Seguno Libro de Poemas Searus

PREMIOS SEARUS

                                          Segundo Libro de Poemas Searus
                                   Certámenes: del IV al XIII (1981 al 1990)
                                   Año de Edición: 1991
                                   Portada: Carlos Delirio
                                   Prólogo: Ramón Reig
                                   Poetas:
                                    Francisco Mena Cantero
                                    Jesús Troncos García
                                    Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gabala
                                    Manuel Aurelio Gahete Juarado
                                    Juan Sebastián López
                                    Andrés Mirón
                                    Manuel Fernández Calvo
                                    Carlos Murciano
                                    Cristóbal Romero López
                                    Emilio Durán
 
PALABRAS PARA ABRIR UN LIBRO…



            Y se hizo la luz a la segunda entrega de poemas SEARUS. Nueve años han transcurrido, en 1982 se editó el Primer Libro de Poemas con los trabajos de los Certámenes de 1978 al 1980, para que las obras ganadoras de los Certámenes IV al XIII  hayan sido publicadas. Atrás quedan incontables reuniones, contactos, peticiones, escritos, etc.

            Con la publicación de este libro de poemas se consigue plasmar en letra impresa el trabajo, la labor de recopilación de la nueva poesía andaluza y nacional que el Certamen, la Asociación Cultural SEARUS ha ido realizando a lo largo de la última década.

            Pensamos que la Asociación ha conseguido proyectar el nombre de nuestra localidad por todos los rincones literarios del país, procurando que Los Palacios y Villafranca sea considerado y reconocido como un pueblo ligado a la cultura, que sirve de vehículo y expresión de la misma.

            Es hora del recuerdo, de hacer balance de la época transcurrida, de no olvidarnos de cuantas entidades y personas han contribuido en las realizaciones de los certámenes poéticos, origen del libro que ahora publicamos.

            Nuestro agradecimiento al Excmo. Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca por su inestimable colaboración y apoyo económico; a Francisco Mana Cantero, miembro perpetuo y honorario del jurado desde 1981, año en el que fue ganador del primer premio; a Ramón Espejo y Pérez de la Concha, presidente del Ateneo de Sevilla; a Manuel Nadal Madrid por su desinteresada colaboración; y a tantos y tantos socios que hicieron posible en su día esta idea y que hoy se encuentran inmersos en otras tareas sociales.



A.C. SEARUS





                        PRÓLOGO al Segundo Libro de Poemas



            Por las ediciones ya transcurridas, puede afirmarse que el Premio de Poesía “Searus” es un galardón con una indudable solidez. La publicación en este libro de los poemas ganadores en la década de los ochenta nos ofrece la oportunidad de conocer la poesía que contemporáneamente se elabora en España, muy especialmente en Andalucía.

            La antología lírica que ahora se presenta contiene autores con una clara trayectoria cualitativa. Aunque se nos acuse de excesivo “atrevimiento”, vamos a caer conscientemente en la manía de encuadrar nombres en grupos cronológicos desde el punto de vista del año del nacimiento, si bien ya se sabe que este fácil recurso no es más que una fórmula teórica de entendimiento.

            Así, a muy groso modo, observamos en estos autores galardonados desde 1981 hasta 1990, dos grupos: el primero, más “veterano” con firmas nacidas en los años veinte y treinta: Manuel Fernández Calvo, Cristóbal Romero, Francisco Mena Cantero, Andrés Mirón, Carlos Murciano, Emilio Durán, Fernando Rodríguez-Izquierdo. El segundo grupo correspondería a una “generación intermedia”, nacida desde finales de los años cuarenta hasta bien entrados los cincuenta: Juan Sebastián, Jesús Troncoso, Manuel Gahete.

            Tomando ahora como línea conductora el orden de los años en que los poemas, y por tanto sus autores, fueron premiados, aportaremos seguidamente unas breves impresiones sobre las obras galardonadas.

            Francisco Mena Cantero, con “El Cerco”, nos obsequia con una poesía eminentemente reflexiva, muy actual en contenido, a pesar de que el poema resulta ganador en la edición de 1981. En efecto, si durante el último quinquenio, y todavía hoy, los pensadores más destacados hablan de crisis de ideologías, de crisis de pensamiento o, diríamos nosotros, de la ideología de la no ideología, cobran especial interés los versos: “…la vida es ahora una pregunta/ y hemos perdido la esperanza/ de darnos la respuesta”.

            Trata Mena Cantero de acercarse a las preocupaciones e interrogantes del llamado “hombre de la calle”, ese amplio colectivo de seres humanos que, en la ciencia de la Comunicación, conocemos como “mas media”, en otra de las expresiones anglicanas que poco a poco van empobreciendo y delimitando nuestro idioma. Para dicho acercamiento, utiliza incluso el poeta expresiones recogidas de la sociedad misma (“Que nos perdone el cielo”).

            Del poema de Mena Cantero emana una sensación de provisionalidad, de idea heracliana; pero, sobre todo, vemos en “El Cerco” una invitación a la meditación y a la humanidad, evidente  consecuencia de la actitud reflexiva que su autor plasma.

            Las Kassidas de Jesús Troncoso recogen magníficamente el “espíritu andalusí”. Troncoso nos ofrece unas composiciones henchidas de imágenes no barrocas (como deber ser según “dicta” el “espíritu” antes dictado). Son imágenes vivientes, metáforas que se diría responden a un espontáneo ejercicio de imaginación, valiosas precisamente por su aparente evidencia (ahí radica el mérito de descubrirlas).

            Se trata al mismo tiempo de un lenguaje profundo en contenido y forma, al que agradecemos la ausencia de los churrigueresco que, en efecto, hubiera estado fuera de lugar: “Una lluvia violenta/ que con sus pétalos escribió nuestros nombres”, dice Jesús Troncoso, en unos versos que además proyectan nostalgia y una carga retrospectiva en el tiempo que el poeta logra concretar con notable acierto.

            Por lo general, la poesía de Fernando Rodríguez-Izquierdo transparenta una sosegada personalidad, un espíritu equilibrado. No son excepción los poemas amorosos que forman “Del cristal de la esperanza”, significativo título de confirmación para lo que acabamos de afirmar.

            Es poesía de lo cotidiano ésta de Rodríguez-Izquierdo, que mira hacia atrás y hacia adelante en el tiempo con verdadera carga vital y afán de supervivencia física y espiritual: “Trocamos lo pasado por lo eterno”, dice el autor, quién añade: “Rivalizando amor, ¡el sol se infiltrará entre los visillos! –galán de mil ventanas–/ por sorprender la aurora de tus ojos”.

            Se observa, creemos, un tono directo de expresión y “líricamente coloquial”, con indudable intención comunicativa, sobre todo para con el ser amado, al que el poeta eleva a alturas subjetivamente precisas, como necesario sustento para existir: “Plantarás armonía en el duro bancal del corazón,/ me sembrarás el júbilo a brazadas,/ el eco de mi amor prendiendo en todo”.

            La participación de Manuel Gahete en este libro, “Ir y volver de ti a mi siempre”, es, a nuestro juicio, bien distinta de la anterior. Encontramos ahora una poesía “retórica”,  con giros no exentos de cierto hermetismo o, si se prefiere, complejidad. Gahete nos introduce en un mundo de nostalgia y deseo de recuperar lo perdido como manantial que aplaque la sed de un presente que no parece excesivamente placentero.

            Si Rodríguez-Izquierdo parece querer prescindir de vocablos que podemos definir de uso no habitual, Manuel Gahete establece una intención contraria. De esta manera aparecen conceptos como “abadeada”, “ukaz”, “ingrimamente”, “bataholas”, “gamellones”, etc.

            Podemos comprobar en la poesía que de Manuel Gahete se recoge en este libro una abundancia de sonetos bien construidos, casi todos ellos con el denominador común de la ausencia y el anhelo de retorno; a diferencia del “argumento” con que nos obsequia Fernando Rodríguez-Izquierdo, no hay en el de Manuel Gahete una constatación explícita de una historia dual, sino que casi todo el contenido de Gahete en un “monólogo” de ansias y descripciones estéticas impregnadas de una apreciable y perceptible dialéctica algo lejana de lo puramente “conceptual”: “Cuando lo prometí sobre la tierra/ brincaban los bridones/ crenchados en tu vientre”.

            “Primavera Imposible”, de Juan Sebastián, es una composición “bidireccional”, si se me permite el concepto. La unidad de “Primavera Imposible” consiste en un caminar desde el yo hasta el yo en clara relación con otro elemento humano que comienza a surgir en los poemas intermedios para hacerse diáfano en los últimos aunque, ciertamente, ya podía vislumbrarse en los inicios del poema.

            Un poema-libro que comienza con una petición de comprensión para el poeta en general –Juan Sebastián incluido–, a través de veros como “Perdona su existencia/ y limpia de tu piel sus cicatrices”; con unos rasgos descriptivos del propio poeta (“El poeta te dona/ su palacio de sueños,/ su vino de palabras”), y finaliza con la composición que da título a toda la obra, “Primavera Imposible”, en la que parece como si de nuevo el poeta Juan Sebastián quedara solo y precisara otra vez un ámbito en el que cogijase: “Tu perfil y tu voz se desvanecen, se desprenden de todos mis vestigios, y queda mi cadáver/ tan frío como ayer te lo encontraras”.

            Los madrigales de Andrés Mirón son una demostración más de un poeta con evidente oficio ya de sobra demostrado. Estamos ante unas composiciones que van deslizándose, desde un punto de vista formal, rápidamente ante el lector, si bien en no pocas ocasiones éste deberá realizar un especial esfuerzo para captar lo nuclear de las mismas.

            No obstante, hay claras y hermosas excepciones a esta regla que subjetivamente hemos constatado, como es el caso de “Mirada Oscura”, un poema a nuestro juicio más cristalino sin que ello signifique abandonar el tono genérico de la composición en lo relativo a la fluidez antes señalada. Frente a otras expresiones líricas como “…A cal y musgo/ clausuró la intemperie el descarrío/ de aquel balcón en flor”, hallamos en el citado poema: “porque transitas tú, mirada oscura,/ por esa plaza con naranjos donde/ aún espero un milagro de tus ojos”.

            Si nos hablaba Juan Sebastián de una “Primavera Imposible”, con Manuel Fernández Calvo retornamos a la citada estación. Es una primavera curricular, eminentemente propia. Los mismos versos del poeta, aquellos que un día escribió, le llevan a un vital reverdecer. “Y me miro en el viejo y pardo tronco/ del poema y me siento verdecer como un árbol,/ nuevamente la savia conquistando la altura”.

            Fernández Calvo transmuta al ser humano –y con él nuestro autor lo hace consigo mismo – a un mundo natural sobre el que actúa la estación primaveral como móvil vivificante de un existir que tal vez no muere nunca, tan sólo duerme: “Acaso no nacemos/ ni morimos/ del todo/ Quizás un mismo tronco nos sostiene/ y en una misma savia nos amamanta el tiempo”.

            A partir de estas ideas puede afirmarse que se desarrolla todo este “Retorno a la Primavera”, el poema que Fernández Calvo aporta a este libro.

            Carlos Murciano, con este estilo o forma andaluza de hacer tan suya, nos “da un paseo” por aquellos elementos externos a él que a la vez tanto le pertenecen; nos hace discurrir por esas sus “señas de identidad”, de sabor rural indudable, en las que el poeta descubre una razón de ser y con las que compone todo un ceremonial lírico.

            Junto a neologismos ya habituales en su obra (el mismo Rodríguez-Izquierdo los ha constatado en algunos de sus estudios), Carlos Murciano refleja conceptos tan propios, tan nuestros, como “loza”, “sandía”, “arriate”, “terrones”, “rastrojal”, etc.

            Hemos dicho “forma andaluza” de escribir y pensar. ¿Acaso no es casi obligado pensar en Andalucía cuando leemos estos versos?: “Centellea la cal, murmura el pozo,/ puéblense patio y corredor de sombras/ que cuesta ya reconocer,/ y en la azotea, fantasmal, se agita/ la ropa blanca”.

            Cristóbal Romero López describe unos “signos del amor”, en este libro. Signos que se inician con un evidente decaimiento anímico, con un lamento por lo que ya no es: “Cantan las aves con los mismos trinos/ y, en el balcón, son los geranios quienes/ con idéntico ímpetu/ van sucediéndose/ mientras por nuestra ruta regresamos/ con menos brotes cada primavera; / pues la savia no llega a los extremos,/ se cansa y se retiene”.

            No obstante, cuando estos signos aparecen ya en toda su concreción, significan, como afirma el poeta al final de su composición, “Salutación y despedida/ del retorno imposible”.

            He aquí algunos de los signos que dotan de luz diáfana al poema de Cristóbal Romero, y que, tras ese decaimiento inicial ya mencionado, aparecen a partir de un “Pero hay como un milagro/ que cada día se renueva”: la atmósfera, el olor limpio, el blanco de las sábanas, la penumbra de una estancia por el sol vencida, el perfume, la palma en el balcón o las “caricias otoñales”.

            Por último, “Te llamaré Carlota porque sí”, de Emilio Durán, expande sabor a evocación de amanecidas que atrás quedaron, por medio de un “elemento” central de la composición, que va recorriéndola envuelto en un relativo misterio, medio oculto entre alusiones a huellas que la Literatura y el Arte nos han donado.

            “Te llamaré Carlota porque sí; quizás tan sólo/ porque el joven Wherter me había regalado/ la violeta suicida de su amor/ y tú me parecías una sutil figura/ que huía por carriles de chumberas,/ con toros desmandados, amplios corralones/ y bocoyes en donde se albergan los temblores rojizos del poniente”.

            Así se exprese Emilio Durán, en un poema rico en adjetivos, aspecto éste que suele ser una constante en su poesía.

            En definitiva, un abanico de autores el de este libro que nos atreveríamos a definir como “uniformemente plural”, salvo alguna que otra excepción. Temas eternos de la poesía como la desilusión, el deseo, la esperanza, el anhelo de vida, etc, son aquí abordadas con unas claves que a veces son coincidentes en buena medida, y bajo una forma no ajena a la condición o conexión andaluza de determinados autores.



                                                           RAMÓN REIG

                                                           Abril de 1991

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