Máximo Cayón Diéguez, Finalista del Premio Searus-1994


MÁXIMO CAYÓN DIÉGUEZ

Nota Biográfica (1)

          Máximo Cayón Diéguez nace en León, donde reside, en 1954. En ésta ciudad finaliza sus estudios de bachillerato y peritaje mercantil. Su vocación literaria es temprana. A los diecisiete años obtiene su primer galardón en un certamen convocado en León a escala provincial. Cultiva con asiduidad la poesía y el artículo periodístico. Ha colaborado en la prensa local de esa capital. Tienen conseguidos varios premios literarios entre los cuales podrán citarse:

Poesía:
“Ciudad de Astorga”.
“Botijo de Plata”. Justas Poéticas Castellanas. Dueñas (Palencia).
Justas Poéticas Castellanas. Laguna de Duero (Valladolid).
Juegos Florales. Aguilar de Campóo (Palencia).
“Exaltación al Olivo”. Ahigal (Cácares).
“El Yantar de Pedraza”. Segovia.
“Caja de ahorros de Segovia”.
“Martín Descalzo”, de poesía mística.

Prosa:
“Ciudad de Astorga”.
“Ciudad de la Bañeza”. Alubia de Oro.
“Día del libro”. León.
“Año Internacional de la Familia”. Astorga (León).

          (Todos estos galardones son primeros premios de los certámenes citados).
          Así mismo ha participado en diversos recitales de poesía. Colabora también en diversas revistas poéticas, y poemas suyos andan publicados en distintas antologías. El pasado año, ha puesto voz y textos al vídeo que sobre “La Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno”, editará ésta agrupación penitencial en la ciudad de León.

Máximio Cayón Diéguez, noviembre de 1995.



Obra: “CONCIENCIA DE OTOÑO”
1º Finalista, XVII Certamen de Poesía Searus, 1994



CONCIENCIA DE OTOÑO

                              Pasada se hallaba ahora la mitad de mi vida.
                              El cuerpo sigue en pie y las voces aún giran
                              y resuenan con encanto marchito en mis oídos,
                              mas los días esbeltos ya se marcharon lejos;
                              sólo recuerdos pálidos de su amor me han dejado.
                                                                               -Luis Cernuda-



                    I

Ahora que la lámpara del sueño
va perdiendo su fulgor, su frescura;
ahora que mis sienes encanecen
y el calendario, irreversiblemente,
cumple su oficio de huella y profecía;
ahora que ya tiene mi esperanza
sonido de campana amordazada
y el tiempo va, con táctica premura,
afirmando su cálamo en mi pecho,
yo quisiera, Señor, hablar contigo.

Como el niño que llora cuando pierde
y en su furor, en su desesperanza,
a tientas cruza un tráfago de dudas,
como el cielo que acepta su infortunio,
como aquel que por toda compañía
lleva la soledad más cenicienta,
a Ti regreso, a Ti vuelvo los ojos.

Por eso hoy mi voz, trémula y doliente,
con sencillez emocionada, abierta
como un libro, con renovado canto
atesora un puñado de palabras
para darle perfil al pensamiento
y entrañable en el viaje me acompaña.

Igual que el labrador tu nombre implora,
el cielo escruta, si la lluvia tarda,
y en Ti, confía pues su ruego atiendes,
así, Señor, quisiera que escucharas
esta súplica mía que te anuncia
los lamentos, las penas, los anhelos
que aherrojan mi gozo en la congoja;
las zozobras, ahítas de preguntas,
que de mis huesos han hecho sus rehenes;
la orfandad que los años me han traído,
su hostil amaritud, su insensible ubio
tan cierto y vertical como yo mismo,
que ha puesto al campo de mi corazón
puertas y muros, esclusas y sombras,
por si de pronto, una noche cualquiera,
tu voluntad decide encenizar
el espejo severo de sus aguas,
anegar de resplandor, de alegría,
su pozo hondísimo, huérfano de lunas.



                    II

Cuando ya está la primavera a punto
de estrenar sus celindas más tempranas,
sus pájaros primeros, un sol diáfano,
venusto, y un cielo azul, cintileante,
atesora latidos de promesa,
bajo el brioso aguacero del silencio
descubro cómo arrecia el desamparo,
la infinita tristeza de ser hombre.

¿Hacia dónde, si no es hacia el abismo,
me lleva este oleaje indómito y grávido,
este oleaje irascible, sediento,
que se yergue como música extraña,
que irrumpe audaz como bronco relámpago?.

Este adverso presente en mi asidero:
Acibara mi boca al desencanto,
de mis labios se adueña el desaliento,
en mi alma bulle la melancolía,
pace la ansiedad, bala el desconsuelo,
en mis venas abejea la amargura,
la yedra trepadora de la angustia,
su tiniebla acerada, inconllevable.



                    III

Heme aquí, Señor, sólo abandonado
entre la fría espada de la vida
y la pared aleve del recuerdo,
consumiendo el caudal de mis errores,
descubriendo el pavor, el herrumbroso
aletazo salino de las lágrimas,
buscándote febril, hablando a solas.

No sé, Señor, en qué cenit habitas.
No sé, Señor, en qué mudez te hospedas.
No sé, Señor, en qué monte te asilas,
qué infinitudes surcas, qué senderos
recorres, en qué horizonte te ocultas.

Agónico es el rumbo de mi nave.
La desventura embriaga sus amuras.
Su velamen destrozado, sus jarcias
abatidas, sus mástiles quebrados,
acrecientan mi soledad de albatros.



                    IV

¿Quién podría negar el corazón
todo aquello que los ojos han visto
si la graveza de la edad proclama
el ayer lejano, el futuro incierto,
y en derredor aletean los presagios?

¿Quién podría afirmar que es suyo el gozo,
suya la aurora, suya la belleza,
cuando el tiempo, con trazos indelebles,
va esbozando puntual en nuestra piel
su incesante lección de geografía?.

¿Si apenas somos barro, polvo, nada,
quién podría decir que es suyo el júbilo
cuando el vivir se troca en espejismo,
cuando todo es mudable, fugitivo?.



                    V

Con mi conciencia del otoño a cuestas,
ahora que mis pulsos envejecen,
precisamente ahora, en el momento
en que la tarde cae, la luz se agrisa,
y se avecina un viento ponentisco,
cómo ocultar lo mucho que te debo:

¡Gracias, Señor, porque cada mañana
tu clemencia mis párpados redime!

¿Gracias, Señor, por devolverme ilesos
cada día los seres que más amo!

¡Gracias, Señor, por escuchar mi ruego,
por la salud que sin tasa me otorgas,
por mantener enhiesta todavía
la torre sometida de mis huesos!

¡Gracias, también, por no olvidar mi nombre,
porque siempre me sufres y perdonas,
porque aún permites, porque aún quieres,
que goce de las cosas cotidianas!

¡Gracias, en fin, por tu misericordia,
por consentir que habite en tu costumbre
y proseguir, Señor, en tu recuerdo!.

Santiago Corchete Gonzalo, 2º Premio Searus-1994


SANTIAGO CORCHETE GONZALO

Nota Biográfica (1)

          Santiago Corchete Gonzalo nació en Ciudad Rodrigo (Salamanca). Noviembre de 1937.
          Estudios: Ingeniero Técnico Agrícola (y otros) en la Universidad Politécnica de Madrid, 1961.
          Trabajos: En Huelva, Valladolid, La Rioja y Zaragoza, destinado en 1969 a Cáceres por el MAPA, actualmente es funcionario de la Junta de Extremadura. Reside en Badajoz.
          Su vocación de servicio al hombre y al paisaje, la desempeña a través del ejercicio profesional y del compromiso a favor de la renovación pedagógica y de la ecología (Educación Ambiental).

PREMIOS Y DISTINCIONES

VI Premio de Poesía trofeo “DELIO”. C. Rodrigo 1984.
V Premio de Poesía Asociación de la Prensa. Badajoz, 1985.
IX Premio “Ruta de la Plata”. Cáceres, 1986.
IX Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz”. Badajoz, 1987.
Premios “Cerezo en Flor” (Poesía y Prosa). Valle del Jerte, 1987.
Encomienda de la Orden Civil del Mérito Agrícola. Madrid, 1986.

OBRA POÉTICA

Proceso a la luz. Edit. Asoc. Periodistas de Extremadura. Premio Asociación de la Prensa (Adolfo Vargas Cienfuegos).
Variaciones en fuga. Colec. “Arco Iris”. Gráficas Boysu (Mérida-86).
Consumación de la Primavera. Colec. “La Centena”. Edit. ERE.
Cercano como un pájaro. Edit. Ayuntamiento de Badajoz. Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz”.
Tetralogía del tiempo encontrado. Edit. García Plata de Osma. IX Premio de poesía “Ruta de la Plata”.
Pirámide. (Colectivo). Edit. Ayuntamiento de Mérida.
En una pena ausente. Edit. Colec. “Kylix” (nº 13). Badajoz.

OBRA EN PROSA (ensayo)

Poesía y modernidad. Edit. XXV Aniv. Centro Cultural Recreativo “El Porvenir”. Ciudad Rodrigo.

Santiago Corchete Gonzalo, noviembre de 1995.


Nota Biográfica (2)

          Nace en Ciudad Rodrigo (Salamanca), Noviembre de1937. Cursa estudios de Ingeniero Técnico Agrícola en la Universidad Politécnica de Madrid hasta 1961, y trabaja en las provincias de Huelva, Valladolid, La Rioja y Zaragoza. En 1969 es destinado por el MAPA a Cáceres; desde 1975 reside en Badajoz siendo funcionario de la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente.
          Su vocación de servicio al hombre y al paisaje, la desempeña a través del ejercicio profesional y del compromiso militante del voluntariado social a favor de la renovación pedagógica y la educación ambiental.
Obra poética:
Proceso a la luz. Premio Adolfo Vargas Cienfuegos (Asociación de la Prensa-1985). Edit. Asoc. Periodistas de Extremadura.
Variaciones en fuga. Colec. Arco Iris.
Comunicación de la primavera. Cole. “La Centena” Edit. ERE.
Cercano como un pájaro. IX Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz” (88).
En una pena ausente. Colec. Kylix (núm. 13).
Lunas, dunas. 2º premio del XVII certamen SEARUS.
Orquestación del viento. 2º premio del XXI certamen SEARUS.
En la ciudad del viento. Edit. ERE. Colec. Poesía.
Cuaderno del paisaje. 1º Premio del III certamen de Poesia “García de la Huerta” del IES “Suárez de Figueroa” de Zafra.
Obra en prosa:
Tiene publicados más de catorce títulos referidos a temas de literatura (Poesía), educación y ecología, agricultura y medio ambiente, prospectiva del medio rural, y otros.
Antologías:
Su obra poética aparece recogida y destacada en nueve antologías.

Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002




Obra: “LUNAS, DUNAS”
2º Premio, XVII Certamen de Poesía Searus, 1994



EL NAUFRAGIO

Llevaba en mi cuaderno de bitácora
la cuenta de los meses que faltaban
para llegar a puerto. Contemplando
la bondad del paisaje, especulaba
por las noches y en los ratos de asueto,
acerca de la posibilidad
de terminar tan calma travesía
sin percances mayúsculos; el tiempo
iba dando razón a los pronósticos.

Las velas de aquel barco paternísimo
tensaban sus abdómenes de lonas
y jarcias y mesanas; poco a poco
parecía cumplirse la esperanza,
y la orilla remota dibujaba
sus perfiles de arena hospitalaria…

Más ocurrió que alguna roca hostil
cierto día interpuso de repente
su imprevista y tozuda realidad,
de suerte que el velero zozobró
y nací dando gritos.



PAIDOLOGÍA

Válame Dios, la vida en el reloj
y yo con estos pelos desleales;
me pesa haber nacido con las manos
vacías, más no puedo remediarlo,

y, desahogadamente, lloro
sin que nadie perdone la inocencia
velluda de que nunca fui culpable.
Las gentes se aproximan hasta mi,

hacen muecas, sonríen y después
felicitan a mis progenitores;
ya está bien de arrumacos y pamemas,

basta ya de disfraces carnavales:
¡no quiero biberón, sino mamar
la vida por conducto de mi madre!



…Más, como no sabíamos leer,
no vimos el letrero que decía
con letras ilegibles y minúsculas
“reservado el derecho de admisión”.

Llamamos la atención con nuestras lágrimas
rabietas  y llantinas, pero no
pudimos obtener ningún perdón,
ni nuestra pequeñez elemental

atrajo sobre sí misericordia.
Destetados del pecho de la Tierra
y asomados a un mar sin horizonte,

la vida nos creció cual arbolitos
solitarios, enclenques e indefensos,
sin lograr del amor su beneplácito.



De improviso, salimos de la infancia
con los ojos repletos de colores
y las manos del hombre en los bolsillos.
La calle nos abrió a la vecindad

y el barrio a la indigencia, pero era
muy grato saludar cada mañana
la llegada del sol hasta las copas
más altas de los árboles, y oir

el canto de los pájaros volver
a llenar de alegría nuestros ojos;
lentamente, sin prisa en el reloj,

la vida comenzó a proporcionarnos
una vaga y agraz fisonomía
de filósofo en ciernes.



Fueron años de hambre y muchas cosas
escasamente libres: alimentos,
ideas, adhesiones, voluntad,
y aquella vigilancia que llenaba

de ojos al acecho nuestro miedo.
Sembrábamos amor, más el amor
no germina en eriales esteparios
ni florece entre espinas; suscribimos

un pacto con la vida por el que
nos supimos estar desheredados
de toda propiedad, y aunque seguimos

cultivando el amor, faltos de él
tuvimos el dolor de renunciar
al beso de su luz.



“Tú eres más de letras que una sopa”
-me decían- y el caso es que tal vez
Tuvieran su poquito de razón,
Porque quise atreverme con los números

y aprendí los secretos y otros males
que padece la trigonometría,
más nunca supe hallar ni conocer
la distancia que va del corazón

a las nubes. Quizá por ello que
las letras persistieran en su engaño,
y fue que poco a poco me embaucaron

con las artes de su palabrería:
hoy no sé si es de números o sueños
este dolor que siento en la cabeza.



Invadidos por la publicidad,
alguien quiso obligarnos a creer
que en un agua bastarda se encontraba
la chispa de la vida y que también

la velocidad sobre cuatro ruedas
proporcionaba a quien las conducía
la exultante alegría de vivir.

Tales cuentas y cuentos obligaron

a cerrar nuestros tímpanos y ojos
al reclamo de músicas e imágenes
provenientes de fuera, y alejadas

de todo lo exterior, saboreamos
la vasta soledad, agria y convulsa,
de nuestro territorio.



Humildemente heridos y agredidos
en nuestra vanidad de matemáticos,
un día comprobamos por azar
que dos más dos a veces no eran cuatro.

Las cuentas no salían, a pesar
de tantísimas fórmulas cabales;
desde entonces, la ciencia nos quedó
bastante en entredicho y nuestra fe

por la tecnología y sus adláteres
se cayó por el suelo. Regresamos
a sumar con los dedos la medida

de nuestra dolorida realidad,
y creímos de nuevo en la verdad
del valor de los sueños.



Amábamos la noche con pasión
firme, ancha y profunda; conseguimos
habitar su extensión y, displicente,
se entregó a nuestro amor como una rosa

temprana, desmedida y holocausta,
sin proferir un grito ante el desgarro
del himen de la aurora. Cada noche
constituyó un capítulo del libro

supuestamente escrito con palabras
heridas de grandeza; todo fue
posible en su regazo misterioso:

los sueños, la ilusión, y convocar
aquella mariposa silenciosa
de cada amanecer.



La paz era un concepto arrojadizo,
una idea proclive, recurrente,
transitoria, voluble y harto tópica,
de la que tanto hablaban los políticos;

mas su paz consistía en sumisión
y nunca prosperaban las propuestas
que leíamos siempre en los periódicos,
adornadas en vano con la jerga

de su parafernalia. ¿Qué más da
vencedor o vencido, si a la postre
la guerra es un negocio de los ricos?

¿Qué esperanza era aquella voz huraña
tan hermosa más tan desconocida?
¿Dónde estaba la paz?



Con la arena de la concupiscencia
levantamos en plena juventud
un castillo de naipes; parecía
que los años jamás rebajarían

ni sus torres ni almenas de veranos
insólitos, y echamos a dormir
completamente ciegos e inflamables
una especie de siesta. Con el tiempo,

los fallos clamorosos y una caña,
volvió la languidez a desatar
los nudos que enlazaban nuestros cuerpos,

y llegó el despertar del corazón.
Poco a poco, quemados por la vida,
ardieron nuestros sueños.



Cuántos cuentos azules de pequeños
oíamos contar; la tradición
es un agua profunda que nos une
muy dentro de lo hondo, una vez

que recorre los páramos del hombre
mas sin protagonismo. Sumergidos
en su grato caudal, reconocimos
la importancia de ser un eslabón

en aquella cadena penumbrosa
y a la vez tan visible. Por sumar
mi voz a aquel sonido intemporal,

decidí cultivar la libertad
y hundirme en los océanos benignos
del mar de la palabra.



LISTOS PARA ZARPAR

                    (a Robert L. Stevenson)

Partir en comenzar a regresar
temerosos de no llegar a tiempo.
Nos fuimos alejando cada vez
más y más de nosotros, mar adentro,
y anclados al arpón de la costumbre
presagiamos un mar embravecido
detrás del horizonte. Qué impaciencia
de novatos grumetes en espera
que amainara sus furias barlovento;
y así permanecimos, con la sombra
condensada en los ojos, sin saber
la fecha ni la hora ni el lugar
del ansiado regreso.
                              Más inútil
es creer que el velámen esté listo
tras el largo cansancio de añorar
la final travesía; no obstante
preguntaba a diario al Capitán:

“Señor, ¿cuándo partimos?”, pero siempre
con gesto dilatorio respondía:


“Mañana nos haremos a la Mar”.

Juan José Folguerá Crespo, 1º Premio Searus-1994


JUAN JOSÉ FOLGUERÁ CRESPO

Nota Biográfica (1)

          Aunque sus obras y distinciones son poco conocidas en España, entre ellas podemos citar:
          -Premio Ángaro de poesía 1993 con el libro Las Espuelas.
          -Premio Searus de poesía con el poema Parte de campaña del capitán Vicente Huidobro.
          -Autor del poemario Los Dados, de próxima aparición.
          -Traductor al castellano de los Cuatro cuartetos (Fourt quartets, 1935-1943) del dramaturgo británico de origen norteamericano Thomas Stearns Eliot.
          -Premio nacional de literatura en Argentina.

Los Palacios y Villafranca, noviembre de 1995.


Nota Biográfica (2)

          Juan José Folguerá nació en Argentina (Corrientes, 1940), pero casi la mitad de su vida va transcurriendo entre nosotros. Así que es, además, español.
          Conoce con hondura nuestros autores clásicos y lo mejor de la poesía universal, que lee insaciable y traduce al castellano. Pronto verá la luz una versión del poema T. S. Eliot.
          En 1993 publica Saberse río y Las Espuelas en 1994, con el que obtuvo el Premio Ángaro.

Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002




Obra: “PARTE DE CAMPAÑA DEL CAPITÁN
VICENTE HUIDOBRO”
1º Premio, XVII Certamen de Poesía Searus, 1994



(Avanzadilla de la Columna Leclerc,
pasado Ivry-sur-Seine, 24 de agosto de 1944)


Mi coronel. Informo respetuosa-
mente que el cielo insiste en ser azul.
Toda Francia se ha vuelto contagiosa.
Un roble disfrazado de abedul

(que es mi contacto con la Resistencia)
cruza inerme la línea noche y día.
Dice que no le importa su existencia
ni la Luftwaffe ni la artillería.

Bajo las ruedas el camino rueda.
Nos empujan los tréboles. Me da
cordita perfumada la reseda.
Este verano nunca acabará.

Mi coronel. Los pájaros se enganchan
como furrieles en mi compañía.
Son gargantas espléndidas. Ensanchan
los corazones con su algarabía.

Sé de fuente segura (es una fuente
de agua muy pura) que anda el alemán
en retirada gris por todo el frente.
Muere el águila. Queda el alacrán.

Mi coronel. Las bajas que tenemos
nos dan alcance en cuanto nos paramos.
Llegan a pie y con fuerza a donde estemos
porque no ignoran hacia dónde vamos.

Las nubes son más lentas que nosotros
aunque ellas vuelan y nosotros no.
Pero qué bien galopan estos potros
de cremalleras y de nutrición.

Mi coronel. Dejamos una estela
de luz insomne cuando se hunde el sol.
La luna en alto es nuestra escarapela
por si no basta con la tricolor.

Mi coronel. Ya casi hemos llegado.
No nos queda enemigo que batir.
Puedo estar muerto pero no cansado.
Se ven claras las torres de París.

Se oyen las torres de París. Se escucha
un tiroteo de liberación.
París está en la calle. París lucha.
No nos espera. Canta su canción.

Mi coronel. Estoy emocionado.
Chileno soy. Soy francés.
No me traduzco ese rumor sagrado
de pueblo en armas que ha resuelto arder.

Fui checo en Praga el año 38
y en un barrio de Belfast irlandés.
Aprendí libertad en el Mapocho
y solidaridad en el Yang Tse.

Soy español también. Allá en España
como otros muchos empuñé el fusil.
Nos ahogó la odiosa telaraña
que ahora estamos desgarrando aquí.

Pero ante todo he sido y soy poeta
con agravantes y sin remisión.
Sujetaré este parte en la torreta
de mi blindado como confesión.

Mi coronel. Espero respetuosa-
mente órdenes antes de partir.
Mi gente está dispuesta y muy ansiada
porque se ven las torres de París.

Miguel Valentín Pastrana, 2º Premio Menores 21 años, Searus-1993


MIGUEL VALENTÍN PASTRANA

         
Nota Biográfica

          Miguel Valentín Pastrana nace en 1975 en El Puerto de Santa María, residiendo actualmente en Utrera, ciudad donde trabaja como obrero industrial y estudia bachillerato nocturno.
          Su primer poema (y con el, premio) datan de 1984, cuando estudiaba en el Colegio Público Miguel Hernández de Sevilla, no obstante no vuelve a escribir hasta 1992, época en la que residía en Lisboa. Cree poder afirmar que los sentimientos despiertos en él durante su estancia en Portugal serán los motores básicos de su labor poética.
          Ha sido premio en poesía y prosa (quizás su mayor vocación) en los concursos de 1992 y 1993 del Instituto Español de Lisboa. Igualmente en prosa gana una mención en el XI certamen literario de Almuñécar en 1988.
          Es un admirador entusiasta de Lorca, Hernández y Alberti, así como de los textos de Lou Reed y Jim Morrison.
          Se considera fundamentalmente un poeta autodidacta, y en sus versos se decanta el aspecto expresionista, suelen ser rudos, esculpidos con golpes de martillo.

Miguel Valentín Pastrana, noviembre de 1994




Obra: “TRILOGÍA DEL CENTURIÓN”
2º Premio Menores de 21 años
XVI Certamen de Poesía Searus, 1993


                                                           Dedico estos poemas a todos mis
                                               amigos del Instituto Español de Lisboa y en
                                               particular, a Juan Manuel Ferrer, Rubén
                                               Espinosa, Joao Duarte y Sofía Isabel Pérez.

                                                           Un recuerdo especial para Alejandra,
                                               cuyo elogio de uno de los romances aquí
                                               incluido, tiene para mí, mayor valor que
                                               cualquier premio.


ROMANCE DEL CENTURIÓN

          En la noche misteriosa,
retumba y gime la tierra.
Oro con bronce cabalga
Un romano por la senda.

          Un centurión veterano
de mil batallas y guerras.
Desde Híspalis hasta Gades
le temen por su fiereza.

          Lo escoltan siete jinetes,
lo escoltan siete banderas.
Cabalgando por olivos,
galopando entre la niebla
nada escapa al centurión,
ni siquiera las estrellas.

          ¡Huye cuarzo de la noche!.
Que no te coja la fiera
y construya con tus luces
puñales de hermosas piedras.

          Dos figuras neblinosas
se acercan por la vereda.
Se detienen los jinetes,
y con gestos de sorpresa,
desmontan de sus caballos
poniendo los pies en tierra.

          Ya se aclaran los perfiles,
se  distinguen las siluetas
un joven de piel cobriza
con una hermosa doncella.

          Bella niña gaditana
perfumada con canela.
Sus muslos son de oro viejo,
sus pupilas son de almendra.
De granate son sus labios
y de azabache sus trenzas.

          Les detienen el centurión,
y se inicia la querella.
Centellean las espadas
de los dioses de la guerra.

          Asesinaron al joven.
Le mataron siete flechas,
penetraron en su cuerpo
siete mortales saetas.

          ¡Ay cómo llora la niña
al cuerpo que ya no alienta!

          Impiadoso el centurión
la toma por las guedejas.
Ocho veces mancillada
fue la flor de primavera.

          En la noche dolorosa
retumba y gime la tierra,
bronce con muerte cabalga
un romano por la senda.



          En la tierra del Sur yace,
una hermosa niña muerta.
Con los sueños desgarrados
y con sus venas abiertas.

          ¡Ay cómo corre la sangre!
sangre del Sur, sangre yerma.



LA MUERTE DEL CENTURIÓN

          En la noche mortecina
se estremece el campo yermo,
truenan las nubes de piedra
y se tiñe en rojo el cielo.

          Por la tierra abandonada,
desangrado como un perro,
se retuerce el centurión
igual que un olivo viejo.

          Romano de bronce y oro,
te han marcado con acero,
una espada justiciera
ha partido en dos tu pecho.

          Te clavaron un puñal
hondo; hondo como un beso.
Un beso de fría muerte
en tus entrañas de fuego.

          Un puñal que muerde, hurga,
en la carne igual que un cuervo,
ensañándose en su presa
como buitre carroñero.

          Moribundo el centurión,
va sembrando por el suelo
un rosario de granates
que se escapan de su cuerpo.

          Aún intenta levantarse
en un arranque postrero.
Se alzan al cielo sus manos
con su suplicante gesto.

          ¡Ay centurión malherido!
¡qué vanos son tus esfuerzos!,
ni mil legiones de bronce
te libraran del tormento.

          ¡Agoniza! Centurión
mientras brillan los luceros,
cuando el gallo anuncie el alba
ya sólo serás un sueño.

          Se oye un último gemido
que disipa raudo el viento,
un suspiro agonizante
que se pierde entre lo inmenso.


          Ha enmudecido la tierra,
se han apagado los ecos,
el campo del Sur se embriaga
con perfume de veneno.

          ¿Qué buscas en las estrellas
centurión que yaces muerto?



LA CRUCIFIXIÓN

          Un negro rumor de llantos
va de terraza en terraza,
y serpea por las calles
de la Gades enlutada.
Bello caro de jazmines
y clavellinas tostadas,
llora por las azoteas
tiernas lágrimas de plata.

          Portando una cruz de olivo
en su espalda flagelada,
quien dio muerte al centurión
entre látigos se arrastra.
El clavel martirizado
lleva espinos por guirnalda.
Y todo su cuerpo suda
linfa  de rosas amargas.

          Serpiente del Sur, el pueblo,
a empujones le acompaña.
Todos pelean por ver,
a quien ya no verá el alba.

          Al paso del condenado,
brota fuego en las gargantas
y ancianas mujeres lloran,
viendo las carnes quemadas.
Todo el pueblo gaditano
es un clamor de batalla;
y en secreto, en las esquinas,
conspiran contra las águilas.

          Enfurecido el edil,
muestra el fulgor de su espada,
fieras estatuas de bronce
a la multitud apartan.

          Corre la sierpe del Sur
por las calles empedradas,
dejando a su paso un rastro
de laureles y biznagas.

          Al joven reo de muerte
una niña ofrece agua,
pero uno de los romanos
tira en el suelo la jarra.

          Entre quejas y lamentos
llega la sierpe a la plaza.
Surcan los cielos de Gades
negras aves en bandada.

          Con cuatro clavos de bronce
y cinco puntas de lanza,
se unen la piel y el olivo
en pasión crucificada.

          Se eleva la cruz al cielo
con el mártir en volandas.
Bella sangre carmesí
relumbra entre las adargas.

          Con su brazo envuelve Apolo,
al clavel que se desangra,
y, al pie de la cruz sollozan
diez vírgenes de albahaca.

          Ante el joven moribundo
diez niñas morenas cantan;
se desborda por las calles
roja pasión gaditana.

          ¡Ay que alegría de muerte
y pasión santificada!.




          La noche tiende hacia Gades
su manto de umbrías jacas,
y con brillantes zafiros
alumbra la vieja plaza.

          A la sombra de la cruz,
entonando una plegaria,
llora la madre del joven
tiernas lágrimas de escarcha.

          A manos del centurión,
murió su hija adorada,
y la cruz ha arrebatado
al hijo que le quedaba.

          ¡Ay cómo llora la madre
su angustia desesperada!.



          A los cielos gaditanos,
asciende de nuevo un alma,
y cantando van su gloria
diez vírgenes coronadas.