Mª Josefa Roales, 2º Premio Searus-1979


MARÍA JOSEFA ROALES

Biografía


          Nace en Sevilla en 1944. Su acercamiento a la poesía es de manera intuitiva y por las numerosas lecturas que efectúa. En cierto sentido puede considerarse como autodidacta. Su producción poética es escasa: pequeñas colaboraciones en distintas revistas españolas y de Hispanoamérica. Casada y madre de cinco hijos, lo que la retiene un tiempo importante de su labor diaria. Por ello, la poesía no deja de ser un aliciente relajante, una especie de catarsis y descanso. No se dedica exclusivamente a la creación poética, tiene inédito algunas narraciones.
          Prepara una selección de sus poemas inéditos.

Mª Josefa Roales, 1982




Obra: “Esa larga costumbre de ser hombre”
2º Premio, II Certamen de Poesía Searus, año 1979.




          Proce el hombre del contacto denso
de las ingles. Gemido de la piel.
Elocuente silencio tuvo ataso
en la región del labio. Los relojes
sembraron su cosecha de clepsidras
alrededor del vientre, y se mintieron
largas costras de sueños a sí mismos.

          Como un monje ojival el hombre anduvo
en el placenta antigua deshojando
los libros de la sangre, la aljamiada
caligrafía dócil de los huesos.
          Tuvo tiempo de abrir los ojos, ver
la cerradura acuosa del recinto,
descomponer la música del llanto
que apenas si era magia en la campánula
donde la voz inicia su esqueleto.

          Dicen que tuvo un ojo de pirata
y otro de sal común llorando miles
de noche en un vientre de cortezas,
y decidió rendirse a la falacia,
ser morador del mundo, disidente,
aprendiz de mortaja y campanario.
          Desencantó la piel con tanto gesto
de crecimiento y fuga, que los poros
se le quedaron cortos de pernil,
y en las axilas tuvo la colmena
de los abrazos propios de la edad.

          En el ángulo oscuro de las ingles
le creció la costumbre de ser hombre.
          Hizo el amor como único remedio,
como imperioso andamio de desastre.

          Quiso reconocerse en otro cuerpo
-acaso muerte sin retorno y necia-
pero amó con ahínco, hasta el olvido,
y se dejó las últimas monedas en el muslo
que le ofreció un engaño de palomas.

          Se leyó los periódicos del día
en que murió la luz tras de la nuca
de un animal sin sueño. Compartió
la liturgia del pan y los silencios,
del vino y los silencios, del tabaco
y los silencios. Enmudeció pronto
y sólo soportó las cicatrices
de aquella voz que tuvo como herida.
          Llamó a una puerta y por la mano supo
que un bosque disecado le impedía
el tacto de otra piel y sus sudores.

          Mas el dolor le puso las sandalias.
Cerró tras sí ventanas y alacenas,
armarios sin camisas, sin espejos.
          Nunca miró hacia atrás, aunque sentía
los ojos de la casa por la nuca.
          Se ató a la espalda la talega vieja
y puso en el camino los zapatos
para escribir memoria del exilio.

          Se contagió del polvo y de la nube
y anduvo tan erguido como un chopo,
con toda su amargura enarbolada.
          Fue domador de pájaros, cantante,
conductor de nostalgias por los montes,
trapecista del llanto inoportuno.

          Conocía a los otros cuando daba
la mano. Sí, sabía por la piel
la calidad del gesto, la limosna
del tacto siempre escasa, la justicia.
          De las ciudades supo por su olor,
como si de mujeres fuera. Pueblos
hubo donde no entró porque sus calles
llevaban al ciprés y a la oratoria.

          Se fue quedando estrecho, visionario,
ascético tal vez, hombre esencial.
          Notó que la humedad de los talones
le estaba corroyendo las entrañas,
que a tierra de labor le olía el pecho
con su tos de memoria sin cordeles.
          Pensó quedarse allí, con el paisaje,
doblando su amargura y su esperanza
en el cajón oblicuo del cansancio.

          Como un manso animal volvió a la huella,
a la costumbre antigua de los pies.
          Dictó su testamento a las raíces:
a cada cual su báculo y joroba,
su pecado inguinal, su pan, su vino,
su perro, sus mendrugos, sus sandalias.

          Después habló con Dios de sus problemas,
colgó su traje de esqueleto amargo
y se acostó debajo de su muerte:
hombre, por fin, definitivo y libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario