San Sebastián, patrón defensor de la peste en Sevilla

HISTORIA
San Sebastián, patrón defensor de la peste en Sevilla

· Desde la Edad Media, este santo, que en su martirio fue tirado a una cloaca, se especializó en proteger a las poblaciones

JULIO MAYO. HISTORIA.  ABC de Sevilla, 21 de enero de 2018

En Sevilla apenas queda ya rastro devocional del culto exitoso que se le rindió a San Sebastián en el pasado. Desde la Edad Media, este santo, que en el padecimiento de su brutal martirio fue tirado a una cloaca, se especializó en proteger milagrosamente a las poblaciones, por las que intermediaba librándolas de los mortíferos efectos de las epidemias de peste. Es así como se hizo popular en toda Europa. Desde el último tercio del siglo XV, se prodigaron «Las pestes» en demasía, registrándose no pocas durante el transcurso del XVI y buena parte del XVII. Una urbe tan populosa como Sevilla, padeció sus estragos debido al importante tráfico comercial y humano que albergó, muy principalmente a partir del Descubrimiento de América, e intensificación del comercio con Flandes. Las grandes pestilencias coincidieron históricamente con agudas crisis existenciales, por lo que los pobladores de la principal metrópolis del mundo, ampliamente atendidos espiritual y pastoralmente por miles de clérigos e infinidad de iglesias, ermitas, hospitales y conventos, entendieron que el cataclismo provenía como consecuencia de sus pecados. Era un castigo de Dios.

San Sebastián. Los Palacios y Villafranca

«Desde el año 1502 –escribió el cronista don Andrés Bernáldez– comenzaron a haber muchas hambres e muchas enfermedades de modorra e pestilencia, hasta este de 1507 que comenzó en el mes de enero (…/..). Murieron mucha gente. En este lugar donde yo estuve, escapamos yo y el sacristán heridos y sangrados cada dos veces, y finaronse cuatro mozos que andaban en la Iglesia, que no escapó ninguno. E de quinientas personas que había en mi parroquia de este lugar (Los Palacios), se finaron ciento y sesenta, entre chicos y grandes. Todas las mujeres que criaban e daban leche escaparon, y si moría una era entre ciento».


San Sebastián en pintura


Muchos cadáveres de los apestados se sepultaban en las inmediaciones de la ermita de San Sebastián, un pequeño templo bajo-medieval (origen de la actual parroquial del mismo título ubicada en el Porvenir), cuya existencia se remonta a mediados del siglo XIV. Perteneció al gremio de los genoveses y en su seno nació una hermandad dedicada a esta particular advocación. Finalmente, el ermitorio terminó siendo cedido al cabildo de la catedral en 1505, cuya entidad ha gobernado su uso prácticamente hasta la segundad mitad del pasado siglo XX. Curiosamente, en la documentación eclesiástica figura denominada como «Casa del Bienaventurado Martir San Sebastian del Campo». 
Una clara muestra de la estrecha vinculación del santo con la religiosidad popular sevillana son los cuantiosos rituales de aflicción que se celebraron. La Iglesia colmaba de gracias a quien visitara aquella iglesia tan alejada. Estaba fuera de las murallas, en el ancho prado que hoy conocemos con el nombre de San Sebastián. El Papa León X concedió indulgencias, en 1517, a quienes asistieran a ella en la festividad propia del santo, el 20 de enero, y se quedasen a escuchar misa. Cuando se produjo la epidemia de peste del año 1576, el Ayuntamiento y el Cabildo catedralicio acordaron celebrar una función solemne todos los años en honor de San Sebastián, el mismo día litúrgico suyo, con procesión de ambos cuerpos corporativos, desde la catedral hasta la ermita y el posterior regreso a la Seo Metropolitana. Este ceremonial se organizó durante varios siglos anualmente, hasta que se hizo la última vez en 1869. Si no llovía, la asistencia a la procesión era muy elevada. El propio Miguel de Cervantes comenta de Isabela, protagonista de su novela «La española Inglesa», que ella «jamás visitó el río, ni pasó a Triana, ni vio el común regocijo en el campo de Tablada y puerta de Xerez, e día, si le hace claro, de San Sebastián, celebrado de tanta gente que apenas se puede reducir a número».

San Sebastián.
Grabado de Alberto Durero

El Abad Gordillo recoge en su libro, «Religiosas estaciones», que el pueblo sevillano acudía a la ermita en masa, en la primera mitad del siglo XVII, con el propósito de implorar la intercesión de su titular, especialmente cuando «hay peste». Había hasta tres imágenes distintas de San Sebastián y una de San Roque, tallada por el escultor Gaspar del Águila hacia 1578. Pero intramuros de la ciudad, San Sebastián cosechó igualmente un seguimiento piadoso relevante. Según el Abad Gordillo, contaba con «muchos altares y capillas dentro de la ciudad, dedicados a su nombre y devoción que celebran en ellas muchas memorias y misas». Además, existieron otras tantas cofradías con el mismo título devocional. Pueden servirnos los ejemplos de dos corporaciones. La del hospital de San Sebastián que hubo en el siglo XV en la calle de San Vicente (luego nombrado de San Pedro y San Pablo, sobre cuyos terrenos se levantó el convento de San Antonio). Y recoger también otra fundada en el hospital de los Toneleros, en la Carretería, donde acudía mucha «gente de la mar pobres y sin capas», en la que existió la de «Los Remedios y San Sebastián» (esta se fusionó con la hermandad de la Virgen de la Luz que pasó a la parroquia de San Miguel al extinguirse este hospital a finales del siglo XVI).

Mártir y protector

San Sebastián fue un soldado romano, que vivió en el siglo III, y fue martirizado por no renunciar a la fe cristiana. Sobrevivió al primer martirio, en el que fue asaetado con flechas sobre su cuerpo desnudo. Volvió a retar al emperador de Roma, quien decretó que fuese apaleado. Tras ser arrojado a un husillo, se apareció en sueños a Santa Lucía para señalar dónde se hallaba su cuerpo. Es el defensor contra la peste más prestigioso que hubo en la Edad Media. Al significarse por ayudar a los cristianos, el Papa Cayo lo nombró «Defensor de la Iglesia». Iconográficamente, se ha concebido con rostro y cuerpo joven, casi desnudo, atado a un árbol, traspasado por las flechas punzantes.

San Sebastián. Murillo


San Sebastián en la provincia

Según el profesor Sánchez Herrero, en el siglo XVI existieron en muchos pueblos del antiguo Reino de Sevilla ermitas y hospitales consagrados a San Sebastián, en donde curiosamente radicaron también cofradías de Vera Cruz, como sucedió en Dos Hermanas o Villafranca de la Marisma. El trajín del río y la Carrera de Indias incidió notablemente en la propagación vertiginosa de los contagios de pestilencias. Aquel fenómeno calamitoso suscitó una angustiosa temeridad y los ayuntamientos de innumerables localidades proclamaron patrón a San Sebastián en los primeros años de «La Peste».
Es patrón, entre otros municipios, de Puebla del Río, Marchena, Lora del Río, Fuentes de Andalucía, Camas, Tomares, Los Molares, Villafranca de la Marisma (actual Los Palacios y Villafranca), Brenes, Villaverde del Río y Cantillana. Curiosamente, casi todas las localidades ribereñas orilladas al Guadalquivir lo proclamaron intercesor. Ocurre así también en los casos de Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María.

*enlace web: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-san-sebastian-patron-defensor-peste-sevilla-201801210838_noticia.html



Publicado el domingo 21 de enero de 2018 en diario ABC de Sevilla y autorizado por Julio Mayo para ser publicado en el blog de la Asociación Cultural Searus.

Murillo y La Macarena.

MURILLO Y LA MACARENA
JULIO MAYO


La obra pictórica murillesca llegó a condicionar el devenir de la escultura barroca en Sevilla hasta los años finales del siglo XVIII

El escultor que talló a la Macarena tuvo que inspirarse en la gracia sobrenatural con la que Murillo recreó a la Virgen en la segunda mitad del siglo XVII. Un periodo lleno de tinieblas y adversidades, como las epidemias de peste de 1649 y 1650, pero también una etapa en la que la efervescencia religiosa suscitó la devoción de la piedad popular hacia la Virgen, en medio del debate teológico desatado sobre la concepción inmaculada de María. A partir de 1654, la cofradía de la Sentencia, del gremio de los hortelanos, comenzó a adquirir cierto auge, después de haberse incorporado a la nómina de las hermandades que realizaban estación de penitencia en Semana Santa y trasladar su residencia canónica, desde el convento de San Basilio, a la parroquia de San Gil, donde terminó haciéndose propietaria de una capilla en 1670.


La Macarena es una dolorosa que refleja resignación, aunque con líneas de expresión serena. Pese a la melancolía que proyectan sus lágrimas, encarna una incertidumbre rebatida por el esbozo de una leve sonrisa. Su rostro destila belleza, amabilidad y representa unas virtudes maternales que conmueven al orante a purificar sus pecados con la virginidad inmaculada de su resplandor. Participa claramente de postulados y principios estéticos murillescos, como ocurre en otras muchas producciones de la imaginería barroca de la escuela sevillana, de finales del siglo XVII y todo el XVIII. Hace ya varias décadas, los profesores de la Hispalense Bernales Ballesteros y Palomero Páramo adelantaron que un buen número de artistas tomaron como fuente los cuadros de Murillo, tan ricamente impregnados de espiritualidad sevillana, en los que empleó un lenguaje estético nuevo, que benefició de modo extraordinario al mensaje de la Iglesia tras el Concilio de Trento, con el claro fin de acercarlos siempre al sentir popular.


El admirado rostro de la Macarena nos remite a esa hermosura arquetípica de dimensión espiritual, en la que la blandura de las formas y suavidad de sus expresiones originan veneración y levantan pasión.


Murillo, en su etapa de juventud, creó un tipo de Virgen muy peculiar. La primera Concepción hasta ahora documentada, realizada hacia 1650 para el convento «casa grande» de San Francisco, conocida como la Colosal –hoy en el Museo de Bellas Artes–, es con la que el artista alcanza esa concepción metafísica de la que nos hablaba el historiador del arte Ceán Bermúdez. Una imagen dotada de una fuerza sobrecogedora, capaz de levantar pálpitos. Participa esta obra de ese sentimentalismo expresivo y trascendente que, Benito Navarrete, glosa en el segundo capítulo de su reciente libro al referirse a la pintura aurática de Murillo, como si estuviera tocada por el Espíritu Santo. Los cánones de cada atributo de la cara de la Macarena (hueco ocular, párpados, pómulos, carrillos, mejillas, nariz y boca con labios entreabiertos) se ajustan a imposiciones del clasicismo y nos recuerdan también facciones trazadas por el propio Murillo en otras Inmaculadas, como la del Escorial, y en la Madonna Spínola. Todo este ideario compositivo lo siguieron discípulos suyos y maestros de otras disciplinas artísticas. En ello tuvieron una gran importancia, como herramienta de trabajo, los conocidos Álbumes de Murillo, en los que figuran dibujos elaborados en la academia que fundó en la Casa de la Lonja (1660), junto a Herrera el Mozo, en la que se unieron pintores y escultores.

La Inmaculada, conocida como "La Colosal".
Museo de Bellas Artes de Sevilla


Aún no se ha descubierto la identidad de quien pudo haber tallado la Virgen de la Esperanza Macarena. Pero a la luz de estas semejanzas plásticas con el quehacer de Murillo, cobra más crédito poder circunscribirla a autores como Pedro Roldán, extendiéndola también hacia ciertos imagineros de su círculo o, incluso, a algunos miembros de su taller familiar. Francisco Antonio Ruiz Gijón acudía con Pedro Roldán a la academia citada, por lo que el utrerano también se nutrió de los trazos príncipes. Es significativo que Roldán realizase la imaginería del retablo mayor de la capilla de los Vizcaínos del convento de San Francisco, en 1669, donde estaba la Inmaculada Colosal, que hoy puede contemplarse en el presbiterio de la parroquia del Sagrario. La Dolorosa que acoge el cuerpo de Cristo descendido evidencia unos marcados perfiles macarenos. Pedro Roldán trabajó además con Murillo, mano a mano, en varios proyectos vinculados con la canonización de San Fernando como santo. Entre Roldán, Valdés Leal y Murillo, se trenzó un vínculo laboral en la Santa Caridad. El profesor Alfonso Pleguezuelo ha estudiado las conexiones de la obra de Bartolomé Esteban Murillo con la de su hija «la Roldana». La obra de Murillo llegó a condicionar el devenir de la escultura barroca en Sevilla hasta los años finales del siglo XVIII, según las investigaciones de Manuel García Luque, por lo que escultores posteriores a Roldán, como Duque Cornejo, Hita del Castillo o sus propios nietos Diego y Marcelino, especialmente, pudieron haber efigiado una talla mariana de esta factura murillesca.

¿Qué hubiera pintado Murillo si viviera ahora?, preguntó uno de los asistentes al acto que se celebró en el Aula de Cultura de ABC, dedicado a la figura del virtuoso. Nadie supo qué responder. Después de reflexionar sobre este tema, y saber que el artista se preocupó en vida por recrear la imagen más fidedigna de la Madre de Dios, no tenemos duda de que hubiese puesto sus ojos en este rostro de la paz, que representa de modo fascinante la grandeza de la piedad popular sevillana: Nuestra Señora de la Esperanza Macarena.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR





Publicado hoy miércoles 3 de enero de 2018 en diario ABC de Sevilla y autorizado por Julio Mayo para ser publicado en el blog de la Asociación Cultural Searus.