Jorge de Arco, 2º Premio Searus-1992


JORGE DE ARCO

         
Jorge de Arco


Nota Biográfica

          Jorge de Arco nace el 4 de Octubre de 1967 en Madrid. Licenciado en Filología Alemana por la Universidad Complutense de Madrid, cursa en la actualidad 3º de Filología Hispánica en la misma Universidad. Desde Octubre de 1993 trabaja como profesor de Español en la Universidad de Greifswald (Alemania).
          En noviembre de 1991 obtuvo el Premio “PROMETEO” de poesía por su poemario “Tríptico por el que cruza una mujer”.
          En Diciembre del mismo año le fue concedida la Medalla de Narrativa de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles al mejor conjunto de relatos.
          En el mes de Julio del año en curso le ha sido concedida por el Ministerio de Cultura una Ayuda a la Creación Literaria en la modalidad de Poesía.
          Poemas y relatos suyos han aparecido en periódicos y revistas literarias.

Jorge de Arco, noviembre de 1993




Obra: “AÑOS CASI REPLETOS DE PENUMBRAS”
2º Premio, XV Certamen de Poesía Searus, 1992



                    I

Cuando te dije aquella tarde “No
te vayas,
espera hasta que sean las doce y siempre”,
sacaste de tus cosas una aguja:
“Ella dicta mi tiempo”,
y lo mismo que diablo que el alma se llevara,
quiso tu cuerpo ser memoria.
Recogí de la piedra el sombrero celeste
que tu adiós olvidase
y, lento, casi a tientas,
anduve entre las calles y las lunas,
teniendo la certeza de que el invierno aquel
ya no proseguiría sin nosotros.

Hoy, sesenta promesas después, sigo
jugando a ser ya dos inútilmente.



                    II

Hubo un futuro en lo profundo de mi memoria.
He caminado años tras su grandeza,
trazando a deshoras su madrugada.
Sueño era imaginarnos
sosteniendo al azar nuestras figuras,
dibujando una lluvia en el vaho de los cristales.
Pero osé cruzar descalzo el olvido.
Y no perdona, Dios, nunca perdona.
Ahora inventa vengarse de mis pisadas,
de las muchas magnolias que arrancara al pasar,
y me mantiene en su celda, cautivo,
con el largo recuerdo del ayer como condena.

Se tiñe cada día de sangre y polvo y duelo,
mi castigo es tan sólo lo que antaño fue dicha.
-Reo de soledades, reo de muerte-.
Tengo por centinelas a las grullas
y ¿sabes? Nunca emigran.
Vigilan sin desmayo
ese destierro eterno, esta tristeza.
¿Tienen alguna idea de cómo se podría vivir?
Enfrentado sin dueño al enemigo,
consciente sabedor de mi derrota,
me procuro el perdón y los albores
sitiado en esta cárcel que me abriga.



                    III

            “Je baisai ses fines chevilles”.
            Arthur Rimbaud

De puntillas,
el paso tembloroso,
cruzó el fantasma por la habitación.
Fastasma de delirio,
cazador embriagado.

Se estremeció su cuerpo,
su sombra de jazmines,
mientras una luna rebelde y distante
lo enfrentaba al alba.
Allí, bajo la sábana
que escondía su miedo y su condena
recorrió con la punta de los dedos
-las yemas doloridas-
cada promesa, cada flor nevada
que antaño te entregase.
Permaneció un segundo
inmóvil,
cegado por el brillo del recuerdo
clavado en los cristales del olvido.

Retrocedió después.
“Je baisai ses fines chevilles”,
          dijo.
Y evocó aquella danza sabia, eterna.
(Fantasma ya turbado, quebrantado
ante tu desbandada de perfumes).

Lentamente volvió
su paso hasta el umbral,
y cerró con la llave de su propia memoria
el sabor de los años derramados.

Desde entonces,
trémulo entre las calles,
casi herido de muerte,
busca cómo ingresar en la tristeza.



                    IV

Cuando vuelvas a casa habrán pasado ya cien años.
Mas no esos años que se cuentan
con los dedos doblados de vejez.
Años será donde habitó el pecado,
lunas muy negras, largos vientos,
por los que nadie quiere preguntar.
Años casi repletos de penumbras,
de madrugadas en las que tus piernas
supieron a ceniza y a derrota.
Años de una ternura lentísima
-tactos desconocidos
a vueltas con el propio desaliento-.

Y sin embargo, llegarás,
el silencio hilvanado en la memoria,
y haré balance de mis soledades,
y tal vez no adivine si han sido cien, mil años,
los que llevo asomado a tu regreso.

Porque
cuando vuelvas a casa,
ya habrás venido muchas veces,
desde remotas sombras, desde oscuros espejos,
mujer, para quedarte.

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