesante testimonio de la evolución de los gustos poéticos del último cuarto de siglo, con un auténtico “mapa” lírico de las estéticas dominantes, de las corrientes y modas formales y temáticas que se han ido sucediendo en el curso de la poesía española de nuestro tiempo. Y también, naturalmente, del sello particular de cada poeta, de sus voces personales y únicas.
          En este sentido el valor de este libro es doble: por una parte testimonia la certera visión de las personas y de las instituciones que en una población como Los Palacios y Villafranca apostaron en 1978 y siguen apostando hoy por la poesía; y por otra, ofrece a los historiadores de la literatura un significativo panorama del discurrir lírico contemporáneo.
          El rico y variado “mapa” poético que ofrece la antología puede leerse desde varias perspectivas. Si atendemos, por ejemplo, a la condición de los poemas premiados, encontraremos una sostenida exigencia de calidad que dice mucho a favor del empeño y el buen criterio de los sucesivos jurados. En el curso de los años se aprecia, naturalmente una evolución formal y temática acompasada a la de los gustos líricos dominantes. En las primeras ediciones es frecuente encontrar sobre todo poemas de corte clásico y aire popularista. Más tarde van apareciendo propuestas líricas de contenido más audaz y tono más desenfadado, reflejo de la variedad de tendencias de la poesía que se ha venido escribiendo en la España de este último cuarto de siglo. Hay importantes poemas de tema social. Otros de signos existencial y doliente. O la brillantez del lenguaje metafórico. O el intimismo amoroso. También tiene su encaje la poesía de la ciudad –ámbito físico y espiritual del hombre de hoy–, el desencanto existencial, el relativismo moral… Una pluralidad, en suma, de propuestas que el tiempo comienza ya a decantar y a valorar en sus justas medidas y que ilustra muy bien la neutralidad y la independencia de criterio que siempre han presidido la concesión de estos premios, atentos a los aires siempre renovados de los gustos poéticos.
          Si consideramos los perfiles de los petas premiados, aquí la variedad es también muy notable, tanto en lo que respecta a su extracción geográfica (aunque abunden los andaluces, hay autores de muchos puntos de España e incluso de Hispanoamérica) como en lo que se refiere a sus diferentes estéticas. De ahí la gran estimación con que el premio “Searus” cuenta ya entre los poetas de habla hispana. El paso del tiempo se ha encargado de confirmar contrastada valía de muchos de los que en su día lo recibieron. Entre ellos se encuentran destacados exponentes de los grupos poéticos más representativos de la Sevilla de las últimas décadas, como Gallo de Vidrio, Ángaro, Barro, Dendrónoma, etc. Muchos han publicado sus obras en las editoriales y colecciones más prestigiosas de la poesía española de hoy, como Adonais, Visor, Hiperión, Esquimo y algunas otras. Otros han recibido premios de ámbito internacional… Y todos tienen ya en su haber, como nota valorativa, el hecho de figurar en la nómina de la colección del premio “Searus”.
          Los lectores de esta antología podrán comprobar todos esos méritos en la apretada nota biobibliográfica que con muy buen criterio insertan al frente de cada uno de los autores los responsables de la misma, los poetas Francisco Mena Cantero y Víctor Jiménez, a quienes tanto debe la buena andadura y el prestigio del premio “Searus”. Su contrastada sensibilidad poética y su formación literaria son una garantía de rigor en la selección de los textos de esta antología y de solvencia en las próximas ediciones del mismo.
          La nómina de poetas que aquí se ofrece tiene, pues, el marchamo de un reconocimiento público de alcance nacional. Al ser editados ahora juntos, en una sucesión temporal que permite valorarlos con cierta perspectiva histórica, dan fe tanto del acierto de quienes en su día supieron elegir sus poemas como de la vitalidad que sigue manteniendo, veinticinco años después, esta meritoria empresa poética sostenida por la sensibilidad literaria de un lugar como Los Palacios y Villafranca que cuenta, como es sabido, con una rica tradición de escritores de notable valía. La patria real o adoptiva del gran cronista Andrés Bernáldez, del dramaturgo Pedro Pérez Fernández y de los poetas Felipe Cortines y Joaquín Romero Murube, puede aportar con todo orgullo al mundo de la poesía española de nuestro tiempo esta gavilla de textos que año tras año han venido recogiendo algunas de las voces líricas que hoy se leen con todo respeto en nuestro país.
          En el año 1954 Joaquín Romero Murube recordaba con estas palabras aquel paraíso de su infancia que desde la vecina Sevilla llevó siempre en el corazón: “¿Lejano? ¡No! De acacia y de sol, de risa y ternura, de azahar y estiércol, de cal y matojos silvestres, agrio y dulcísimo a una vez, vivo, presencia perenne en la felicidad de mis ojos cerrados y abiertos con gozo inextinguible sobre aquella vida pobre y verdadera” (Pueblo lejano). Para él la lejanía de su pueblo natal era sólo una lejanía física, como aquella que Luis Cernuda pensando en sus orígenes sevillanos, describía desde Oxford en 1941: “Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? / Aquel amor primero, ¿quién lo vence? / Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, / Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?”.
          En esta misma patria del poeta –evocada por él desde la nostalgia sentimental de su “destierro” en el Alcázar de Sevilla– la que ahora, muchos años después de su muerte física pero más sensible que nunca a su memoria lírica, subraya con esta antología de versos su pasión por aquellas mismas cosas a las que en vida tanto amó Joaquín: el dulce encanto de la poesía, la limpia verdad que tras ella se esconde.

Rogelio Reyes
Director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

Premios Searus 2000-XXIII Certamen de Poesía

PREMIOS SEARUS 2000
XXIII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2001
Portada e Ilustraciones: José Gómez Moral
Prólogo: María Sanz
Poetas:
J. Antonio Ramírez Lozano
Jerónimo Calero Calero


PRÓLOGO

          Avanzado los días del otoño, en esta Casa de Cultura de Los Palacios tiene lugar el renovado evento del Certamen de Poesía “Searus”, un encuentro siempre gratificante entre los premiados y el público, con la labor intermedia de mantenerlo, y que me honra ejercer en esta convocatoria. Son veintitrés años de confianza en la creación poética, de apuesta por el valor del verso, en una época como la actual, de escasa repercusión lírica. Todos sabemos lo meritorio que resulta hoy apoyar una labor creativa de semejante naturaleza, en la que siempre subyace un íntimo deseo: conseguir la simbiosis entre cuerpo y alma, entre materia y espíritu, entre sueño y realidad. Así, la poesía, máximo exponente de dicha labor, inflama a quien persigue sus efectos, lo eleva hasta las más ignotas regiones de lo invisible para, finalmente, obligarle a descender cuando las palabras se posan en el espejo de un papel cualquiera, reflejándose en vivencias transformadas a mayor consuelo del solitario que las contempla escritas.
          Ya Carlos Bousoño, en su “Teoría de la expresión poética” nos da unas razones sobre el personaje creador, que “debe responder de la vida, hacerse cargo de sus líneas de fuerza sustanciales, aquellas que sostienen el cuerpo entero de ese vivir”. Meditando sobre esa teoría, hay que alegar que de nada sirven las excusas para no acudir a la llamada inspiradora, a la complicidad del verbo. Una simple estrofa puede hacernos pensar con alguien comprometido con el más allá de su propia realidad, sin que se vea por ello menos cercano en relación al resto de los hombres. El poeta debe convencerse de que lo que es cada vez que se encuentra a sí mismo por medio de la palabra, y este proyecto de vida abarca no sólo la escritura, sino también el hallazgo de un territorio pluridimensional en el que desarrollarse, compuesto de elementos como la belleza, la masculinidad, el paisaje o el silencio, el cual puede estar a la vista de muchos, pero habitado solamente por unos pocos. Y es este espacio íntimo el que dota de amplitud el complejo horizonte del escritor, ser humano al fin y al cabo, sobre cuyo caminar dice un viejo libro indio: “Donde quiera que el hombre pone la palabra, pisa siempre cien senderos”.
          Y por el itinerario de la poesía nos encontramos a los dos autores premiados, extremeño y manchego, respectivamente, que ejercen la creación con excelente dominio. Ellos vienen a engrosar la ya extensa y cualificada nómina de poetas que han visto recompensada aquí algunas muestras de su obra.
          Jerónimo Calero presenta un “Tragado de geometría”. Tiempo, sed, amor y ansia aparecen como coordenadas que determinan su posición en estos puntos existenciales, cuya referencia podrían se los versos citados en el primer poema:
         
          “ A veces falta vida para vivir el tiempo,
          a veces, falta tiempo para vivir la vida”.

          La diversa geometría responde a una manera de ir trazando las experiencias, dentro de un marco formal que constituye el mundo del autor, cuya delineación hace valer un ideal artístico ya fundamentado en la opinión del lingüista Amado Alonso, cuando en su obra “Materia y forma en poesía” dice: “En el lenguaje de la creación poética nada es adorno ni añadido; todo es expresión del sentir, movimiento del alma transmitido al organismo y a la materia como estética regulación”.
          Para componer su tratado, nuestro escritor elige un fondo azul con sinfonías y latidos, el agua consoladora en el camino, la caricia sobre el rostro deseado o el encuentro con la propia esperanza. Cuatro escenarios y cuatro poemas, unos dentro de otros, fundidos en la sola necesidad de ser escritos. Cada elemento, en la medida de su extensión, llega a contener a los demás, sintetizándolos y apropiándose de espacios vitales aunque no estén ubicados en el mismo plano. Jerónimo Calero intenta, y lo consigue, proyectar sobre sí mimo todas esas imágenes que la existencia le muestra sin reparos, quedándose a solas con todo cuanto una huella, un camino, un aliento, una razón. Así, esa geometría versificada fluye y se solidifica, en un continuo descenso a la realidad que, después de los sueños, sigue convirtiendo en hombre al poeta.
          José Antonio Ramírez Lozano ha obtenido el primer premio de este “Searus” 2000. Nacido en Nogales (Badajoz), y licenciado en Filología por la Universidad de Sevilla, reside en esta ciudad donde ejerce como profesor de Lengua y Literatura. Su obra combina la lírica con la narrativa, modalidades en las que ha sido galardonado en numerosas ocasiones.
          De sus publicaciones, hay que citar hasta la fecha en el apartado lírico títulos como “Bestiario de cabildo”, “Bolero”, “Memento”, “Agua de Sevilla” y “Santos llovidos del cielo”, y en el narrativo, “Gárgola”, “La Historia Armilar”, “La derrota de los fabulistas”, “Bata de cola” y “El cuerpo de Maltea”, obras cuyas editoriales se encuentran entre las más importantes de España, como Cátedra, Hiperión, Aguaclara, Libertarias y Algaida.
          Los versos de “Claudicaciones” reflejan la asistencia de José Antonio, como espectador, a su propia obra. Buscan unos motivos, una redención que pueda justificar el por qué de ese eterno retorno que es la humanidad. Hay mucho mérito en combatir el hastío con el poema latente, con ese presentimiento de victoria que ofrece el hallazgo de la palabra adecuada, una íntima satisfacción reservada sólo algunos. Pero las fuerzas ocultas no cejan en su empeño; revisten el tiempo aún por transcurrir, y el poeta siente que claudicar no es la solución, sino escribir ese poema definitivo que siempre está en el aire, inasible, pero cada vez más cerca de rendirse a su autor. José Antonio nos dice que vivir “suspendido del hilo” de su escritura, al expresar:
          “Sé que este es mi triunfo y que es breve, y resisto.
          ¡Oh qué gloria saber que fue eterno este instante”, o como diría Juan Ramón Jiménez, “Presente, porvenir, llama en que sólo / quiero arder…”

          El tiempo, una constante para todo creador, no aparece en este poema como algo que se pierde, sino todo lo contrario. El mismo afán de perpetuarse conlleva al poeta a darse por entero, agotándose en lo que sería no renunciar a lo más puro, a la esencia misma de la intemporalidad. Así se pronunciaba ya antes Unamuno sobre este tema: “El que anhela no morir nunca es porque lo merece, o más bien, sólo anhela la eternidad personal el que la lleva ya dentro”.
          Esta lucha por la supervivencia a través de la poesía queda perfectamente puesta en relieve en cada estrofa de “Claudicaciones”, poema que es sólo una muestra de la firme creatividad de José Antonio Ramírez, de quien hay que decir, tras un conocimiento profundo de su obra, aquello que Borges dijo de Quevedo, que más que un autor es una literatura. Leer a este poeta y novelista, tan ampliamente reconocido en ambas facetas, es compartir con él ese ansia de quedarse en todo y en todos, y es despejar las dudas con su palabra sincera, con su energía poética, tan plena, que a nadie deja indiferente.
          Termino mostrando mi agradecimiento a este Ayuntamiento de Los Palacios por haberme nombrado mantenedora del premio Searus 2000, y mi deseo de que la poesía sea siempre un vínculo fundamental entre todos.

María Sanz
Noviembre 2000