Santa Ana, también madre
de los gitanos de Triana
Los gitanos de Triana acabaron integrando a Santa Ana en su propio
devocionario
JULIO
MAYO
«Y lo que más admira es que habiendo en
este barrio gran número de gitanos, especie de gente que se
nota de poco aplicada a lo espiritual, se observó también que muchos confesaron
generalmente y se distinguieron en las penitencias, e hicieron restituciones».
Esto resalta la crónica manuscrita, consultada en la Biblioteca Nacional de España,
de la misión dirigida en Triana por el célebre predicador jesuita Pedro de Calatayud en la primavera de 1757. El barrio
contaba entonces con una importante población gitana que se hallaba integrada,
ya plenamente, en su vida social, pero lo que le llamó poderosamente la
atención al predicador fue el gran número de miembros de la raza calé que
participaron en los ejercicios espirituales.
Composición
de Santa Ana, la Virgen y la crónica de la misión de 1757.
Foto:
diario ABC
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Curiosamente,
la imagen de Santa Ana conservaba todavía su tez «renegría», en la segunda
mitad del siglo XVIII. Una invocación de los «Ejercicios devotos»,
mandados a imprimir en 1763 por el superintendente, José Martínez Elizalde,
repara que sobre su rostro: «... se derrama, entre el aire de la majestad, un
color moreno y hermoso». Inevitablemente, los gitanos de Triana acabaron
integrando a Santa Ana en su propio devocionario, entre otras razones también,
por la similitud con su semblante. Y lo que sorprende es que la cara de la
santa no se hubiese adaptado pronto a las exigencias estéticas del barroco,
como sucedió en el caso de Consolación de Utrera -venerada también por
gitanos-, sobre la que Rodrigo Caro cuenta que cambió su tez a inicios del
siglo XVII.
“Orígenes de la actual fiesta
La velada comenzó muchos siglos atrás como una antigua romería a la
que concurrían peregrinos, según refiere Justino Matute en su «Aparato».
La trianera imagen de Santa Ana adquirió fama de milagrosa, desde que
ayudara a Fernando III a consumar la reconquista y librase al rey Alfonso X el
Sabio de una ceguera, cuentan las leyendas. Con el paso de los siglos, el
patronazgo de la imagen evolucionó. De protectora bélica en sus orígenes
medievales, pasó a distinguirse como preservadora de naves y embarcaciones,
adquiriendo así un manifiesto carácter americanista.
Justino Matute refiere en su «Aparato para escribir la historia de Triana (1818)» que
la velada comenzó muchos siglos atrás como una antigua romería a la que
concurrían peregrinos. En la víspera de la festividad litúrgica de Santa Ana,
que es la de Santiago Apóstol (también protector de los reconquistadores
cristianos), se iluminaban la torre y azoteas de la parroquia trianera, desde
donde se lanzaban fuegos artificiales. En los siglos XVI y XVII, salía una
procesión desde el hospital hasta la parroquial de Santa Ana, organizada por la
cofradía de la santa (estaciones a Santa Ana recordadas por el Abad Gordillo),
cuya corporación terminó languideciendo con el paso del tiempo. Eran días de
mucho bullicio. No cabe duda de que esta idiosincrasia festiva que
históricamente ha caracterizado tanto a Triana, debe mucho más a los gitanos
establecidos en ella desde la irrupción de la Carrera de Indias en el siglo
XVI, que a los castellanos que vinieron a poblarla en el XIII.
La autoridad eclesiástica trató
siempre de supervisar el jolgorio dentro de la collación. Atendamos a una
disposición de control, aunque corresponda a una modalidad de velada distinta.
En 1715, el vicario general del arzobispado, don Pedro Román Meléndez, tenía noticias del abuso «… de
las que llaman Beladas o Belatorio (sic), concurriendo en la casa de los
difuntos muchas mujeres y hombres de todos estados a bailes y fiestas de que se
siguen muchas ofensas a Dios Nuestro Señor». Para corregirlo, ordenó a los
curas del barrio se asegurasen, con ayuda de la justicia, de que «las personas
que se queden a velar los difuntos (sic) sean tales que quien se pueda presumir
le encomendarán a Dios y consolarán las personas de la tal casa, y
contraviniéndose a esto darán cuenta a vuestra Ilustrísima para aplicar más
eficaz remedio».
“Quejas y abuso de la fiesta
El gobierno
ilustrado de Carlos III aprobó una real orden que prohibía las veladas en las
iglesias durante las vísperas de las fiestas como la de Santa Ana.
Algunas restricciones promovidas por la Iglesia
contra los excesos nocturnos de las veladas, como la dictada
en 1742, no alcanzaron demasiado éxito porque continuaron festejándose. Durante
el último tercio de aquel siglo, volvió a estrecharse la legislación. En el
Archivo Histórico Nacional se conserva la queja elevada a Madrid por el
provisor del arzobispado hispalense sobre este tipo de reuniones. En el año
1778, el gobierno ilustrado de Carlos III aprobó una real orden que prohibía
que «en las noches vísperas de los santos, que en las iglesias se celebraban
como titulares, hubiese veladas inmediatas a dichas iglesias y que estas
estuviesen cerradas a la oración, sin permitir se hiciesen a
ellas paseos, ni otros estímulos de prevaricación y escándalo».
Esta medida represora fracasó con el tiempo, pues
a la vuelta de unos años se reanudó. Es llamativo que en Sevilla no haya sobrevivido a los tiempos ninguna otra velada,
más que esta de Triana, por lo que adquiere mucho peso la contribución del
pueblo gitano, al convertirse en un evento festivo que ha servido como
herramienta de cohesión social dentro del barrio.
En padrones y partidas de nacimiento, matrimonio
y defunción del archivo parroquial de Santa Ana, hemos verificado el lógico predominio de las Anas entre las trianeras, abundando
también como acreedoras del nombre muchas niñas nacidas en el seno de familias
gitanas.
No fue muy frecuente que la imagen titular de un
templo parroquial constituyese un reclamo atractivo de veneración popular entre
los fieles de una feligresía. Sin embargo, ocurrió en Triana con Santa Ana,
cuyo poderoso atributo milagroso atrajo también la devoción de las familias
gitanas, asentadas en las calles más céntricas del barrio, en ese esfuerzo de
sociabilización que realizaron.
Una prueba evidente de la participación activa
del colectivo étnico en las prácticas de piedad cristiana, con el
consentimiento expreso de la autoridad eclesiástica, fue la organización de la
hermandad penitencial de los Gitanos, fundada en el hospital del Sancti
Spiritus de esta collación que estudiamos, en 1758. Y porque los gitanos están en la síntesis cultural de Triana, la
convivencia de estos con el resto de los vecinos y la peculiar forma de
concebir la gitanería, e interpretar, la piedad popular, así como el modo de
vivir y sentir la fiesta -a través también del fervor a Santa Ana-, ha
resultado trascendental en la construcción de la personalidad de Triana.
JULIO
MAYO es historiador
Publicado el jueves 27 de
julio de 2017 en ABC de Sevilla y autorizado por Julio Mayo Troncoso para ser
publicado en el blog de la Asociación Cultural Searus.
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