25 años de poesía "SEARUS"-Antología poética 1978-2002


25 años de poesía “SEARUS”
Antología poética 1978-2002

Año de Edición: 2002
Portada: F.A. Herrera
Prólogo: Rogelio Reyes
Poetas:
Onofre Rojano (1978)
Juan Manuel Vilches (1978)
Rosa Díaz (1979)
María Josefa Roales (1979)
Daniel Pineda Novo (1980)
Emilio Durán (1980)
Francisco Mena Cantero (1981)
Francisco Cruz Zafra (1981)
Claudio Jurado Pulgarín (1981)
Jesús Troncoso García (1982)
María del Pilar Cruz de Arana (1982)
Fernando Rodríguez Izquierdo (1983)
Manuel de Fora (1983)
Manuel Gahete (1984)
Manuel Sollo Fernández (1984)
Juan Sebastián (1985)
Estrella Bello (1985)
Andrés Mirón (1986)
Manuel Terrín Benavides (1986)
Manuel Fernández Calvo (1987)
Carmelo Ramírez Lozano (1987)
Carlos Murciano (1988)
Ana María Romero Yebra (1988)
Cristóbal Romero (1989)
Emilio Durán (1989)
Emilio Durán (1990)
Ramón Gálvez Pérez (1990)
Domingo F. Faílde (1991)
Víctor Jiménez (1991)
Ricardo J. Barceló (1992)
Jorge de Arco (1992)
Ramón Gallar (1993)
José Aurelio de la Guía Manzaneque (1993)
Juan José Folguerá (1994)
Santiago Corchete Gonzalo (1994)
Manuel Nogales Orozco (1995)
Manuel Moyano Ortega (1995)
Jorge de Arco (1996)
Juan Carlos de Lara Ródenas (1996)
Marcelino García Velasco (1997)
José Luis Rodríguez Ojeda (1997)
Andrés Mirón (1998)
Santiago Corchete Gonzalo (1998)
María Sanz (1999)
José Luis Blanco Garza (1999)
José A. Ramírez Lozano (2000)
Jerónimo Calero Calero (2000)
Antonio Murciano (2001)
Jerónimo Calero Calero (2001)
José Luis Martín Cea (2002)
José María de Juan Alonso (2002)


Ganadores XXIV Certamen de 2001:
Poetas:
Antonio Murciano
Jerónimo Calero Calero

Ganadores XXV Certamen de 2002
Poetas:
José Luis Martín Cea
José María de Juan Alonso


ACLARACIÓN

          Coincidiendo con el 25 aniversario del certamen poético se editó la antología 25 años de poesía “SEARUS”, donde se incluyeron los poemas ganadores, a nivel nacional, de los certámenes convocados hasta la fecha (1978-2002). Por consiguiente, en la antología se recogieron los trabajos ganadores del XXIV y XXV certamen, convocados en 2001 y 2002 respectivamente.



PRÓLOGO

            Siempre hay que felicitarse por la aparición de un libro de poesía, aunque en este coso se trate en verdad más de un reencuentro lírico que de una rigurosa primicia. Un gozoso reencuentro con los autores y los poemas que el ya prestigioso premio “Searus” ha ido reconociendo en su andadura de un cuarto de siglo y que ahora, con muy buen criterio, recoge en esta valiosa antología que sale a la luz con un cloro propósito  recapitulador y conmemorativo, cerrando así un ciclo temporal que permite apreciar muy bien en perspectiva la trascendencia de tan gran labor al servicio de la poesía.
          Entre todos los géneros literarios la poesía posee, como es sabido, una nota distintiva: es la que dice siempre la palabra más honda, la que interpela al oyente o al lector con su fuerza y una inmediatez que muy raramente hallaremos en la novela o en el teatro. No es sólo un problema de lenguaje ni de configuración métrica. Es más bien el resultado de un modo peculiar y diferente de mirar el mundo, una forma de relacionarse con él que difiere notablemente del modo en que lo hacen otras expresiones de la escritura. Una mirado más esencial, más profunda, más radical, y al mismo tiempo, y paradójicamente, más insuficiente y sugeridora.
          Gustavo Adolfo Bécquer, el gran poeta que se anticipó a la modernidad lírica de nuestro tiempo, dueño de un mundo interior de inusitada riqueza, hablaba sin embargo muy modestamente de la poesía como de una “desconocida esencia” y una “vaga asiración a lo bello”, es decir, como de una vivencia que el mismo poeta no acertará nunca a entender del todo, un deslumbrante himno interior, “gigante y extraño”, que no podrá jamás expresarse en toda su plenitud y que a lo sumo se reducirá, ya convertido en palabras, a unas leves “cadencias que el aire dilata en las sombras”. Porque “en vano es luchar, que no hay cifra / capaz de encerrarlo”…, no hay lenguaje que pueda exteriorizar la plenitud de la experiencia lírica ni forma alguna que fije sus contornos.
          Y Juan Ramón Jiménez, que se pasó toda su vida buscando esa misma plenitud espiritual (“Amor y poesía cada día”), escribió en una ocasión que una cosa era la “poesía” y otra muy distinta la “literatura”. La primera –dijo– es siempre “la expresión de lo inefable, de lo que no se puede decir, de un imposible”. La literatura, en cambio, es “la expresión de lo fable, de lo que se puede expresar, algo posible”.
          Los amantes de la poesía entenderán bien la profunda verdad que late bajo esa sutil distinción del gran poeta de Moguer, de la que se deduce que, frente a la “literatura” (escrita en prosa o en verso, que tanto da), la “poesía (escrita en verso o en prosa, que tanto da también) sería la plasmación del mundo espiritual del escritor en su más alto grado, la supremas destilación de su personalidad más genuina y más auténtica. Como dijo también Antonio Machado, la poesía no puede ser en último término otra cosa que “una honda palpitación del espíritu: lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta al contacto del mundo”.
          Esa paradójica singularidad de la poesía –aspirar a expresar lo inexpresable, a desvelar la veta más profunda y oscura del espíritu– es también lo que reclama un tipo de lector muy particular. Hay grandes lectores de novelas, de teatro o de biografías que sin embargo tienen internamente vedada la familiaridad con la lectura poética, operación que suele requerir una sensibilidad especial y sobre todo una predisposición natural capaz de conectar con ese mensaje esencial que la poesía aspira siempre a transmitir. Quién está versado por predisposición natural o por cultivo del gusto literario en la lectura de poemas es porque está también en posesión, quizá sin saberlo, de claves interpretativas de la realidad, de enfoques y visiones del mundo que no es fácil hallar en los lectores habituales de otros géneros literarios, que “miran” las cosas desde atalayas muy diferentes. Ni mejores ni peores: diferentes. Ser lector de poesía imprime carácter, predispone a una más fluida relación con las verdades esenciales del hombre y, como diría Juan Ramón, con los modos expresivos más auténticos, menos formalizados, menos “literarios”.
          Tal vez por ello no abunden los lectores de poesía. Ni es ésta un género que suscite muchos apoyos para su divulgación, puesto que su rentabilidad editorial y económica suele ser por lo común bien escasa. Apostar por ella es siempre, sin embargo, un signo de distinción espiritual y de buen sentido literario que honra a quienes se arriesgan en esa minoritaria empresa. De ahí el mérito de la acción que a favor de la poesía llevan a cabo algunas instituciones públicas o privadas, en este caso la que inició en el año 1978 la Asociación Cultural “Searus” de Los Palacios y Villafranca con la convocatoria de un premio que cumple ya veinticinco años de vida y que goza de reconocido prestigio en el ámbito de la poesía española de nuestro tiempo. Si excepcional resulta iniciar un proyecto de esta naturaleza, más excepcional aún es asegurar su continuidad. Ambos objetivos han sido cumplidos con este premio, que en la actualidad convoca la Delegación de Cultura del Ayuntamiento con la colaboración de la Asociación Juvenil Cultural “Searus” y la Fundación “El Monte”. Esta interesante antología de los autores premiados a lo largo de estos veinticinco años que ahora se edita viene a dar fe de esa continuidad y sobre todo del alto nivel que el premio tiene desde sus orígenes y de la valiosa nómina de poetas que lo han obtenido.
          Una antología es siempre el resultado de una mirada retrospectiva. Y si esta antología, como es el caso, nace ya con un sentido “histórico”, es decir, presenta los textos en una línea de sucesión temporal, adquirirá también un valor perspectivista, ofrecerá al lector la posibilidad de enjuiciar esos textos en el entramado del discurrir de la poesía. Por eso ahora, al releer los poemas seleccionados, uno se encuentra con un interesante testimonio de la evolución de los gustos poéticos del último cuarto de siglo, con un auténtico “mapa” lírico de las estéticas dominantes, de las corrientes y modas formales y temáticas que se han ido sucediendo en el curso de la poesía española de nuestro tiempo. Y también, naturalmente, del sello particular de cada poeta, de sus voces personales y únicas.
          En este sentido el valor de este libro es doble: por una parte testimonia la certera visión de las personas y de las instituciones que en una población como Los Palacios y Villafranca apostaron en 1978 y siguen apostando hoy por la poesía; y por otra, ofrece a los historiadores de la literatura un significativo panorama del discurrir lírico contemporáneo.
          El rico y variado “mapa” poético que ofrece la antología puede leerse desde varias perspectivas. Si atendemos, por ejemplo, a la condición de los poemas premiados, encontraremos una sostenida exigencia de calidad que dice mucho a favor del empeño y el buen criterio de los sucesivos jurados. En el curso de los años se aprecia, naturalmente una evolución formal y temática acompasada a la de los gustos líricos dominantes. En las primeras ediciones es frecuente encontrar sobre todo poemas de corte clásico y aire popularista. Más tarde van apareciendo propuestas líricas de contenido más audaz y tono más desenfadado, reflejo de la variedad de tendencias de la poesía que se ha venido escribiendo en la España de este último cuarto de siglo. Hay importantes poemas de tema social. Otros de signos existencial y doliente. O la brillantez del lenguaje metafórico. O el intimismo amoroso. También tiene su encaje la poesía de la ciudad –ámbito físico y espiritual del hombre de hoy–, el desencanto existencial, el relativismo moral… Una pluralidad, en suma, de propuestas que el tiempo comienza ya a decantar y a valorar en sus justas medidas y que ilustra muy bien la neutralidad y la independencia de criterio que siempre han presidido la concesión de estos premios, atentos a los aires siempre renovados de los gustos poéticos.
          Si consideramos los perfiles de los petas premiados, aquí la variedad es también muy notable, tanto en lo que respecta a su extracción geográfica (aunque abunden los andaluces, hay autores de muchos puntos de España e incluso de Hispanoamérica) como en lo que se refiere a sus diferentes estéticas. De ahí la gran estimación con que el premio “Searus” cuenta ya entre los poetas de habla hispana. El paso del tiempo se ha encargado de confirmar contrastada valía de muchos de los que en su día lo recibieron. Entre ellos se encuentran destacados exponentes de los grupos poéticos más representativos de la Sevilla de las últimas décadas, como Gallo de Vidrio, Ángaro, Barro, Dendrónoma, etc. Muchos han publicado sus obras en las editoriales y colecciones más prestigiosas de la poesía española de hoy, como Adonais, Visor, Hiperión, Esquimo y algunas otras. Otros han recibido premios de ámbito internacional… Y todos tienen ya en su haber, como nota valorativa, el hecho de figurar en la nómina de la colección del premio “Searus”.
          Los lectores de esta antología podrán comprobar todos esos méritos en la apretada nota biobibliográfica que con muy buen criterio insertan al frente de cada uno de los autores los responsables de la misma, los poetas Francisco Mena Cantero y Víctor Jiménez, a quienes tanto debe la buena andadura y el prestigio del premio “Searus”. Su contrastada sensibilidad poética y su formación literaria son una garantía de rigor en la selección de los textos de esta antología y de solvencia en las próximas ediciones del mismo.
          La nómina de poetas que aquí se ofrece tiene, pues, el marchamo de un reconocimiento público de alcance nacional. Al ser editados ahora juntos, en una sucesión temporal que permite valorarlos con cierta perspectiva histórica, dan fe tanto del acierto de quienes en su día supieron elegir sus poemas como de la vitalidad que sigue manteniendo, veinticinco años después, esta meritoria empresa poética sostenida por la sensibilidad literaria de un lugar como Los Palacios y Villafranca que cuenta, como es sabido, con una rica tradición de escritores de notable valía. La patria real o adoptiva del gran cronista Andrés Bernáldez, del dramaturgo Pedro Pérez Fernández y de los poetas Felipe Cortines y Joaquín Romero Murube, puede aportar con todo orgullo al mundo de la poesía española de nuestro tiempo esta gavilla de textos que año tras año han venido recogiendo algunas de las voces líricas que hoy se leen con todo respeto en nuestro país.
          En el año 1954 Joaquín Romero Murube recordaba con estas palabras aquel paraíso de su infancia que desde la vecina Sevilla llevó siempre en el corazón: “¿Lejano? ¡No! De acacia y de sol, de risa y ternura, de azahar y estiércol, de cal y matojos silvestres, agrio y dulcísimo a una vez, vivo, presencia perenne en la felicidad de mis ojos cerrados y abiertos con gozo inextinguible sobre aquella vida pobre y verdadera” (Pueblo lejano). Para él la lejanía de su pueblo natal era sólo una lejanía física, como aquella que Luis Cernuda pensando en sus orígenes sevillanos, describía desde Oxford en 1941: “Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? / Aquel amor primero, ¿quién lo vence? / Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, / Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?”.
          En esta misma patria del poeta –evocada por él desde la nostalgia sentimental de su “destierro” en el Alcázar de Sevilla– la que ahora, muchos años después de su muerte física pero más sensible que nunca a su memoria lírica, subraya con esta antología de versos su pasión por aquellas mismas cosas a las que en vida tanto amó Joaquín: el dulce encanto de la poesía, la limpia verdad que tras ella se esconde.

Rogelio Reyes
Director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

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