MURILLO Y LA MACARENA
JULIO MAYO
La obra pictórica murillesca llegó a condicionar el devenir de la
escultura barroca en Sevilla hasta los años finales del siglo XVIII
El
escultor que talló a la Macarena tuvo que inspirarse en la gracia sobrenatural
con la que Murillo recreó a la Virgen en la segunda mitad del siglo XVII. Un
periodo lleno de tinieblas y adversidades, como las epidemias de peste de 1649
y 1650, pero también una etapa en la que la efervescencia religiosa suscitó la
devoción de la piedad popular hacia la Virgen, en medio del debate teológico
desatado sobre la concepción inmaculada de María. A partir de 1654, la cofradía
de la Sentencia, del gremio de los hortelanos, comenzó a adquirir cierto auge,
después de haberse incorporado a la nómina de las hermandades que realizaban
estación de penitencia en Semana Santa y trasladar su residencia canónica,
desde el convento de San Basilio, a la parroquia de San Gil, donde terminó
haciéndose propietaria de una capilla en 1670.
La
Macarena es una dolorosa que refleja resignación, aunque con líneas de
expresión serena. Pese a la melancolía que proyectan sus lágrimas, encarna una
incertidumbre rebatida por el esbozo de una leve sonrisa. Su rostro destila
belleza, amabilidad y representa unas virtudes maternales que conmueven al
orante a purificar sus pecados con la virginidad inmaculada de su resplandor.
Participa claramente de postulados y principios estéticos murillescos, como
ocurre en otras muchas producciones de la imaginería barroca de la escuela
sevillana, de finales del siglo XVII y todo el XVIII. Hace ya varias décadas,
los profesores de la Hispalense Bernales Ballesteros y Palomero Páramo
adelantaron que un buen número de artistas tomaron como fuente los cuadros de
Murillo, tan ricamente impregnados de espiritualidad sevillana, en los que
empleó un lenguaje estético nuevo, que benefició de modo extraordinario al
mensaje de la Iglesia tras el Concilio de Trento, con el claro fin de
acercarlos siempre al sentir popular.
El
admirado rostro de la Macarena nos remite a esa hermosura arquetípica de
dimensión espiritual, en la que la blandura de las formas y suavidad de sus
expresiones originan veneración y levantan pasión.
Murillo,
en su etapa de juventud, creó un tipo de Virgen muy peculiar. La primera
Concepción hasta ahora documentada, realizada hacia 1650 para el convento «casa
grande» de San Francisco, conocida como la Colosal –hoy en el Museo de Bellas
Artes–, es con la que el artista alcanza esa concepción metafísica de la que
nos hablaba el historiador del arte Ceán Bermúdez. Una imagen dotada de una
fuerza sobrecogedora, capaz de levantar pálpitos. Participa esta obra de ese
sentimentalismo expresivo y trascendente que, Benito Navarrete, glosa en el
segundo capítulo de su reciente libro al referirse a la pintura aurática de
Murillo, como si estuviera tocada por el Espíritu Santo. Los cánones de cada
atributo de la cara de la Macarena (hueco ocular, párpados, pómulos, carrillos,
mejillas, nariz y boca con labios entreabiertos) se ajustan a imposiciones del
clasicismo y nos recuerdan también facciones trazadas por el propio Murillo en
otras Inmaculadas, como la del Escorial, y en la Madonna Spínola. Todo este
ideario compositivo lo siguieron discípulos suyos y maestros de otras
disciplinas artísticas. En ello tuvieron una gran importancia, como herramienta
de trabajo, los conocidos Álbumes de Murillo, en los que figuran dibujos
elaborados en la academia que fundó en la Casa de la Lonja (1660), junto a
Herrera el Mozo, en la que se unieron pintores y escultores.
La Inmaculada, conocida como "La Colosal". Museo de Bellas Artes de Sevilla |
Aún no
se ha descubierto la identidad de quien pudo haber tallado la Virgen de la
Esperanza Macarena. Pero a la luz de estas semejanzas plásticas con el quehacer
de Murillo, cobra más crédito poder circunscribirla a autores como Pedro
Roldán, extendiéndola también hacia ciertos imagineros de su círculo o,
incluso, a algunos miembros de su taller familiar. Francisco Antonio Ruiz Gijón
acudía con Pedro Roldán a la academia citada, por lo que el utrerano también se
nutrió de los trazos príncipes. Es significativo que Roldán realizase la
imaginería del retablo mayor de la capilla de los Vizcaínos del convento de San
Francisco, en 1669, donde estaba la Inmaculada Colosal, que hoy puede
contemplarse en el presbiterio de la parroquia del Sagrario. La Dolorosa que acoge
el cuerpo de Cristo descendido evidencia unos marcados perfiles macarenos.
Pedro Roldán trabajó además con Murillo, mano a mano, en varios proyectos
vinculados con la canonización de San Fernando como santo. Entre Roldán, Valdés
Leal y Murillo, se trenzó un vínculo laboral en la Santa Caridad. El profesor
Alfonso Pleguezuelo ha estudiado las conexiones de la obra de Bartolomé Esteban
Murillo con la de su hija «la Roldana». La obra de Murillo llegó a condicionar
el devenir de la escultura barroca en Sevilla hasta los años finales del siglo
XVIII, según las investigaciones de Manuel García Luque, por lo que escultores
posteriores a Roldán, como Duque Cornejo, Hita del Castillo o sus propios
nietos Diego y Marcelino, especialmente, pudieron haber efigiado una talla
mariana de esta factura murillesca.
¿Qué
hubiera pintado Murillo si viviera ahora?, preguntó uno de los asistentes al
acto que se celebró en el Aula de Cultura de ABC, dedicado a la figura del
virtuoso. Nadie supo qué responder. Después de reflexionar sobre este tema, y
saber que el artista se preocupó en vida por recrear la imagen más fidedigna de
la Madre de Dios, no tenemos duda de que hubiese puesto sus ojos en este rostro
de la paz, que representa de modo fascinante la grandeza de la piedad popular
sevillana: Nuestra Señora de la Esperanza Macarena.
JULIO
MAYO ES HISTORIADOR
Publicado
hoy miércoles 3 de enero de 2018 en diario ABC de Sevilla y autorizado por
Julio Mayo para ser publicado en el blog de la Asociación Cultural Searus.
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