Manuel Fernández Calvo, 1º Premio Searus-1987


MANUEL FERNÁNDEZ CALVO

Nota Biográfica


          Leonés de Valencia de Don Juan, Manuel Fernández Calvo (14-1-28) vino destinado a Sevilla en 1976, aunque todavía hubo de asistir a clase, durante el curso 1967-1968, para obtener el grado de Licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca.
           Ya en Sevilla, sin otros paréntesis de ausencia, se pone en contacto con distintos poetas hasta constituir el grupo fundacional de la colección de poesía “Ángaro”, cuyo primer número saldría en marzo de 1969. Este mismo año se convocó el “Premio Ángaro” para ser fallado en enero de 1970.
          De su obra publicada destacamos: De las memorias del niño que yo era (Ed. Ángel Caffarena. Cuadernos del Sur. Málaga, 1972); Elegía íntima. Premio Ceuta 1973-74. (Ángaro. Sevilla, 1975); El dedo en el Cristal. (Ángaro, Sevilla, 1978); Parábola de las tentaciones (Arbolé, Madrid, 1979); Mar sin orillas (Montevideo. Uruguay 1980. 2ª ed. Sevilla, 1989); Están lejos los álamos. Premio Café Marfil 1978. (Ángaro, Sevilla, 1981); Bazar de la tragedia. Prmio Ricardo Molina 1982. (Ayuntamiento de Córdoba); Églogas en el agua del regreso. Premio Aljarafe 1981. (Espiga azul. Sevilla, 1983); Premio Poesía “Searus”, (1987); Huellas. Premio Antonio Machado. (1ª ed. Ayuntamiento de Sevilla, 1989. 2ª ed. Brevior. Sevilla, 1990); Equidistante azoque. Premio Ciudad de Toledo “Rodrigo de Cota 1989”. (Ayuntamiento de Toledo, 1990); Y Dios espera. Premio San Lesmes Abad 1990 (Ayuntamiento de Burgos, 1991), y Glorieta del 98 (Asociación de escritores y artistas españoles. Madrid, 1999).
         
         
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002



Obra: “RETORNO A LA PRIMAVERA”
1º Premio, X Certamen de Poesía Searus, 1987


CON LAS PRIMERAS HOJAS
                    I

En esta soledad de ahora
                    (¿cómo
saber si me encarcela o me defiende,
si me anuda o desata
la proyección del sueño hacia la vida?),
mis dedos palpan, polvo adentro, el gozo
de un libro mío en el estante.
                    Siento
como si un corazón resucitara,
como si una prensada mariposa
se escapara del libro
para alentar el viento de un paisaje
dormido y familiar.
Y me miro en el viejo y pardo tronco
del poema y me siento verdecer como un árbol,
nuevamente la savia conquistando la altura.

Todo vuelve a su origen
y la palabra cobra poder de encantamiento:
leo “río”, y el agua me refleja;
“pasión”, y se me ahoga
la razón en el mar de los sentidos.

Cierro el libro, me asomo a la ventana
y es como se leyeran mis ojos el paisaje.
Y otra vez, en le chopo
donde dejara escrita mi fecha más gloriosa,
enhebran  las agujas de sus ramas altísimas
el verde tierno de la primavera.

Acaso no nacemos
ni morimos
del todo.
Quizás un mismo tronco nos sostiene
y en una misma savia nos amamanta el tiempo.
La niñez y la hombría,
la vejez y la muerte,
cubren las estaciones
del árbol invisible de los siglos.

Pienso que de este tronco, de esta rama,
de este mínimo tallo que me sustenta, puede,
tras el frío de innúmeros inviernos,
nacer el brote exacto
que repita los sueños que he vivido,
el hombre nuevo que mis pasos ande.

Tal vez, en los remotos umbrales de otra era,
un hombre tome del estante el libro
que hoy sostienen mis manos,
y en el espejo oscuro de sus páginas halle
su propia voz escrita,
y se viva a sí mismo en cada verso,
y sienta que en sus venas
un tronco lejanísimo verdece.

Cerrará el libro, luego, y abrirá la ventana
-marzo pasará entonces
encendiendo en los árboles desnudos
el oro nuevo de la primavera-,
y con ausente voz y alma dolida
dirá, mientras sus ojos van leyendo el paisaje:
“En esta soledad de ahora…”.


            ABRIL
Homenaje a Juan Ramón
                II

Son millones de siglos
hasta el átomo justo. Son millones
de geológicos pasos minerales
abriéndose camino por el sueño
vegetal de la savia arriba. Son
millones de millones
de plantas sucediéndose en oscura
luz sin nadie, entregando ciegamente
su mensaje a la tierra
sólo
          para
que en este claro día
de abril, ante mis ojos, una rosa
desnude su hermosura
                    y en mi espíritu
se cumpla la belleza.
                    …¿Y me  preguntas
si mereció la pena haber vivido?


          BULBOS
                III

He sembrado en mi huerto tulipanes,
iris de Holanda, crocos, peonías, jacintos.

(-Alma, ¿no me decías
que hay que enterrar el corazón y el sueño
para enfrenar el tiempo y su costumbre?).

Estoy ahora en desazón de hallazgo.

¿Cómo explicarle al hombre
que es más hermoso el mundo desde ahora?

¿Cómo vivir ahora en tal belleza
bajo el dolor de tanta muerte inútil?

¿Cómo morirme ahora que florecen
en mi huerto jacintos, peonías,
crocos, iris de Holanda, tulipanes?


          OPTIMISMO
                    IV

Hoy mi mano invisibles se aferró a la nostalgia
y me ha traído el tiempo frutal de la inocencia.
Nuevamente mis ojos inauguran la vida
y es un compás de música mi latido en las venas.

Y me asomo al enigma coloquial de las flores
con el tacto encendido de luces extrahumanas,
y cierro los estanques gemelos de mis ojos
para apresar en ellos las estrellas más altas.

Todo en mí se concentra como una interrogante
cuya respuesta excede los límites del sueño.
El misterio es el gozo de descubrir la vida.
Mi corazón se expande y abraza al universo.

Hoy mi mano invisible se aferró a la nostalgia
de aquella primavera donde el amor fluía
como una catarata que saltara a los cielos
y salpicara al orbe de alegría infinita.

Mañana, cuando suenen otra vez los relojes
su alarma por el tiempo que se nos fue, y recuerde
mi corazón herido que ya no queda nada
más que la certidumbre incierta de la muerte,

diré, como otras veces he dicho, que la vida
es la sombra de un fuego que se resuelve en humo,
que la esperanza inmola nuestro tiempo en la espera,
que el enigma nos traba, que el misterio es oscuro.

Pero ahora que enhebra mi nostalgia el recuerdo
de un tiempo no estrenado y un corazón de niño,
me sumerjo en la dulce ficción de imaginarme
que la esperanza sigue dialogando conmigo.


          VIEJO DEL ASILO
                        V

Su espíritu tantea los umbrales
de la niñez, ahora que examina
la extinta fuerza de sus brazos: mina
que explotaron anémicos jornales.

Nunca poseyó bienes; como tales
tuvo su joven gracia masculina,
pero hoy se sabe pobre y en la ruina
de esos viejos pecados capitales.

Mastica con dolor y diente escaso
la miga de ogro pan, que está ya seco
su orgullo en el olvido y la desgana.

Piensa si estará muerto y, por si acaso,
se busca el corazón sobre el chaleco
por los surcos sin riego de la pana.


          METEMPSICOSIS
                         VI

No me aguijó la prisa: no me cumple
los sueños ser caballo.
No serpiente, que aguza en huella ajena
la herida de sus labios.
No león o pantera: nunca zarpas
aprestadas al asalto,
que aunque me dicen que la vida es lucha,
yo equivoco golpes, pero nunca ataco.
Águila real… Ah, no; no fueron reales
Jamás los hitos de mis sueños altos.

Ni águila, ni felino,
ni reptil, ni caballo,
que siempre tuve en tierra las raíces
y la cabeza a pájaros.
De no ser hombre, habría
preferido ser árbol:

El olmo, en un camino, al que un poeta
visitara de vez en vez, allá, por mayo,
o en la ribera del amor, acorde
con el agua y el viento, el alto álamo:
una flecha gloriosa en la corteza
y un corazón tatuado.

Ni salvaje en la ciénaga tropical de la jungla
ni sumiso en la selva de hormigón y de asfalto.

Ser encina en le sur, humilde encina,
frondosamente encina abierta al campo
abierto y encendido de la gleba,
donde un bracero adusto y milenario,
ahíto de sudores, a mi sombra soñara
su siesta de verano.

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