José A. Ramírez Lozano, 1º Premio Searus-2000


JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO

Nota Biográfica (1)
José Antonio Ramírez Lozano. Foto: Jatobrat. Fuente: Sevillapedia

          Nació en Nogales (Badajoz) el 5 de Enero de 1950. Hizo sus estudios de Bachillerato en Cáceres y Badajoz, y luego, estudios de Filología en la Universidad de Sevilla, por la que se licenció en 1975. Desde 1977 imparte clases de Lengua y Literatura Española en Sevilla, ciudad donde reside.
          Ha combinado la escritura de poesía con el relato y la novela, siendo uno de los autores nacidos en Extremadura más prolíferos y premiados fuera y dentro de su región.
          Ha recibido los premios de poesía, Ciudad de Badajoz (1983), Juan Ramón Jiménez (1984), Rafael Alberti (1986), Ricardo Molina (1987), San Lesmes Abad (1991), Rosalía de Castro (1991), Mariano Roldán (1994), Blas de Otero (1995), Ciudad de Irún (1999), Manuel Alcántara para poemas sueltos, y también entre ellos, los de novela o relato Ateneo de Valladolid (1981), Jauja (1983), Azorín (1985) con su novela “Gárgola” que fue candidata al Premio Nacional de Literatura en 1986, Cáceres (1986), Ciudad de Valencia (1989), Juan Pablo Forner(1994), Felipe Trigo (1996), y Jaén de literatura juvenil (1987).
          Está incluido en las antologías Las voces y los ecos de García Martín, en Poesía Épica española (1950-1980) de Julio López y en Elogio de la diferencia de A. Rodríguez Jiménez.

OBRA POÉTICA

Canciones a Cara y Cruz (Aldebarán, 1974, Sevilla)
Antifonario para un derrumbe (Estudios Caja La General, 1977, Granada)
Fabulario 1976-1978 (Col. “Provincia”, nº. LII 1981, León)
Sybila Famiana (Inst. Cultural “Pedro de Valencia”, 1983, Badajoz)
Bestiario de Cabildo (Diputación Provincial 1984, Huelva)
Teluria (Ediciones Caja Ahorros 1987, Cádiz)
Bolero (Publicaciones Exmo. Ayuntamiento 1987, Córdoba)
Cuarto Creciente (Antología Editorial Alcazaba/Libertarias 1989, Madrid)
Yesca (Casa de Galicia 1991, Córdoba)
Memento (Editorial Aguaclara 1991, Alicante)
Pipirifauna (Editorial Hiperión 1995, Madrid)
Agua de Sevilla (Editorial Castillejo 1995, Sevilla)
Azogue Impuro (Asociación E.A.E 1996, Madrid)
Letamía (Editorial Ánfora Nova 1996, Rute)
Oscura Trahumancia (C.C Generación del 27 1997, Málaga)
Valga la redundancia (Editorial Málaga Digital 1997, Málaga)
Santos llovidos del cielo (Editorial Hiperión 1998, Madrid)
Los Visigodos (Diputación de Málaga 1999, Málaga)
El arquero ciego (Kutxa 1999, San Sebastián)

OBRA NARRATIVA

Flos Sanctorum, (Ayuntamiento Valladolid 1981)
Gárgola (Ediciones Cátedra 1985, Madrid)
Titirimundi (Ediciones Libertarias 1987, Madrid)
Pío (Inst. Cultural “El Brocense” 1988, Cáceres)
La gran oca (Editorial Amós Belinchón/Uberto Stábile 1990, Valencia)
La Historia Armillar (Editorial Aguaclara 1991, Alicante)
La derrota de los fabulistas (Editorial Aguaclara 1994, Alicante)
Animañas (Editorial Regional de Extremadura 1995, Mérida)
Bata de cola (Editorial Regional Extremadura/Libertarias 1995, Madrid)
El birrete de papel (Diputación Provincial de Badajoz, 1996)
Las argucias de Frestón (Editorial Algaida 1997, Sevilla)
El cuerno de Maltea (Editorial Alfaguara 1997, Madrid)
Letanías de San Garabito (Editorial Algaida 2000, Sevilla)

          José A. Ramírez Lozano, noviembre de 2001.


Nota Biográfica (2)

          José Antonio Ramírez Lozano –Nogales, Badajoz 1950- es Licenciado en Filología y profesor del IES Mateo Alemán de San Juan de Aznalfarache. Poeta y narrador, ha publicado más de cuarenta obras, galardonadas las más con premios como el Juan Ramón Jiménez, R. Alberti, Ciudad de Irún o Blas de Otero de poesía; y Ateneo de Valladolid, Azorín, Felipe Trigo o Jaén de novela. Acaba de publicar los reinos de Artemón, Ed. Algaida Sevilla, y El mapa de los sueños, Ed. Alfaguara, Madrid.

Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002




Obra: “CLAUDICACIONES”
1º Premio, XXIII Certamen de Poesía Searus, 2000



                              Se que este es mi triunfo y que es breve, y resisto
                                       ¡Oh qué gloria saber que fue eterno este instante!



Ni arqueros ni caballos, ni siquiera enemigos.
Renegar del oficio. No leer uno solo
de estos versos que un día lejano ya escribí.
Olvidarlos adrede, darme buenas razones
para que nunca más confundan mi palabra.
Esa que nunca dije y que lo nombra todo
con su muda constancia, como le pasa al amor.

Ni arqueros ni caballos, ni siquiera enemigo.
Sin pretenderlo casi, asiste al poema
que has hecho a la ventura y en el que apenas si
pusiste la desgana, el cansancio, ya viejo,
de emborrachar la nada con los versos de siempre.
Y contra tu desidia de príncipe aburrido
otra vez el poema  –míralo aquí– se salva
sólo por el oficio y esa verdad impura
–oro del alma dicen– que arrastran las palabras.

El poema te crece ya viejo entre las manos
y te elige a ti mismo su lector y te dice
palabras que escribiste creyendo que eran tuyas
y que ahora se vuelven contra ti denunciando
tu oficio, esa ambición ya vieja de los hombres
por hacer suyo el fruto celeste del oráculo.

Hay poemas que nunca llegarán a pagarte
con la dicha fugaz del más noble entusiasmo.
Sin embargo, uno sigue escribiéndonos porque
se asemejan a ese viejo instinto que llaman
de la supervivencia y te dan ocasión
–lo mismo que esas tardes tediosas del invierno–
de rematar el día sin apenas palabras.

A veces, esas tardes tediosas del invierno,
castigan mi rutina con el pensamiento
de que la Muerte asedia mis días terrenales.
Ni arqueros ni caballeros han de valerte entonces.

Cuando ya no te queda otra complicidad
que el tiempo y la palabra, la mejor resistencia
es rendirse al oscuro procónsul del abismo
y leerle despacio –desesperantemente–
esa letra pequeña de las claudicaciones.
Hasta que ya la noche confunda sus banderas.

Claudicar no es lo propio de los bravos procónsules.
Pero si la vejez –hueste oscura y amarga–
te reclama otras guerras, claudicar en los campos
de Hispania puede ser una vieja estrategia
para que así la Muerte se busque otro enemigo.

Ni arqueros ni caballos, mi escritura tan sólo.
Yo soy éste que escribe aunque ya nada tenga
que decir y se empeña en seguir escribiendo
palabras más allá de sus propias palabras.
Como la araña, vivo suspendido del hilo
de mi escritura. Se que la Muerte me acecha
agazapada al fondo del abismo, a sabiendas
de que mientras escriba no podrá contra mí.
Se que es éste mi triunfo y que es breve, y resisto.
¡Oh qué gloria saber que fue eterno este instante!
¡Qué durar es lo mismo que escribir y que aún puedo
escribir sin decir nada a cambio! Tan solo
por tener a la Muerte sumisa, como un perro,
aguardando este punto final de mi suicidio.

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