Domingo F. Faílde, 1º Premio Searus-1991


DOMINGO F. FAÍLDE

Nota Biográfica (1)

          Domingo F. Faílde nació en Linares (Jaén) el 17 de octubre de 1948. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada y, en la actualidad, profesor de filología clásica y literatura participa en la fundación de la revista Tragaluz, que dirigiera Álvaro Salvador, en aquella capital andaluza, a finales de los años setenta.
          Premiado en diversos certámenes, colabora en revistas literarias así como en la prensa, cultivando la crítica y el ensayo. Ha publicado, hasta la fecha, los siguientes libros de poemas: Materia de amor (1979), Oficio y ritual de la nueva Babel (1980), Cinco cantos a Himilce (1982), Ese mar de secano que os contemplo (1983), Qásida para un sueño inacabado (1983) y Patente de corso (1986).
          De lo incierto y sus brasas obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Juan Alcaide” en su edición de 1987. En palabras de Pablo García Baena, “se trata de un libro de lenguaje jugoso y rico (…). El poeta se mueve casi siempre en el mismo mundo, el amor, la nostalgia, la muerte. En Faílde hay una clara presencia no sólo del amor sino de la nostalgia del pasado y de la añoranza de un paraíso que él sitúa en el Sur”.
          En Algeciras, pórtico del Mediterráneo, reside desde hace tiempo. Su obra ha sido recogida en algunas antologías. Codirige la colección de libros Cuadernos de al Andalus.

Domingo F. Faílde, noviembre de 1992.
         


Nota Biográfica (2)

          Domingo F. Faílde (Linares, Jaén, 1948).
          Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. Profesor de Literatura. Reside en Algeciras.
          Fundador de revistas y otras publicaciones. Miembro de número del Instituto de Estudios Campogibraltareños, de cuya Sección VI (Literatura y Periodismo) fue presidente.
          Socio fundador de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios. Coordinador de La Isla, suplemento cultural del diario Europa Sur. Colabora en Cuadernos del Sur (Diario Córdoba), Papel Literario (Diario Málaga-Costa del Sol) y otras publicaciones especializadas.
          Ha obtenido, entre otros, los premios Juan Alcaide (1987), Ciudad de Algeciras (1991), Premio de Poesía Searus (1991), Miguel Hernández (1993) y Antonio González de Lama (1994).

Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002
         
         



Obra: “CIERTO AROMA DE MÚSICA”
1º Premio, XIV Certamen de Poesía Searus, 1991


                                                
                                                           “Cual suele el ruiseñor con triste canto
                                                 quejarse…”
                                                                     (Garcilaso de la Vega)


                                                           “…en el lugar de mi ceniza”.
                                                                     (Jorge Luis Borges)



 NOSTALGIA DE OCTUBRE

DE todos esos años,
sólo quedó el otoño
y, acaso, la nostalgia.

Me pregunto a menudo
por qué siempre perdura la tristeza,
en un armario viejo, con los valses antiguos.

La memoria –supongo–
tiene un código gris en sus estantes,
con palabras precisas y una música
que huele a alcoba húmeda, un poco más incierta.

Luego, sucede algo –claró está,
intranscendente–,
ínfimas nimiedades como un véspero ardiendo
y otras cosas, en fin,
que no importan a nadie.
Escribir un poema o un concierto
o un diálogo de sordos
para la soledad.



NOTA BENE

MATURALMENTE, es falso
todo cuanto aprendimos sobre el tiempo,
a saber:
presuntas cualidades curativas,
venia docendi con opción a infalibilidad,
patente de virtud
y otras veces –las menos–
de cordura.
Eso, sin omitir la ilusión óptica
del que espera el maná o la justicia,
al filo del abismo
cuando no despeñado.
La existencia, ya veis, es un desfile
de mitos y modelos;
lo demás, forma pura a-priori de la sensibilidad:
Quiero decir
del arte.



LITURGIA MOZÁRABE

MIENTRAS la luz dorada se desliza
por el muro y asciende
la música, el poema
va abriendo las ventanas
por donde, liberada, la belleza
yace desnuda,
se deja contemplar y retratar.
Y uno sabe que, envuelto por la niebla,
el verbo se hace humo,
y es su sonido un viento remoto, derramándose.

Mientras la luz dorada trepa por las columnas
y ocupa los lugares lóbregos de la noche,
hacemos el amor,
casi sin importarnos
aquel caballo rojo
por el que hemos pagado todo su reino.



ACERCA DE LA VIDA LICENCIOSA

POR  vuestra sabia mano gobernada
-con perdón y licencia de Fray Luis-,
enderecé mi vida a la molicie
y el placer.
                    De manera
que, pagano de mí, según prescribe
la Santa Madre Iglesia,
ofrecí sacrificios al busto de Bo Derek,
oré en los santuarios de Raquel Welch,
e incliné la cabeza
-por pura cortesía en este caso-
ante los aspirantes made in Spain
al juicio de Paris.

Cual entera salí: Puedo jurarlo.

Con música extremada
-vuelvo a pedir perdón a quien proceda-,
supisteis disiparme, señora, conduciéndome
por la caricatura de la felicidad.

Después de aquel derroche de juventud e incienso,
no saqué nada en claro
salvo alguna jaqueca irrelevante
y el natural propósito de enmienda.

Solemnemente, a esto
los censores le llaman vida licenciosa.



POST SCRIPTUM

ACUÉRDATE de aquella
luz varada en la noche,
el pórtico entreabierto,
e, indemne, en la penumbra,
tu juventud.
                    Recuerda
cómo anduvo mi mano por caminos de fuego
en pos de la amatista
que se embriagó en tu vientre.
Vuela hasta la fragancia
donde reposa el mar.
Embárcate en la asidua
plenitud de las horas.
Huye, después, del tiempo o el olvido:
La muerte es un estanque,
un sueño sin memoria,
y la pasión un buque fantasma de papel.



ELOGIO MODERADO DEL CONCEPTISMO

EN ciertas latitudes de la vida,
al norte,
normalmente,
del paralelo 40
(en la existencia, como en los mapas,
todo es convencional
y relativo),
uno acusa el cansancio
y espera que le hablen de la muerte
con alguna esperanza: Es decir,
con resignación.
Comprendemos entonces que, cuando sopla el cierzo,
los adornos nos sirven de muy poco:
Gustan las cosas claras
para encender lo oscuro.



DE LA CONSOLACIÓN DE LA POESÍA

                              “Primero amarla, después amarla”.
                                       (Antonio Enrique)


AMARLA, sobre todo. Sobre todo.
Porque, ¿Cómo os diría?,
su cuerpo es el atril de lo infinito,
la sensación, la espuma,
fundamento
del polen y la luz.

Amarla en el secreto indivisible
del profanado tálamo, arrojándose
al gozo de asentir, a las vidrieras
traslúcidas del ser.

Conviene, en este trance, alertar la mirada
en torno al espejismo del tiempo y sus estigmas,
atenta al resplandor sólo de lo indeleble.
Luego, aguardar que lluevan pétalos sustantivos.
Y, en fin, quitarle el nombre,
Despojarla de toda identidad, excepto
la desnudez que instila su perfume al amor.



PEQUEÑA MÚSICA NOCTURNA

¿QUIÉN conoce los cuerpos y las ascuas?
En medio del arpegio nocturno o de la música,
adquieren el aspecto clandestino
de aquellas formas imposibles, casi
aéreas, que algún día deseamos
y se desvanecieron en la consumación.

Dejaron, solamente, un aroma levísimo,
un aura irrepetible,
que tal el tiempo singa: Ceremonia
del recordar. O el límite
entre la luz y el sueño.

Dejaron, solamente, un sonido apagándose,
una queja en el viento
con la rúbrica helada -¡cómo no!-
de la tristeza: El rito, rutina melancólica
de apurar lo evadido. O el pretexto
de simular la vida.

En todo caso, ahora, mientras escucho a Mozart,
sé que todo es pasado:
                              Y, quizá, sin sentido
esta acrobacia ingrávida
que uno, así, por deporte,
se impone cada día, cada hora,
al cabo entrenamiento para la rendición.



AVIVE EL SESO Y DESPIERTE

CONTEMPLANDO, por puro aburrimiento,
el espectáculo insustancial
de dos labios besándose
en plena luz del día (acaso saben
que tienen un futuro
por delante
y una elegía envidiosa por detrás).

Allí, junto a la tapia,
qué hermosos esos cuerpos ignorados
que apenas se adivinan, como un buque en la niebla.
En ellos me retrato, mas no me reconozco.
Ahora sé que he perdido mi vida, contemplando
cómo se me apagaba la lámpara en mis manos,
mientras el mundo ardía.



ADAGIO

HED, pues, que nadie alumbra
este letargo.
                    Nadie
puede apresar, insomnio, este jacinto
cuyo rubor el aire
se atribuye: Desierto
es la palabra. Y sombra.

Mudo en la aurora, esfinge su figura,
en el azul dibujo mi silencio.



EL POETA PRESENTA SUS EXCUSAS

BIEN sé que no debiera
haber puesto los nombres en su sitio,
en ese estanque seco
donde el otoño arroja
la lívida hojarasca de su desolación.
La tristeza
-me digo-
no necesita música,
y el amor, ya extinguido,
renace entre las sílabas opacas del silencio.
Pido disculpas por haber hablado
y me voy,
sin remedio,
al cuarto oscuro.



EPÍLOGO

                    (Dies irae)


SI he de permanecer,
sea
en el mármol,
partitura de luz entre dos fechas.

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