Premios Searus 2003-XXVI Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2003
XXVI Certamen de Poesía

Año de Edición: 2004
Portada e Ilustraciones: Manuel Paéz Gutiérrez
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: José Luis Martín Cea
Poetas:
Luis María Murciano –ex aequo–
Enrique Barrera Rodríguez –ex aequo–



PRÓLOGO


          Todos los hombres tenemos vivencias, todos amamos algo o tenemos recuerdos indelebles: donde se ha nacido, donde se vive, donde estuvo la primera infancia o la adolescencia con sus primeros amores, o incluso varias de ellas a la vez. Y por qué no, si aún laten dentro de nosotros después del tiempo. Aunque haya diversas formas de amar, tanto a las personas como a los lugares y a las cosas.
          Cuando en el otoño de 2000 tuve la satisfacción de conocer Los Palacios y Villafranca, la de aquellos antiguos arenales, volví a hacerme joven, aunque no sea todavía muy viejo. Desde 1957 no había vuelto a Sevilla hasta la Expo del 93, pero aquella fue una visita a la Expo, no a Sevilla. Por eso, 45 años después (también era noviembre cuando llegué por vez primera) se me hicieron los ojos chiribitas al bajar en la estación de Santa Justa, aunque no conociera nada más que el nombre: Sevilla. Yo fui alumno de la Universidad Laboral, Colegio Alfonso el Sabio, en aquellos años, del 57 al 60. Digo esto por si hay aquí algún antiguo compañero de fatigas a quien abrazar. Allí, en esa Universidad Laboral a la que no he vuelto, pero tan llena de recuerdos imborrables, me concedieron el primer premio literario, que se llamaba “Horizontes”, y que consistió en 500 pesetas que gastamos en hermanada amistad unos cuantos amigos. Entonces –casi 50 años han pasado, Dios mío, con qué velocidad–  la plaza de España estaba acaso igual que ahora, pero sin andamios y llena de palomas, a las que la gente se encargaba de alimentar, y bien, con aquellas bolsas de alpiste que vendían en tenderetes de quita y pon, el estadio del Betis se llamaba Heliópolis, y en el Nervión el Sevilla le metia 5-0 al Valladolid, gastándome en la localidad las 50 pesetas que tenía como asignación paterna para todo un trimestre…
          Pero yo no he venido a hablar de esto, o solo de esto, sino de Poesía. Si me he permitido, pues, este incido, es porque aquí comenzaron mis primeros versos, que como pequeños Guadianas se fueron asomando y escondiendo, volviendo a asomar y a esconderse a lo largo de bastantes años… Todos ustedes saben que la vida no es siempre como uno quiere y así hay que admitirlo, aunque no se pueda escribir poesía porque haya otras necesidades más perentorias de subsistencia.
          Desde aquella juventud que permanece viva en el recuerdo, que ha sido origen de más de un verso, ha llovido mucho, se desvanecieron aquellos amores adolescentes casi imposibles que ahora, como una premonición, nos recuerda el Poeta ganador, Luis Mª Murciano:

          “…trazar la ruta en este laberinto
          de recuerdos, de risas escondidas,
          de mágicas mañanas ya perdidas
          en las que tu rocío era distinto…”
         
          Al Poeta ganador solo lo conozco de oídas, sé que es madrileño, y por su currículum compruebo con agrado que, a pesar de su juventud, tiene un extensísimo rosario de premios, tanto en verso como en prosa. En mi tierra, como tal vez en otras distintas, hay un refrán que dice “de casta le viene al galgo”, pues es hijo, nada más ni nada menos, que de Don Carlos Murciano, a quién sí tengo el gusto de conocer encantadoramente.
          En uno de sus sonetos premiados –yo creo que el soneto es uno de los padres de la Poesía– habla de un pueblo blanco (que solo puede ser andaluz, como lo son sus raíces gaditanas de Arcos de la Frontera) y en él se agarra al amor, al desamor, a la vida, cuando escribe:
          “nadie podrá borrar lo que vivimos…”
aunque luego se le escape de los dedos, de la memoria, del corazón mismo.
          Este servidor de ustedes, poeta de tierra adentro, de esa Castilla del norte seca, dura, gris, callada, que no posee naranjos ni olivares, que no tiene sino sus propios silencios esparcidos por el aire y un viejo caudal de olvidos amamantando su alma, se hace cántico y distancia de lejanas soledades mientras lee otro terceto que bien quisiera hacer suyo:

          “sueño una primavera ya dormida
          como suelen soñar los derrotados,
          que nunca dan la guerra por perdida”.

Pero si antes se confesaba cuando decía:

          “la dicha, diminuta maravilla…”

vuelve ahora a abrirnos el alma en otro cuarteto:

          “nada me pertenece, ni siquiera
          una brizna invisible de tu llanto,
          ni la sombra que cubre con su manto
          la luz de esta tristeza verdadera…”

          Amor o desamor, esa es la cuestión. Para el amor nacimos, aunque luego se torne desamor nuestra existencia, si al principio carente de inclemencia todavía frutal, como en un juego, después candente herida junto al fuego de un tiempo que nos ata y nos alienta, su brisa ayer, hoy pertinaz tormenta, si llanto hoy, mañana ya sosiego…
          Luis Mª Murciano lo resume de manera clara, enternecedora, con su terceto:

          “mas tu recuerdo no desaparece,
          y aunque alcance otra vida más remota,
          jamás sabré vivir sin ver tus ojos…”

O se pone años, muchos años, cuando dice:

          “después de lo soñado y lo vivido
          y del desgarro de la despedida,
          es tan solo el dolor lo que perdura…”

Saben ustedes que esto de la poesía –o de la música, de la pintura, de cualquiera de las artes creativas– es algo muy personal. A mí me parece que estamos ante un Poeta de cuerpo entero, “como la copa de un pino”, que se dice por mi tierra, al que avalan tantísimos premios a pesar de su juventud, como decía antes. Enhorabuena, Luis Mª, y adelante.
          Pero hay otro ganador en este certamen, otro Poeta de cuerpo entero, un hombre joven, como el anterior, también repetidamente premiado en prestigiosos certámenes, y que nos ha ofrecido unos sonetos igualmente estremecedores. Ya me imagino que el Jurado lo haya tenido difícil para dilucidar el orden de los premios, pues es tanta la calidad de los dos poemarios ganadores, que ambos estaban perfectamente capacitados para haber conseguido el triunfo final. Porque el sevillano Enrique Barrero Rodríguez, como se llama el otro Poeta ganador, se adentra en esa “fugaz e incierta cercanía” que es el amor soñado, que son esos deseos que se le van marchando con la tarde, que se resbalan por la cuesta acariciada de un viejo adiós que nunca se desea, y hasta es posible que mansamente se le haya desgarrado la piel al Poeta cuando escribe:
         
          “tal vez amor sea esto solamente,
          una fugaz e incierta cercanía,
          un silencio que duele, la porfía
          de arrancarle sus sombras al presente…”

          Hace ya algunos años me siento afortunado por escribir poesía. Como Luis Mª, como Enrique,  como tantos y tantos, porque estoy seguro de que también ellos, como yo, estamos llenos de amor, de vida, de ilusiones, de sueños, aunque luego –y ojalá sea solo por un instante– se nos desmoronen como un castillo de playa, sueños, ilusiones, amor, y nos pase como al Poeta, como a todo ser humano, que escribe:

          “el tiempo va cercando su frontera.
          El tiempo ya hace estragos y me alcanza
          pues se acerca la hora de perderte…”

          Y en ese desvelo de la desesperanza, del adiós definitivo, cuando el amor se esfuma como ese castillo, como un azucarillo en la pleamar de la amargura, el Poeta vuelve a romperse el corazón diciendo:

          “llegó tarde mi vida a tu ventana.
          El tiempo no hace trampas con el juego.
          Siempre sale con carta ganadora”.

          Mi más sincera felicitación a los ganadores, Enrique y Luis Mª, Poetas ya consolidados en su quehacer creativo, y mi reiteración de agradecimiento al Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca, que han tenido la deferencia de acordarse de mí; a quienes se preocupan por la Cultura en general, porque en ella y en los niños –atención a los niños– está el futuro, y que este se base en la tolerancia, en los sentimientos, que son el origen de la paz. Y como en esa pescadilla que se muerde la cola, de la paz nace más cultura, de la cultura más tolerancia, de la tolerancia… etc… etc…
          Que la Cultura, la Paz, la Tolerancia, así, con mayúsculas, nos hermanen a todos, ya que no pueden transformarnos en niños, lo que a muchos nos gustaría

José Luis Martín Cea

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