DIEGO MIGUEL NÚÑEZ BAYA
(DIEGO VAYA)
Nota Biográfica
Diego Vaya (Sevilla, 1980). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Ha coordinado el Ciclo de Lecturas Poéticas de la Facultad de Filología, así como colecciones de libros de poesía y narrativa, editadas por el Aula de Cultura de la mencionada Facultad.
Ha colaborado con reseñas y poemas en diversos medios culturales, como Papel Literario y las revistas Ánfora Nova, Alhucema, Chichimeca y Puerto.
Participó en 9 (El Sobrehilado, Sevilla, 2003). Ha publicado los poemarios Las sombras del agua (Editorial Alhulia, Granada, 2005) y Un canto a ras de tierra (La Garúa, Barcelona, 2006), con el que obtuvo el I Premio de Poesía Joven Garúa. Además de este, ha ganado otros premios en las modalidades de poesía y relato.
Diego Miguel Núñez Baya, Noviembre de 2006
Obra: “LOS FRUTOS Y LOS DÍAS”
1º Premio, XXVIII Certamen de Poesía Searus, 2005
1
Llevo días y días encerrado
dentro de esta pequeña habitación.
Nadie llama a la puerta, pero si alguien
-después de tanto tiempo ya- viniese,
no me levantaría para abrirle.
Ni sé cuando es de noche, ni tampoco
si el sol se ha acercado últimamente.
No recuerdo por qué cerré la puerta.
Tal vez podría abrirla y encontrarme
entonces con aquello. O tal vez
sea mejor así. Y siga siendo
esta duda una forma de esperanza.
2
Contigo
Ardieron esos días y esas noches:
ardieron con tu música. Ahora
los muros de esta casa son silencio…
Y, sin embargo,
de noche me deslumbra la memoria,
lo que de ti me queda,
la última ceniza de aquel fuego:
un poco de calor que no ilumina.
3
Hay quien no se detiene ni un instante
en pisar los caminos del invierno:
se lleva el sol más joven donde quiere
y no teme alejar
el pesado recuerdo
de las últimas lluvias
con una mirada
que arde aún más
que la propia blancura de la nieve.
Quien viene con manzanas amarillas
no sabe que me trae
toda la luz debajo de sus labios.
4
Ya no me queda nada. Esta tierra
me ha dejado sin casa y sin orgullo.
Y este vivir, ahora,
-como si otro existiese en algún sitio-
es lo único que tengo.
Que los días me traigan lo que quieran
y que después el tiempo se lo lleve.
Todo cuando esperaba ya no importa.
5
Cuántas veces he vuelto hasta la casa
primera de los días: sólo allí
empezaba la vida: todavía
arde la cal calmada de los muros,
la luz gemela tras la lluvia, el sol
sobre las sombras húmedas, el sol
entregado al final de cada tarde.
Esa casa primera de los días
fue levantada con un corazón.
Puerta a puerta, abiertas al primer
Amor, también a la distancia. Es todo.
6
Quien conjura su infancia de esta forma
no debería ya sentirse solo.
Y, sin embargo, todo
se ha ido. Nunca más
habrá un descubrimiento para mí:
los ojos se llevaron la visión
de tu belleza, el día
ardiendo, dónde el agua, dónde el cuerpo,
donde ese amor primero que aún me tiene
dando vueltas y vueltas por la infancia.
7
Todavía retiene este cristal
un poquito de luz: serán los días,
su transparencia viva. La ventana
retiene los que fueron hechos
con las manos, la boca o con la lengua.
Días dichos por ti, días de barro,
días de luz que nos ha enseñado
a detener el sol en la mirada.
No cierres las ventanas, y no limpies
sus cristales: tan sólo cuando olvides
será tu habitación cuatro paredes.
8
Como el boxeador que no ve ya
más allá de los golpes que le vienen
uno a uno, y sus pies no le sostienen,
y sabe que a la lona se caerá,
que nada puede hacer y nada hará,
que la ceja y el pómulo contienen
su sangre y su dolor y le entretienen,
mientras no piensa en lo que afuera habrá.
Así toda mi vida, toda entera,
desde el principio en una eterna espera
sin descanso ni sueño que se asome.
Y me despierto igual cada mañana:
esperando a que toquen la campana
o tiren la toalla, y me desplome.
9
Siempre tenías algo que decir.
Ahora sé que sólo era un roce,
apenas tres o cuatro cosas
sin importancia alguna.
No volverá jamás
al asedio sediento de la sílaba,
esos labios heridos por el agua.
Premio bien merecido
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