Juan José Alcolea Jiménez, 2º Premio Searus-2007


JUAN JOSÉ ALCOLEA JIMÉNEZ

Nota Biográfica

           Juan José Alcolea Jiménez nace el 26 de enero del 1.946 en Badajoz, para inmediatamente volver al lugar en donde fue concebido, Socuélamos, en el corazón mismo de la Mancha. Allí transcurre toda su infancia y juventud, allí encuentra a la que es su esposa y allí vuelve a cuidar a su padre y renovar su archivo de memorias.
          Es pues en la llanura manchega y entre sus gentes, donde se forja su personalidad, y a lo largo de toda su obra se puede observar la influencia de este escueto y amplísimo paisaje y de la austera forma de ver la vida, tan propia del campesino manchego.
          En 1970 llegó a Madrid en donde alterna su trabajo en una empresa financiera con sus estudios mercantiles. Hacia principios de los años noventa empiezan a crecer sus inquietudes literarias, y sucesivos premios en la Universidad Popular de la antedicha ciudad le hacen plantearse que quizás sea la literatura su vocación tardíamente encontrada.
          Desde entonces, la búsqueda del tiempo perdido es una constante en su poesía, así como la dialéctica del encuentro-desencuentro entre el poeta y la palabra, muchas veces elaborada desde una visión ascético-mística.
          Poeta pues de vocación tardía, pero que ha encontrado por fin lo que siempre ha estado buscando y se siente agradecido por este encuentro. Especificar afinidades y gustos en harto complicado, pero San Juan de la Cruz, Quevedo, Fray Luis, Bécquer, Machado, junto con algunos miembros del 27, han marcado profundamente su quehacer, teniendo siempre en cuenta las debidas carencias en su acerbo de lecturas poéticas motivado por la antedicha tardía llegada a la poesía. En su haber figuran alrededor de un centenar de premios literarios y, sobre todo, una inmensa pasión por la encontrada magia de la escritura.
          Felizmente prejubilado, en la actualidad está integrado en el grupo literario de Alcorcón “Verbo azul”, de cuya “Aula itinerante de poesía”, formada por él mismo, forma parte; asimismo codirige, junto con Ana Garrido y José Tomás Romero, la revista de dicha asociación “La hoja azul en blanco”. Además colabora en múltiples actividades literarias entre las que no son las menos importantes su adscripción a Poesíapura.com y a la Casa de Castilla-La Mancha, lugares de encuentro como pocos en su corta vida literaria.

SUCINTA BIOGRAFÍA:
·       “DEJÁDME EN LIBERTAD”, premio “Hermanos Argansola”. Ayuntamiento de Barbastro, 1999.
·       “ESTA TURBIA CORRIENTE”, Asociación Editorial “Verbo Azul”. Alcorcón, 2002.
·       “DONDE EL AIRE”, Antología PROEMIOTRES, Edición Certamen Literario Artífice de Loja, Agosto de 2003, donde obtuvo el Primer Premio.
·       “SIN MÁS DEMORA”, IX Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, 2004.
·       Flor Natural en Bujalance (Córdoba), año 2004.
·       “PUES FUI DE LLAMA AMOR, ESTAS CENIZAS”, XII Premio Nacional de Poesía “Poeta Mario López”, Bujalance, 2005.
·       Antología XXII Certamen de Poesía “La Bujanda” 2005, Coslada. Primer Premio.
·       “CERCO DE SOMBRAS”, Asociación Editorial Verbo Azul, Alcorcón 2005.
·       “PAISAJES PARA UN ANOCHECER”, VIII Premio Internacional “Luis Feria, Universidad de la Laguna, 2006.
·       Premio Poesía Mística de Malagón, 2006.
·       Premio CEAM Segorbe, 2007.
·       Premio “Hermandad de Cofradías” Peñaranda de Bracamonte, 2008.
·       Premio “Sodales de Fortuna”, Fortuna (Murcia), 2008.
·       Revista “EN ALZA” de Castilla-La Mancha.
·       Revista de creación literaria MANXA, Ciudad Real (Grupo Literario Guadiana).
·       Revista de creación literaria “CALICANTO”, Manzanares.
·       Revista de creación literaria “La Hoja azul en blanco”, Alcorcón.
·       “Diecisiete años de Poesía en veinte años de Café”. Editorial Vitruvio, “Cafetín Croché”, Mayo de 2002. (Antología).

          Noviembre de 2008




Obra: “AQUEL TIEMPO DE AGRAZ
QUE COMENZABA”
2º Premio, XXX  Certamen de Poesía Searus, 2007


A Josefina, Aurelio y Elía
de quienes estos versos
están ahitos de su ausencia



                    I

Era martes
aquel tiempo de agraz que comenzaba.


Un silencio de estrofas inconclusas
pegado como escarcha en los cristales
cegaba al almuecín de la esperanza
su intento de abrigarse en las retinas.

La piel que abocetaba las aceras
maullando soledad y desconsuelo
a todas las farolas se encelaba
buscando amancebarse con el día.

Abrió un gallo la luz,
se maquillaban
con cúmulos de niebla de paisajes
ajenos a la escoria que dejaba
el sueño en las caléndulas marchitas.
En todas las preguntas,
repletas de pasados imperfectos,
miraba la quietud de una memoria
que al vuelo se iniciaba en el olvido.



                    II

Nada parece igual al que se queda
asido al maderamen de la vida
en la agenda postrera del naufragio,
porque las horas,
hambrientas del sabor de la ceniza,
acaban de cegarnos las vitrales
que el tiempo nos abrió para una historia.

Era silencio y tiempo de llorar.

Todas las bocas
dibujan un adiós de despedida
y muerde la sospecha inapelable
de haber callado amor a quien nos deja
en el otoño intacto de su vida.



                    III

Ella marcaba
los ritmos adecuados de la inercia
al suave magisterio de los días;
imaginaba,
desde un fragor de planchas y cocinas,
la forma de arrimar aquella nave
el puerto en que iniciar otra partida.

Estaba en la despensa almacenada
cual base de alimento su ternura
y el eco del silencio avirozaba
su voz para apenarse de lo incierto.

Su piel era de Marzo y acunaba
en un temblor de vuelos y caricias
la sed de nuestro padre y las miradas
en flor de los rosales que encendía.



                    IV

Aquellas tardes lentas del verano
cochura de la miel y de los grillos
me llegan entre altar de mariposas
y el trémulo fulgor de las albercas.

Que era tiempo de silos y pasajes
y el grano almacenar para la hambruna.

Cortaba mi almanaque cinco años
y todos los asombros me abarcaban
como el cerco abarca de la luna
la esfera boquiabierta de su tacto.

La noche era el gañir de los carburos
e historias de gañanes y fantasmas
que al sueño se abrazaban con la entrega
del párpado en su atisbo de derrota.

Nunca la sed de abrazos más cautiva
ni el hambre de la luz más habitado.



                    V

Cualquiera puedo ser el asesino
que aquella telefunken denunciaban
la noche de los viernes a las once.
Los ojos como platos y en el pecho
el miedo de acostarse y que, en la esquina
que tuerce a la derecha en el pasillo,
pudiera aparecer, lobo de luna,
la imagen de la incierta puñalada.
Las piernas de brasero requemadas
y, en túrbido picor, los sabañones
comiéndose los dedos cual termitas
que abrieran en tu boca el hormiguero.
Y si uno desfondaba los bolsillos
de aquel cerdo de barro con ranura
la música de Dvorák denunciaba
que puede un niño ser un formidable.

Eran tiempos de Abril, como os decía,
entonces juguetón y milagrero.



                    VI

Juega al azar sus bazas el recuerdo
y va desabrigado de la sombra
los velos de abrasado calendario
que alcé para violarlos con la vida.
Era tiempo de agraz aquel entonces
y todo el altamar ebrio de velas,
la luz era más luz y, honda la noche;
¡qué obscenas nos miraban sus estrellas!
Mas otras veces
-la muestra cambia el palo de su baza-
la boca ensimismada de tristeza
dejaba entumecidos los paisajes
como ramos de caléndulas marchitas.
Era un tiempo cercado de preguntas
y el negro del ciprés como respuesta.
Callaban en los bancos de la tarde
los lutos escondidos de la guerra
y era terco el mirar de los ancianos
buscando en cada tapia una memoria.

Las ganas de vivir se vacunaban
con un yugo de bueyes y unas flechas
y aquel cantar al sol himnos marciales
haciéndole a la muerte un estandarte.

Mi padre se guardaba las respuestas
en un doble cajón con la pistola
y sólo entre dos luces los vencidos
jugaban a esconderse con el miedo.

A veces, a la puerta de mi casa,
-capítulos de llanto por la sombra-
venían a implorar, ciegos los labios,
un poco de comer, ¡por Dios! señora.

Eran tiempos de agraz como os decía
repletos de pasados imperfectos,
y había que vivir.
No se imaginan
la angustia que es crecer en tiempo muerto.



                    VII

Te hallabas aún pendiente de recados
y el vaso entre las manos cuando vino.
No esperabas
que ardieran tan deprisa las pavesas
del fuego que en tu lar se consumaba.
Estabas, como siempre, imaginando
esperas en presente subjuntivo
y al cabo te surgió el tiempo perfecto
contigo como la última persona.
(Hay pocos verbos
con fecha de obligado cumplimiento).
Estabas –te decía hace un momento–
con un vaso de vino entre las manos
pensando en qué poemas escribirías
después de degustar la última copa:
el vino se adensó por las barricas
y, turbio, se posó sobre tu sueño.
La muerte tuvo sed y le ofreciste
tu sitio ante la mesa como escaño.
Vano sería
pensar de ti al obrar de otra manera.
Tan dulce y tan cortés como solías,
dijiste que a su gusto se sirviera.
La oferta te mató.
Siempre tuviste a la hora de morir
suerte contraria.



                    VIII

No sé si fui feliz; en la distancia
el tiempo va cribando avaramente
paisaje a trajinar de la memoria.

Sé que dejaba
posar la vida en mí de otra manera,
que en cada instante
podía aparecer siempre un sombrero
y era una apuesta
hacer en cada noche un escondrijo
y en cada amanecer una quimera.

Los ojos y el oído,
como el pozo tejido por la araña,
guardaban cada hallazgo en sus bodegas
sin más tasa que el tiempo de la espera.

Mi hermano Aurelio
–que luego nos dejó el tiempo descalzo
y el flanco de babor desguarnecido–
gustaba de subirse en una artesa
y hacerse al ancho mar bajo mi mando.

Yo interpretaba
con un viejo espadín y una muleta
labor de capitán de los piratas,
a la hora de luchar aligeraba
las gavias y el mayor del enemigo
a escuadras de alfiler sobre las cuerdas
colgadas con la ropa de mi madre.

No sé fui feliz, como os decía,
pero llevo temblando en mi memoria
el impacto del bronce
                    en las cureñas.



                                       IX

Os decía, al tiempo de iniciar este poemario que era martes y el tiempo se cegaba como el hueco sin luna de un armario. También decía que un silencio de estrofas inconclusas negaba al almuecín de la esperanza su intento de abrigarse en las retinas. Está cruzando un gato la azotea con un candor de pluma y de madeja y el tiempo me parece algún relato de aquella infancia-abril que tal vez tuve. La parra se deshoja lentamente en un vals de septiembre ya marchito y en un salón del alma no avistado un arpa guarda ignota su mensaje. Qué añil la claridad se nos antoja. Qué fiel la sugerencia de lo oscuro. Como si fuera centro el centro y no su orilla, como si el yo fuera lo exacto y no su abismo. El gato en uniforme en uniforme de paloma ha rasgado la luz y ha muerto un ángel. El tiempo se me rompe de impresencia y el grito de un pavor desborda el aire. La sed de tanta luz colma la herida y todo sigue igual como hasta siempre, pero ha podido el verso desguazarme del lastre de un dolor y he comprendido.

El pájaro a la tierra vuelve herido pero queda en el aire asido el vuelo.

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