MANUEL BERNAL ROMERO
Biografía
Nací en Sevilla un 30 de diciembre de 1962; para vivir desde siempre en Los Palacios.
Me enseñaron a caminar y caminé. Me enseñaron a hablar y hablé. Comprendí, entonces, que los caminos podían ser todo lo largo que uno se imagine, y me tomé la libertad de hacer algo que no se me había enseñado.
Ahora, cada vez que miro la luna, cada vez que me inundo de azahares por las calles andaluzas, cada vez que respiro entre los versos de un poema, siento toda la plenitud de la libertad no enseñada.
Me gusta sentir la lluvia al caer; la luz sosegada de la tarde, encrespada de noche al marcharse. Me gusta extasiarme ante el vuelo del pájaro inundado de horizonte hasta perderse. Me gusta la piedra y el cielo, la flor y la estrella; el alfa y el omega.
Mi poesía, ignoro hacia donde camina. No tengo ninguna línea regular de autobuses, por excelencia en mi alma. Sé, que un día leí a Bécquer y me gustó, a Lorca y me gustó, a Juan Ramón y me gustó, a Aleixandre y me gustó, a Tagore… y me gustó…Sé, que un día leí en tus ojos y me gustaron.
Nombro a estos pasajeros de mi alma, porque ellos han sido la vereda, desde donde contemplé los atardeceres de mis alas. También sé, que algún otro se habrá quedado en el desván de mi memoria; soñando –tal vez– que un poquitín más tarde me mirará y yo, pequeño, frágil, casi esfumado, le daré –como cada día– las gracias.
Además de la poesía, mi joven obra literaria se extiende a:
Dos novelas cortas: “¿Por qué lloras, mi vida?” y “Los dioses de los mayores son idiotas”.
Algún cuento ya perdido.
Una obra de teatro: “El vendedor de chicles” (Representada por un grupo de amigos y posteriormente reformada).
Algunas colaboraciones en las publicaciones locales: Acequia, Triquitraque, Searus.
Publicación de un libro conjuntamente con otros poetas locales: “Por la ventana”.
Y siempre, aun en la novela y el teatro, al borde de la poesía; con la herida de la filosofía idealista que habitualmente me abraza.
Manuel Bernal, primavera de 1982
Obra: “Un hueco en el viento”.
1º Premio Local, III Certamen de Poesía Searus, año 1980.
“A mi hermana, piedra del cementerio a los 2 años”
I
Soledad,
en el viento duermen como siempre,
aquellos niños rotos que fueron de porcelana.
Tendrás que abrir tu vientre y contarme
al oído, tus silencios;
y ay, no es necesario dormir;
hoy, cuando las olas del mar
–-supongo–
se abracen a la arena rosa de la playa
habrá un niño que se ha caído al suelo en trozos;
pero mañana
–de eso no te olvides–
arrancará el viento de la vida aquel niño que nunca cayó,
¡Pobre! Sólo el abrazo eterno de la tierra
le recordará entonces que le quiere,
y unas flores,
soñarán, quién sabe con qué.
Imposible,
los niños se van volando en eternas figuras de viento,
allá, en la torre,
yo sé,
que el viento amasa las almas,
y luego, como figuras de cristal
vendrán los chiquillos,
a asomarse a tu ventana.
¿Ves?
aquel tiene cara de pillo,
¡oh! se ha olvidado los ojos,
y el niño mira y remira al fuego;
¿no lo ves?
acaso no es aquel que se arranca de las llamas hacia el cielo.
Adiós…
–espérate, te has olvidado el pañuelo…–
II
Un grito de silencio,
aleteo de alas leves –cielo–.
Nada entre las manos,
quizás entre mis labios;
como un sueño entre los besos
me abrazan,
–¿Quiénes? –
el mar
sus alas
el viento.
Inocentemente
sin saber por qué,
me busco cada instante; y siento
cada vez,
como más cerca, como más lejos,
todo tu cuerpo claro;
minutos de espacio: sueños.
III
Tarde –fugitivo llanto de mis brazos–
perfectamente sé,
que entre mis manos no existe
esencia eterna de vuelo.
Solo,
imagino,
trozos de niños rompiendo
a manotazos el cielo.
Sé,
que de vez en cuando, artesanos de las alas,
recorren los caminos, recogen a los niños;
y en canastillas de cristal;
chirrían porcelanas,
llantos de niños ¿muertos?.
¿Dónde? ¿Dónde irán?
van cogidos de la mano,
mirad sus hombros: alas,
sueños
se llevan mis ojos,
creo,
invoco,
siento
y mis manos se abrazan,
y ser
imaginativa ausencia: VUELO.
IV
Y mirar tus pies fue el final de todo.
Mientras tú,
eternidad,
soñabas en tus trozos caída por el suelo.
A la tarde, tuve que imaginarme:
un puñado de figuras blancas –ángles–,
un reguero de amapolas en mi mente;
y volver y revolver
un grito de locura entre mis sienes.
La verdad al fin y al cabo,
fue,
el silencio de tus alas.
V
Después de todo sólo quedó mirar el reloj,
ver el irse y el venir de un tiempo imaginario.
Cerrar los ojos,
y platónicamente entre las manos
abrazar el tic-tac,
–tonto, abstracto…–
y en el retorcer de los dedos
encontrar, un aleteo futuro entre los brazos.
Silencio, sssppp…
y al mirar al suelo,
sentir, el florecer de unos pies de porcelana
entre el alma húmeda del barro.
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