JOSÉ LUIS MARTÍN CEA
Nota Biográfica
José Luis Martín Cea, nacido en Valladolid, ciudad en la que reside, ha obtenido varios premios literarios.
Sus versos se han leído en diversos recitales de la geografía nacional, y algunas colaboraciones suyas han aparecido en revistas como “Llanuras” y “Argalla”, de la Excma. Diputación Provincial de Valladolid y otras de distintas instituciones literarias y culturales españolas. Tiene cuatro libros de poemas publicados: Abecedario Lírico, editado por el Ateneo de Valladolid en 1998, Hay que seguir viviendo, dedicado a Nacho, su hijo hecho ausencia, en 1999, Nuestros ojos de ayer, Premio Ciudad de Puertollano en 1999, y Soledad Compartida, Premio “Paul Beckett” en 2001.
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002
Obra: “LA VOZ DE LA MEMORIA”
1º Premio, XXV Certamen de Poesía Searus, 2002
Cuantas palabras se nos han quedado
colgadas de las sombras escondidas
detrás de la distancia,
tú con la juventud recién despierta
y alegre, con la vida rebosando
por los poros del alma, incandescente,
y nosotros haciéndonos cansancio
y rebeldía plena de impotencia
mientras te contemplamos
con los ojos sin fin, rotos, del alma.
El tiempo pasa y cada nuevo día
una arruga, una cana, y otro llanto
se nos instala en la amanecida
hasta hacerse silencio con nosotros,
vaga memoria que en el tiempo hurga
y en la que sigues vivo todavía,
con tu risa latiendo sobre el aire.
Y no sé si es verdad o si es mentira,
mas sé que lo he soñado:
que una estrella venía hacia nosotros
y en ella estabas tú, joven, cantando
y que atraías flores y aguamieles
en los ojos risueños y en las manos,
y querías que fuéramos contigo
a ver tu casa nueva, y ya de paso,
a catar aquel vino
que rezuma silencio en la bodega.
Tal vez haya quien piense que estoy loco
cuando digo estas cosas; sin embargo
puedo saber las flores que traías,
las gafas, el chaleco, el mechón blanco;
y hasta el dulzor de aquellos aguamieles
se posan todavía en nuestros labios
lo mismo que si fuera
un barco a la deriva, un viejo barco
que nos hace volver hacia la orilla
de nuestros sufrimientos cotidianos.
Y aunque sea mentira –que no creo–
verdad es para mí, pues lo he soñado.
Mas son vanas las flores que te rondan,
pues que se te marchitan enseguida.
Mirando al norte sigues
con los sueños dejados en el borde
oscuro y triste de la carretera,
con la duda clavándose en el alma
como la cruz a cuestas de un calvario
en el que te tocó ser sacrificio,
tan joven como eras,
tan lleno de alegría y tan hermoso,
tan lleno de salud y de ilusiones…
El vaso de tu sangre
lo hemos bebido entero, sorbo a sorbo,
y nuestros corazones doloridos
de ti y de tu presencia, inundados
están, y en las paredes de la casa
tus fotos, tus dibujos, continúan
diciéndonos que permaneces vivo
justo en el centro de nuestra memoria;
mientras tanto, la vida va pasando,
cada instante que pasa no regresa
si no es a los recuerdos,
y es por eso que sigues todavía
vivo, junto a la voz de la memoria
que también con el tiempo se hace frágil
y que es como una luz diseminada
que besa aquellas cosas
que nos hablan de ti sueño tras sueño.
Nosotros día a día envejeciendo
estamos, mientras desde tu silencio
sigues estando eternamente joven,
lo mismo que el lucero
que cuando el sol se pone, resplandece
porque está en él tu alma desconchada
cuidando de nosotros para siempre.
Lentamente, la vida
sigue su curso quieta, imperturbable,
y cada instante es sombra de un cansancio
al que llega el temblor de tu mirada,
transformada la esencia de tu vida
que ahora es un pálido sosiego.
Pero aunque pase el tiempo, no se aparta
tu juventud de nuestro pensamiento,
tu risa, tus proyectos e ilusiones,
tus sueños en amor desparramados,
todo cuanto se fue en un instante
dejándote tan solo,
tan frío de repente y tan callado,
porque toda la luz de tu memoria
en pálido sosiego esperanzado
nos está abriendo el alama
cada día que pasa, tal que un beso
esparcido en el aire de la tarde,
cuando mayo se viste de oropeles
porque es tu cumpleaños
y sigues siendo joven para siempre,
como la luz de aquella llamarada
que atravesando nuestros corazones
está, lo mismo que esa primavera
que nos concita a tu recuerdo vivo.
Tu voz desamparada
se deshace en el aire, casi bruma
de soledades y de soliloquios,
de desalientos y de ensoñaciones,
y tu recuerdo es una permanencia
que nos golpea el alma
y nos empequeñece los sentidos.
Detrás de esa primera llamarada
que fue tu infancia de alegría llena
está nuestra vejez hecha suspiros
que se pierden buscando tu silencio,
el que se te quedó una madrugada
acunando promesas
y proyectos desnudos, incumplidos,
porque a traición te los robó la muerte
y apenas si nos quedan los silencios
de tanta soledad apretujada
como nos late, hijo, todavía.
Pero tenemos –y tendremos siempre
en tanto no nos falle la memoria–
tu mirada, tu risa,
la juventud reciente de tu cuerpo
dejada al borde ingrato de un camino,
por testigo la noche y las estrellas.
Mas a pesar de ir envejeciendo
y de que tú, ya eternamente joven
nos miras desde el fondo de tu risa,
nos quedan los silencios
latiendo por detrás de otros silencios
hasta hacerse caricia ensimismada
entre las brisas quietas de la noche,
cuando el rocío cuelga primaveras
en otros ojos que no son los tuyos…
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