RICARDO J. BARCELÓ
NACIMIENTO A LA POESÍA
Introducción de Luis López Anglada
Si, el poeta nace, pero, ¿qué cronista anota el dato en sus archivos? ¿Qué campanas repican gozosas en su ciudad natal? ¿Qué estudiosos se apresuran a analizar su presencia y a calificar sus cualidades y trascendencia?
Más fácil es esperar a que la muerte clausure una vida y una obra. Entonces sí son fáciles las alabanzas y los comentarios, los estudios y las glosas. Pero el poeta ya no los escuchará y, acaso, como Bécquer, se habrá hundido en la muerte pensando que su nombre quedará para siempre donde habite el olvido.
“La muerte que hubo en mí me ha ido dejando
Una dulce nostalgia en la memoria…”
El poeta que escribe esto en su primer libro merece que alguien avisen de su presencia; alguien que haga notar lo inusitado de esta voz nueva que acierta a expresar sentimientos tan viejos como la vida pero tan auténticos como la muerte. Ricardo J. Barceló nos trae su primer poemario. La aventura del quehacer poético le ha tentado a la difícil prueba de un concurso en el que sido vencedor. Pero la verdad de su poesía, la hondura de sus ideas y la honda sensibilidad de estos versos nos hacen pensar que este libro es algo más que una primicia literaria.
Ricardo J. Barceló se enfrenta con la idea de que la vida no es sino un camino hacia el fin. Es la misma filosofía manriqueña que nos avisa de que la idea de la muerte preside la existencia. Pero hay una determinación que transfigura en pasión de vida esta tristísima realidad.
Y así, aunque dice:
se me hiela
un pasado de muertos y de vivos
que dibuja fantaseasen mi frente
Sabe también que
el tiempo hacia el amor es el más largo
y una esperanza se despliega al viento para salvar el pesimismo y, en resumen salvar al hombre por la verdad de la poesía.
Sonetos cabales, hondos, plenos de belleza. Ricardo J. Barceló no ha buscado caminos intrincados ni falaces alardes vanguardistas en los que escudarse. Palabra limpia y oficio bien sabido es todo lo que precisa para expresar su realidad.
Es muy grato para mí anunciar el nacimiento de este poeta. Nos une dichosamente una afinidad de paisanaje: ambos somos norteafricanos. Si Ceuta cuenta con una brillante nómina de hijos poetas (José María Arévalo, Ana María del Arco, Juan Antonio Bravo, Antonio Fernández Márquez y aquel castellano leal que vino desde Valladolid a enraizar su corazón en Ceuta, Manuel Alonso Alcalde), Tetuán, muy cerca de ella, a los pies de las últimas estribaciones del Rif, siempre contó con un elenco de poetas que allí dieron sus mejores frutos: Trina Mercader, Pío Gómez Nisa, Jacinto López Gorgé… Ahora ya tienen un nuevo apellido que unir a la hermandad de la poesía. “Nacimiento a la muerte” es el testimonio de su existencia. El tiempo, que tan hondamente siente pasar el poeta, dará razón de nuestras palabras y de nuestro gozo.
Luis López Anglada, noviembre de 1993.
Nota Biográfica
Nacido en Tetuán (Marruecos) en 1939. Periodista. Residió en Marruecos hasta 1969. Actualmente reside en Madrid. Comenzó su actividad periodística en el Diario de África de su ciudad natal. Después ha trabajado y colaborado en la prensa económica. Iniciado ya en la poesía, lo hizo en Caracola, de Málaga, y otras revistas poéticas españolas. Actualmente colabora en Extramuros, la Estafeta Literaria (VII época) y La Hamaca de Lona. En 1976 publicó un libro de reportajes, Celtiberia noctámbula, en colaboración con Jesús Alcalde de Isla. Poemas y trabajos suyos en “Marruecos en la poesía española contemporánea” de Jacinto López Gorgé y en “Nueva antología de relatos marroquíes”, del mismo autor. En 1992 recibió el premio “Searus” por su libro Nacimiento a la muerte. En 2001 publicó en Port Royal Ediciones Medina de los sueños, consagrado a su ciudad natal. Tiene en prensa un libro de viajes sobre su estancia en Sudán, Viaje a tierras dinka.
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002
Obra: “NACIMIENTO A LA MUERTE”
1º Premio, XV Certamen de Poesía Searus, 1992
I
Debo empezar por confesar que estuve
mucho tiempo en mi sola compañía,
que me hice en el silencio y todavía
llevo el silencio atado. Y que no tuve
otro camino más que éste que sube
hasta mis ojos la melancolía;
que me fui encenizando, día a día,
de tanto arder. Y apenas si retuve
algún amargo aroma en mi costado.
Lo que perdí, perdí, y lo ganado
fue con dolor y con renuncias. Nada
hay luminoso y mágico en mi historia.
Fui pasando con más pena que gloria
y soy tierra de nadie, calcinada.
II
Tengo una soledad ancha por donde
campa mi corazón. Mi vida entera
se me derrama en esta paramera
donde mi propio aliento se me esconde.
Cuanto más lentamente se me ahonde
cuanto más maniatada y duradera,
más lejos quedaré de mí, más fuera
de donde en buena ley me corresponde.
Ancha es mi soledad. Ancha y tremenda
como para arrancarme de mi entraña
lo poco que me queda de mí mismo.
Y aquí estoy, puesto en pie, sin que comprenda
muy bien si soy verdad o es que me engaña
la neblinosa luz de mi egoismo.
III
Para morir es sólo necesario
un trámite al alcance de cualquiera.
Vivir es ya otra cosa; es una espera
sin cita ni reloj ni calendario,
aguantando a pie firme, en solitario,
con el alma en un puño. Y no hay manera
de desatar los nudos y echar fuera
un áspero destino involuntario.
Hay que esperar a pecho descubierto,
bien atados los machos, sin que valga
decir que uno no quiso esta aventura.
Y el corazón se va quedando yerto,
sin dejar que el silencio se le salga
ni perder el sabor de la amargura.
IV
Inadvertidamente, como llega
la muerte o el otoño (un roce apenas,
casi un rumor o un frío por las venas)
así, tristeza, vienes. Se me anega
de ti mi corazón. Se me despliega
tu aroma por mi piel y hasta me llenas
de antiguas añoranzas, de serenas
memorias olvidadas. Y en mi ciega
renuncia a lo pasado, me acompañas,
tristeza, dulcemente. Yo no quiero
perderte ya jamás. Sé necesario
tu beso en mis heridas. ¡Me restañas
tanto abierto dolor! Contigo espero
llenar mi corazón de solitario.
V (Soneto no incluido en el texto enviado a concurso)
Cuando a veces detengo mi andadura
y pongo mi cansancio recostado
junto a mi corazón, y en mi costado
hay un cierto temblor, como una oscura
sensación de vacío y es más dura
mi soledad; a veces, cuando al lado
de tanta pesadumbre encuentro un vado
para cruzar sin riesgos mi amargura,
entonces yo comprendo que es angustia
esto que va llevando lentamente
mis pasos hacia nada. Y que mi vida
se va de entre mis manos como mustia
flor desaprovechada. Y solamente
cabe esperar que acabe esta partida.
VI
Este tener que andar llevando a cuestas
el tiempo que me queda y el perdido,
este irme deshaciendo en el olvido
y llevar la memoria sin respuestas,
este saber perdidas las apuestas
de todo lo que tengo y lo que he sido…
He ido muriendo al tiempo que he vivido
y llevo todas mis renuncias puestas.
Mientras arde mi vida, se me hiela
un pasado de muertos y de vivos
que dibuja fantasmas en mi frente.
Y arrastro tras de mi toda una estela
de muertes cotidianas, sucesivos
entierros de mi historia más reciente.
VII
Yo vuelvo de la gente y vuelvo triste.
Porque no tuve más alternativa
que encontrarme yo solo, a la deriva,
con esta tolvanera que me enviste
los redaños del alma y que reviste
de silencio la pobre carne viva
que es hoy mi corazón. Me es decisiva
una voz compañera y se resiste
hasta mi propia voz. Y no me queda
más que seguir yo solo, mientras pueda,
hundido en mi tristeza hasta las heces.
Pero despliego mi esperanza al viento:
si a veces fue vivir agrio tormento,
fue iluminado gozo muchas veces.
VIII
No me dijeron “ve”. Sencillamente
me enviaron, me hicieron caminante,
me dieron un sendero por delante
y detrás un vacío. Y en la frente
un destino clavado. Solamente,
y he de marchar llevando este constante
temblor en el costado, este semblante
donde ocultar tras una risa urgente
toda mi soledad, todo el espanto
de verme caminando, sin remedio,
con la muerte a la espalda, desarmado.
Pero nunca renuncio, y río y canto
y le puedo al dolor, al frío, al tedio,
porque llevo el amor enarbolado.
IX
La piel me voy dejando día a día
en este esfuerzo por resucitarme,
por reunir mis pedazos, por alzarme
entre escombros de dudas y agonía.
Muerto y bien muerto estoy y todavía
la muerte me amenaza con quitarme
este fuego donde ardo sin quemarme,
este silencio en el que se me enfría
mi más profundo aliento, mi más hondo
temblor de hombre acuciado por el miedo
de saberse vencido a plazo fijo.
En mi estupor alucinado escondo
respuestas a mi angustia que no puedo
traer a este destino que no elijo.
X
¡Cuántas veces me miro en los espejos
y no me reconozco! Lo que he sido
es agua ya pasada. Me he perdido
muy dentro de mí mismo y queda lejos
lo mejor de mi historia. Sólo viejos
fantasmas me persiguen. Y si mido
mi vida por recuerdos, el olvido
me gana por la mano. Son reflejos
de la nostalgia los que me atraviesan
el tiempo y la memoria. Y me atormentan.
De mi pasado apenas queda nada.
Sólo tengo esperanzas que me besan
la frente al despertarme y que me cuentan
lo que seré al final de esta jornada.
XI
Tengo mi corazón en el exilio.
Tan lejos, que no encuentro la manera
de traerlo de nuevo a esta frontera
donde tuvo una vez su domicilio.
Lejano corazón, que sin auxilio
de nadie se me inmola en esta hoguera
de abandonos y olvidos. Ni siquiera
sé si me pertenece y no concilio
sus latidos con los de mi esperanza.
Corazón que perdí y ahora comino
siguiéndome mis huellas como un perro,
roto de soledad y de añoranza,
hundido en mi naufragio, en mi destino
de ver mi corazón en el destierro.
XII
¡Si apenas era ayer cuando tenía
y cuando estaba y cuando primavera!...
¡Si apenas era ayer, y hoy ni siquiera
sé si mañana o nunca o todavía!
Lo que he perdido es tanto que no habría
manera de saberlo. No hay manera
de saber si se vive dentro o fuera,
si es luz el corazón o es agonía.
Apenas era ayer y hoy he quedado
tan distante de mi, tan a desmano
que creo estar viviendo otra memoria.
Y avanzo sin saber si mi pasado
fue historia que viví o es un lejano
espejismo que creo que es mi historia.
XIII
A veces hay un miedo que gravita
sobre mi corazón, que se me acerca
como a tientas, que poco a poco cerca
mis costados y que me deja escrita
una angustia en la frente que concita
no se qué desazón, no se qué terca
ansiedad por saber si es que estoy cerca
del último silencio de mi cita.
Transido por el miedo voy cruzando
esos largos pasillos interiores
donde habitan mi tiempo y mi esperanza.
Y el corazón va como desgranando
una lenta agonía de temores
mientras la muerte tiende su asechanza.
XIV (Soneto no incluido en el texto enviado a concurso)
He quedado en pedazos repartido
a lo largo del tiempo. Sólo tengo
intacto el armazón en que mantengo
ardiendo un corazón desguarnecido.
Lo demás fue quedándose esparcido
a través de mi historia. Y no retengo
nada de cuanto fui. Si me sostengo
es porque fui muriendo lo vivido
con la sonrisa izada y porque supe
dejar atrás jirones de mí mismo
llevando una canción sobre los hombros.
Y en mis cenizas voy, sin que me ocupe
de saber si es al fondo de un abismo
donde mi vida se reduce a escombros.
XV
Tras de mí sólo tiempo y por delante
tiempo que hacia el olvido me conduce.
A tiempo solamente se reduce
llevar la vida a cuestas. Cada instante
voy siendo menos mío; es un constante
fluir fuera de mí que me produce
un vértigo incendiado que trasluce
más allá de mi angustia más distante.
Soy tiempo solamente. Tiempo apenas
para saberme vivo y sin embargo
llevo un rumor de muerte por las venas.
Y mientras me consumo en este amargo
silencio que me envuelve a manos llenas,
mi tiempo hacia el amor es el más largo.
XVI
La muerte que hubo en mí ha ido dejando
una dulce nostalgia en la memoria.
Mi vida fue otra vida en otra historia
y nací de una muerte no sé cuando.
Sobremuero a mi vida y voy quedando
más allá de mi pena y de mi gloria.
Mi tiempo gira en una oscura noria
en que afloro a la vida agonizando
y muero con mi propio nacimiento.
Cuanta más vida quemo más me siento
ceniza de otra vida no anunciada.
Y cuanto más renazco de mi muerte
menor es mi vivir, aunque es más fuerte
el fuego en que me abraso para nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario