Francisco Mena Cantero, 1º Premio Searus-1981


FRANCISCO MENA CANTERO

Francisco Mena Cantero. Foto: Tomás Fernández. La Tribuna de C. Real.


Nota Biográfica

          FRANCISCO MENA CANTERO (Ciudad Real, 1934) pasó su infancia y juventud en Ciudad Real, donde se casó y le nacieron sus hijos. Es licenciado en Filosofía y Letras, y reside en Sevilla desde 1971, donde dirige la Colección de Poesía Ángaro junto a los poetas Manuel Fernández Calvo y Víctor Jiménez. Cultiva el artículo periodístico y la poesía, siendo esta última la más reconocida y donde su bibliografía es ya muy amplia (más de veinte libros). Está jalonada de numerosos premios (“Ricardo Molina”, “Francisco de Quevedo” del Ayuntamiento de Madrid, “Juan Alcaide”, “Zenobia”, “Villa de Martorell”, “Hilly Mendelssohn de la Asociación de Escritores”, “Ciudad de Alcalá de Henares”, “Paul Beckett”, “Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo”, etc.).
          Entre sus libros figuran Mar de altura Col. Aldebarán, Sevilla, 1978; Espejos en el fondo del vaso Ámbito Literario. Barcelona, 1979; Plural espejo Col. Ángaro. Sevilla, 1983; Las cosas perdonadas Col. Adonais. Madrid, 1983; La zarza ardiendo Palencia, 1985; Amanecer de Claudia Col. Ángaro. Sevilla, 1996; Un hombre habla solo Alcalá de Henares, 1999…También ha publicado dos libros para niños, así como una biografía del folclorista manchego Mazantiniy el Epistolario de Arturo Gazul. Es colaborador habitual de ABC de Sevilla y LANZA de Ciudad Real.

Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002

Dibujo de Carlos Delirio, 1991.


Obra: “EL CERCO”
1º Premio, IV Certamen de Poesía Searus, año 1981


QUIEN se ha hecho alguna vez una pregunta
Sabe que hay veces
que es un presagio de vencejos
el aire; que anochece
de pronto sobre
la piedad del hombre;
                    que el silencio o la palabra
se necesitan tanto…
lo mismo que la sed en el verano
o desear los buenos días
al vecino de enfrente,
cuando los lirios estrangulan
la imagen del espejo.

Es a veces un cerco. Viene.
Penetra de puntillas.
Nos apuesta la calma
y, en la memoria,
se nos queda prendido. Alguien
nos pide un libélula,
la comunión de un pájaro, el milagro
de una paloma sucia
de harapos y de tiempo.
                    Y respondemos
que Dios está muy lejos,
que el mar es muy profundo,
que la esperanza ha naufragado
y ni siquiera
sabemos
si ya somos hermanos.
                    Cerco,
dogal de vino agrio,
urgencias de suicidio, o suicidio
de todos los regresos
donde apoyar ausencias
y penetrarnos
por la puerta de atrás, sin que nos vean.

Las manos sólo tienen agujeros
y Dios anda por otras calles,
mientras la vida es ahora una pregunta
y hemos perdido la esperanza
de darnos la respuesta.
Porque es un gran misterio para el hombre
esa pequeña historia
del pan de cada día
cruzándonos la vida.
                    “Que nos perdone el cielo”,
decimos
y vaciamos palabras de sentido
inaugurando la desesperanza.
De nuevo el cerco, la pregunta
buscándonos a ciegas,
asesinándonos el tiempo o fusilándonos
verdades y
                    verdades,
para que ahora la tarde se desnude
como una niña muerta en las rodillas.
Y hasta podríamos hacer un disparate
con las gaviotas
de todos estos mares que nos cercan,
porque hasta el llano se hace cuesta arriba
y nos queman los labios
de soportar
este regusto a tierra,
                    y ya sabemos
que nadie
nos perdona la muerte.

Aviso a todo el que en la vida
sienta este cerco,
que nadie esté seguro de su calma,
que un día
el calendario gris de la marea
se alzará por el pecho,
                    programando
un diario de muerto
hipotecándonos la vida. El eco
de las palabras pronunciadas
llamará en nuestra puerta,
nos marcará con su índice
y, si el dolor aprieta demasiado,
escribiremos en el agua
las veces que este cerco, estas palabras,
gestos de viento viejo,
nos sorprendieron ocupados
en esto de agarrarse
                    inútilmente
uno a la vida.

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